Una puerta abierta

Una puerta abierta

Briz Mené

17/04/2020

  -¡Abuela Shaira!, ¿dónde esta papá?-  preguntó el pequeño Enam, sin quitar la mirada del fuego.

Como cada día, la familia se juntaba alrededor de una hoguera al crepúsculo, mientras el sol da paso a la luna, los dos son cuerpos astronómicos como la tierra, lo que los diferencia de esta es que no tienen fronteras, por lo visto eso es cosa de los humanos, los animales tampoco saben de fronteras.

Shaira echaba palos al fuego, frente a una triste choza con pequeñas ventanas y el sitio justo para los cuatro miembros, mejor dicho seis, pues las dos cabras que les proporcionaban el desayuno también formaba parte de la familia.

La abuela miraba a su hija, no era la primera vez que el pequeño preguntaba por su padre, como matriarca era la que tenía la primera palabra, pero estaba cansada y muy mayor para contestar.

Nashua la madre del niño, le puso ambas manos sobre los hombros y le dijo:

– Enam, tu papa no se fue, se lo llevaron, un día vendrán a por ti, por eso te escondo en ese pequeño agujero cada vez que vienen, por eso el abuelo hace guardia a diario, esos hombres quieren esclavizarte, como hicieron con tu padre, llevarte lejos a trabajar en una mina o a una guerra pérdida en un sitio donde no hay retorno.

El abuelo se levantó y mirando al cielo dijo:

– Enam, no creas que somos débiles, nosotros los Ausaris fuimos una gran tribu, pero a diferencia de otros, nuestro Dios, no es un Dios de guerra, es un Dios de bondad, cuando quisimos defendernos ya fue tarde, nuestras pobres armas nada pudieron hacer contra su palo de truenos.

-Abuelo, ¿por qué tengo que ser bondadoso? ¿por qué quieren tener esclavos? ¿por qué? -gritó el pequeño.

– No hay un por qué, no hay una razón, creemos que es una enfermedad, pues nadie nace con esa maldad. Tenemos una opción. Y el abuelo se puso de rodillas con las dos manos sobre el fuego.

– ¿Cual cual cual ? ¡Abuelo!-volvió a preguntar el niño.

Entonces la abuela que estaba mirando hacia la sabana se giró y dijo:

– Tendremos que irnos, emigrar, dejar nuestra casa, nuestra tierra, nuestra costumbres, hacer un largo viaje que nos puede costar la vida, aprender otros idiomas y ser capaces de perdonar a los que nos humillen.

Enam, solo sabía preguntar y dijo:

– ¿Y Queita y Muco, nuestras cabras nos acompañaran? ¿ No?

Entonces el abuelo saco su cuchillo y dijo:

– Mañana partiremos y en el camino no hay agua para todos, las cabras vendrán, serán nuestra salvación por unos días- y se dirijio hacia ellas.

Todavía no había amanecido cuando la familia se preparaba para partir, Enam no paraba de llorar, sabía que en su mochila cargaba con parte de sus queridos amigos. Su madre le trató de explicar que las cabras estarían orgullosas de ser su sustento en el viaje, pero el niño todavía no entendía que era la esclavitud y el por qué de la huida. Su abuela le dijo que en el viaje tendrían tiempo de hablar y que no tenía que entender todo, pues las cosas pasan y evitarlas es la única forma de que no te afecten.

Antes de salir Shaira saco sus runas, esas que siempre hechaba antes de cada cosecha o cada batida de caza. Las agarró fuerte, hizo sus plegarias y las lanzó sobre los restos de la hoguera.

Lo que vio no le gustó, las runas decían que no todos llegarían al destino, esta vez no las recogió, sabía que entre todos los cambios uno sería dejar atrás sus supersticiones, el último tizón de fuego lo echó encima del techo de paja de la choza, ya no habia marcha atrás, no tenían nada, ni nadie en ese lugar.  Se puso en cabeza y empezó a cantar, la familia le siguió en fila, cargaban con lo justo, solo sabían de un largo viaje, desierto, montañas, otra vez desierto y entonces llegarían al mar, durante muchos siglos el mar fue el fin del mundo, pero no hacía mucho un pequeño hombre blanco que portaba una cruz les contó que cruzando el mar había una tierra de hombres libres y justos.   

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