Cuentan que allá en un país muy lejano, un día frío de viento y nieve nacía en la cima de la montaña un niño de cabellos claros y ojos color cielo. Su madre era una jovencita inexperta, llena de miedos, obedecía a los mandatos de su madre y con sólo horas de nacido lo había depositado en los brazos de su padre; también un joven inexperto, quien tampoco supo que hacer con esa criaturita tan pequeña y creyendo que era lo mejor lo entregó a un convento. Allí vivió sus primeros años de vida, aprendió a jugar, a corretear en las callecitas angostas, a recitar misas en latín entre otras cosas bellas que nunca olvidó como aquel nombre , Anita, que repetía una y otra vez sin poder evitar que de sus ojos rodarán lágrimas, era el nombre de la mujer que lo cobijó y lo llenó de amor desde tan pequeño.
Por allá, en el año 1914 asomaba un monstruo, la primera guerra mundial. Miedo, incertidumbre, fusiles y sangre hicieron que sólo con sus miedos porque ni pasaje tenía, lo subieran a un barco de polizón, así viajó clandestinamente escondido detrás de una barriles para que nadie lo descubriera. Muchos fueron los días de viaje en vapor para llegar a una tierra llena de ilusiones, y sin fusiles ni cañones. Sólo traía unos cuantos trapos viejos, una verdulera y mucho silencio y dolor en su mirada.
América lo recibió con los brazos abiertos, tierras, semillas y arado lo esperaban. Con tan sólo 16 años. Trabajó fuerte, su único descanso fueron sus silencios, su amiga la verdulera, y su música natal, era como volver por un ratito a su ayer. Todos sabían que tenía un pasado del cual nunca hablaba como si nunca hubiera existido pero cuando agarraba su verdulera y las notas musicales comenzaban a vibrar en el aire sus ojos se llenaban de lágrimas, tal vez del otro lado existía una historia desconocida y angustiante para él. Tal vez esas notas vibraban tan alto que tenían el poder de llegar a su pequeño pueblito y su gente.
Después de caminar varias tierras en América, y pasado ya el resonar de las balas, decidió marchar y volver a sus raíces. Cuánto silencio escondían tus ojos Tatao! Quién sabe que habría allá del otro lado del océano!. Así fue cuando vendió sus pocas cosas para llegar a comprar un pasaje, pero la vida nuevamente le hizo decidir entre los recuerdos del otro lado del océano o el amor. Apostó al amor, armó una familia como pudo, dentro de una carpa de chala nacía su nueva vida, sus hijos, y escribía así la continuación de su historia. Recorrió campos juntando cereal sobre un carro armado con chapas. En algún momento, con sus hijos pequeños se le incendió su hogar, perdiendo absolutamente toda su documentación. La pobreza y los valores siempre fueron sus marcas.
Qué orgullo era sentir, vos sos la nieta del tano que tocaba la verdulera?…
Los vaivenes de la vida lo trajo a buenos Aires nuevamente. Aquí escribió los últimos años de su historia, cuando un 29 de diciembre sus alas decidieron volar, alto, muy alto. Tal vez volvió a su lugar, ese pueblito pintoresco del otro lado del océano.
Siempre serás aquel hombre de cabellos claros, de ojos color cielo, apocado, silencioso, acompañado de su vieja verdulera que tenía el poder de traer en silencio los recuerdos del otro lado del océano.
Dicen que a los cuentos se los lleva el viento…. Tal vez este cuento abra sus alas y vuele tan alto que pueda cruzar el océano, escalar las montañas y como una bella mariposa de vivos colores se pose sobre el montículo de troncos, que hoy yacen donde en algún momento allá por el año 1895, un 25 de enero nacía un niño de cabellos claros y ojos color cielo….Tatao… Mi abuelo…..
kiki (Gaby Colonna)
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