Todos tenemos en la mente imágenes de migrantes en pateras, saltando alambradas, confinados en campamentos, huyendo en busca de una vida digna. Pero estas situaciones que tanto nos impactan no son solo propias de este siglo…

Viajemos en el tiempo, años, muchos años atrás, en abril, abril de 1897. Estamos en Huéscar, un pueblecito cerca de Granada, en un barrio humilde donde las viviendas bien cuidadas y encaladas son cuevas. Los vecinos forman una comunidad muy unida como una gran familia. 

 Carmen está preparando unos bultos con la ayuda de su madre. Las lágrimas apenas  les dejan ver lo que hacen. Y es que en unas pocas horas se van a separar, Carmen se irá con su hija Carmencita, de dos años, a la otra punta del mundo. 

A su pesar tiene que dejar su pueblo, donde vive muy feliz con sus hermanos, su madre y la niña. Pero tiene que reunirse con Martin, su marido. Este decidió irse hace un año a Francia, un poco a la aventura. No le gustaba la vida del campo, siegas, olivos, algodón, azafrán…¡Demasiado trabajo! Deseaba algo mejor y amigos suyos ya lo habían intentado. 

Ni Carmen ni su madre Isabel lo veían muy claro. Toda su familia había vivido muy dignamente de su trabajo de jornaleros, pero Carmen tenía que obedecer a su marido y acababa de llegar la temida carta. Martín había buscado alguien que se la escribiera, anunciaba que había encontrado trabajo en una mina de carbón en una pequeña ciudad, al sur de Francia. Ya tenia un alojamiento para los tres. ¿Una mina, realmente eso era mejor que el campo?  

Un país desconocido para ella, sin los suyos. Las vecinas la asustaban aún más comentandole, «No te vayas Carmen, dicen que «alli» no hablan como nosotros, nadie te entendera y «alli» comen cosas raras, la gente es mala, ademas esta tan lejos que nunca podras volver.» ¿Todo eso era cierto? ¿Volvería a ver algún día a los que tanto quería?  ¿Conseguiría llegar sana y salva?                        

La despedida fue muy dolorosa, pero Isabel se quedaba más tranquila. Había  convencido (a cambio de unas monedas) a Juan, un primo de Martín, que también iba a Francia con su mujer para que cuidara de su hija y su nieta durante el largo viaje. También consiguió dos plazas en el mismo carro, cargaron varios bultos con algo de ropa, un pequeño ajuar y comida. Y Carmen, muy asustada, empezó lo que iba a ser el principio de una nueva vida.

  Un carro de esa época

Salieron de Huéscar esa misma tarde. Carmen perdió la noción del tiempo. ya no sabía si llevaban dos, tres o cuatro días en ruta. No paraban mucho, solo para que los caballos descansaran y comer un poco. Juan y Pepe el dueño del carro se iban turnando para guiar los animales. Se lavaban en riachuelos, cocinaban sobre unos troncos, y llevaban esa estrecha convivencia lo mejor posible. Carmencita  dormía mucho y pobrecita no se quejaba nunca. Les cogió lluvia, granizo y lo peor un intento de asalto una noche. Por suerte Pepe noto un movimiento raro y rápidamente navaja en mano ahuyentó a los ladrones.

LLegaron a su destino, Almería, cansadisimos, llenos del polvo de los caminos y deseando abandonar ese carro incómodo.

Allí estaba el barco que los llevaría a Barcelona. Un viejo buque cansado de tantos viajes y con un aspecto poco alentador. En la cubierta se podían ver unos toldos. los pasajeros iban acomodándose debajo colocando sus pertenencias en medio de gritos y altercados. Las familias empezaban a amontonarse, niños llorando, hombres peleando, y es que el espacio no sobraba y cada uno quería el mejor sitio.  Juan era un hombre fuerte y peleón. Con algún que otro empujón e insultos consiguió para los cuatro un rincón cerca de varios cajones y cuerdas que serían unas camas estupendas. Estaba anocheciendo cuando el «Ave María» zarpó. Carmen abrazada a su hija lloraba asustada, acurrucada en su rincón. Cenaron solo un poco de pan y queso. ¡Estaban tan cansadas! Con el movimiento del barco pronto se durmieron.

Fue una travesía larga, muy larga. Tuvieron que padecer frío, calor, peleas que acababan muchas veces con navajazos y sobre todo tormentas que zarandeaban al viejo barco como una cáscara de nuez.  La falta de alimentos y agua, la mayoría eran para la niña, el tremendo movimiento del buque terminaron por dejar a Carmen mareada y sin fuerza, hasta que un día Carmencita se despisto y durante unos minutos interminables desapareció. Juan la encontró y con sus toscos modales,  por miedo a que volviera a suceder, solo se le ocurrió atarla con una cuerda a los cajones donde dormía con su madre. 

Por fin el «Ave María» llegó al puerto de Barcelona. Los cuatro compañeros de viaje estaban tan agotados que decidieron buscar una fonda y descansar por lo menos una noche. Reunieron un poco del dinero que les quedaba y alquilaron una habitación con dos grandes camas. Se pudieron asear, comer y dormir. A otro día cogieron un tren hasta la frontera con Francia y luego otro hasta su destino final. Tampoco fue un viaje fácil, pero la meta estaba más cerca.

Después de dos semanas Martín, Carmen y Carmencita estaban juntos. la niña poco a poco se fue acostumbrando a su nueva vida, a su padre, pero para Carmen empezaba un tiempo de desaliento y penurias. El sueldo de Martin no daba para mucho, así que buscó trabajo. Iba al único hotel de la ciudad a lavar a mano, claro está, sábanas, manteles, toallas, también lavaba en el lavadero público la ropa de los compañeros solteros de Martin encontrando piojos y más bichos. Aprendió a ponerle suelas a los zapatos, a coser la ropa de su familia, a matar pollos, conejos, a preparar «manjares» con cuatro cosas, a fabricar muebles, a capear los malos modales de Martín cuando llegaba borracho por la noche… Otra vida, una vida rota. Pero sobre todo consiguió conservar, a pesar de todo, su ingenio, su entusiasmo y su amor por las tres hijas que tuvo… y por mi. Esa mujer maravillosa era mi abuela.   


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