Soy de Madrid, pero de una sola generación, la mía. Mi madre sevillana, mi padre asturiano, y yo, de Madrid.

¿Quién vive en cualquier otro sitio que no sea Madrid?

¿Quién trabaja en otro sitio que no sea Madrid?

Así era yo. El ombligo del mundo.

Infancia, casa pequeña, colegio de monjas. Adolescencia, casa pequeña, colegio de curas.

Universidad, casa pequeña, dramas familiares. Yo, ombligo del mundo y salvadora universal, fracaso en mi misión y me convierto en una persona normal y corriente buscando su lugar en el mundo.

Pareja, ¡dios mío!, él comienza a trabajar en Alicante. Es decir, en NO-MADRID. Aggghhhhhh. Y no parece importarle, es más, parece intencionado. Él quiere salir, escapar de las influencias familiares. Le hace ilusión comenzar en un sitio nuevo.

Así que comienza una etapa de yo aquí y él allí. Fines de semana en la playa, sitio hostil y peligroso, cada vez más alejado de Madrid. Fines de semana en Madrid, con espejismos de normalidad. Estación de autobuses de Alicante, estación de trenes en Chamartín. La vida se para. Esperando una decisión que se pospone por trabajos, terminar estudios, depresiones, inseguridades, lealtades invisibles.

Boda, en Madrid, por supuesto. Y matrimonio a distancia. Seguimos él allí y yo aquí.  Todo perfectamente inmóvil.

Hasta que una decisión indirecta, directamente puso en movimiento el viaje de mi vida. La migración física, familiar y espiritual.

Me quedé embarazada, con premeditación y alevosía. Una manera de forzar mi voluntad contra mi voluntad. Mis instintos primarios no me dejaron otra opción.

Viví la primera mitad del embarazo en mi casita alquilada de Madrid, último reducto de mi resistencia. Una burbuja. Pero cuando mi barriga fue evidente, alquilamos la furgoneta, la llenamos de nuestras cosas y comenzó El VIAJE.

Primera parada, Málaga, Rincón de la Victoria. Segunda parada Algeciras. Como réditos me dejaron un bebé, una depresión postparto y una firme determinación de no volver nunca a vivir lejos de mi familia. EN MADRID.

Pero ya nunca se vuelve al mismo sitio. Ya me había soltado, seguía siendo muy ignorante, pero ya estaba fuera del centro del universo,de mi ombligo.

De Algeciras, haciendo parada en Madrid, acabamos en San Juan de Alicante. Por supuesto de forma completamente provisional y transitoria. En Alicante con idea de ir acercándonos a Madrid según el trabajo nos lo permitiera.

Niño, trabajos, rutina, el mundo no se hunde.

En Alicante parecen vivir sin saber nada de Madrid. Es más, alguno no han estado nunca. Inconcebible. Yo soy la «extranjera». Ya se sabe, los madrileños vienen a invadir las playas en verano. Ya se sabe «es que como soy de Madrid» con tono irónico y despectivo. ¡Vaya con el carácter duro y huraño de los madrileños!

En Madrid siempre fui una persona alegre y de buen carácter. En Alicante era borde, directa y dura.

Pero probablemente todo estaba ya en mí.

Lo provisional se hizo definitivo. Nunca volvimos.

Mis hijos son alicantinos, tengo algo de tono cantarín al hablar. Digo arroz en vez de paella. Me gusta el mar y me da pereza volver a Madrid. Soy madrileña en Alicante. Cosa superexclusiva, marca personal.

Exiten muchos sitios NO-MADRID.

Existen maneras de hacer las cosas, de hablar, de cuidar, de vivir, de enseñar, de curar, de vivir, distintas. Que nunca hubieran existido para mí.

«Yosoydemadrí», y ahora soy Alicantina, y esa mezcla es lo que me ha hecho levantar la cabeza y dejar de mirarme el ombligo para verlo todo.

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