Marcela nació en una comunidad rual del Estado de Guerrero, en México. Era un lugar digno de una postal. Rodeado de montañas y un caudaloso río, donde las mujeres se juntaban a lavar la ropa, mientras los chiquillos jugaban a los encantados dentro del agua. Sus padres como todos, eran campesinos. Tenía dos hermanos, uno que le llevaba 15 años de edad, y el otro tres. Desde pequeña apoyaba en las tareas del hogar, desde darles de comer a las gallinas, a los cerdos, o regar la hortaliza y las plantas de ornato. Cuando cumplió los seis años de edad la inscribieron en la escuela, fue para ella incursionar en otro mundo. Al principio se le hizo difícil, porque nunca había tenido contacto con un lápiz. El único libro que tenían en casa era el Silabario de San Miguel, que celosamente guardaba su madre en la canasta de la costura, y que de vez en cuando trataba de enseñarla a leer. A Marcela le resultaba muy difícil. Sin embargo cuando asistió por primera vez a la escuelita rural, se dio cuenta que su mayor deseo era aprender a leer y a escribir y viajar por el mundo en la imaginación de las letras.
El maestro Lupe como todo mundo le decía, era un hombre maduro, serio, pero con mucha paciencia para enseñar. Así que poco a poco Marcela fue aprendiendo, y embelesada leía su libro de Lengua Nacional. Fue creciendo y pasando de grado con muy buenas notas. También las actividades en casa cada vez eran más. Su hermano mayor se había casado y tenían tres hijos. Para apoyar a la economía familiar, Marcela ayudaba a su madre a bordar servilletas; mismas que vendían con las vecinas.
Cuando cursaba el quinto grado su familia enfrentó un problema ocasionado principalmente por la envidia, por lo que optaron emigrar a Lázaro Cárdenas, una ciudad del estado de Michoacán, donde había gran apogeo en la industria acerera, y su hermano pensó que podría obtener un buen trabajo.
A Marcela le dolía abandonar la comunidad, su escuela, sus compañeros, el río que tantas veces la vio jugar, y las noches estrelladas de las que jamás volvió a disfrutar. Pero también entendía que era por el bien de ella y su familia. Así que con las pocas pertenencias que tenían, una cálida mañana tomaron la camioneta que los trasladaría al poblado más cercano donde viajarían en un autobús. Su hermano había rentado un cuarto en una vecindad, donde estaban todos amontonados, en condiciones insalubres. Los sobrinos de Marcela se enfermaron inmediatamente, por lo que el poco dinero que llevaban se les iba terminando. Su hermano consiguió trabajo en la Siderúrgica, pero el salario era mínimo, ésto también debido a la falta de preparación. Su hermano apenas podía leer y escribir.
Fue una etapa muy difícil para todos, desde el caminar por las calles entre tanto carro, sin conocer a nadie que en algún momento los pudiera ayudar. Su hermano cada día se desesperaba más, hasta que un día apareció un ángel en su camino. Un señor de edad avanzada que vendía aguas frescas, a quien le llamaban Don Carrera, por su apellido. Él convenció al hermano de Marcela para que vendiera tacos en la vía pública, para esto también le prestó un puesto de lámina. Su hermano invirtió lo poco que le quedaba en comprar lo necesario para comenzar la venta. Marcela se iba a ayudarle. La venta era por las noches, pero se recogían en la madrugada.
Para una persona acostumbrada a labrar la tierra desde que sale el sol hasta que pinta el ocaso, definitivamente era complicada la actividad comercial. Más la necesidad y el amor por la familia, obligó al hermano de Marcela a persistir, ya que al principio no sacaban recursos ni para volver a invertir en los productos necesarios.
Marcela buscó una escuela para continuar el sexto grado y su otro hermano tres años mayor que ella entró a la secundaria. Marcela solamente encontró espacio en una escuela en el turno vespertino. Era una escuela muy diferente a la anterior. Se percató del abismo cultural entre ella y sus compañeros, principalmente en el lenguaje. Pero si algo tenía claro era que debía aprender a convivir en ese ambiente, y se dedicaba al máximo en realizar todo lo que el maestro les enseñaba.
Su madre, regresó a la comunidad donde vivían para vender una pequeña propiedad, y con ese dinero poder comprar un lugar donde vivir en mejores condiciones. Afortunadamente la vendió, y con ese dinero su hermano compró una pequeña vecindad. Lo que más deseaban era salirse del cuarto donde rentaban, y no fue tan rápido porque en la vecindad que compraron vivían mujeres de la vida galante y no se querían salir. Cuando se desocuparon dos cuartos, inmediatamente se cambiaron Marcela y su familia. Algunos meses más tuvieron que convivir con las muchachas, quienes de alguna manera se sentían incómodas y terminaron por buscar otro lugar para vivir.
Con el esfuerzo de toda la familia, el puesto de tacos poco a poco fue aclientándose,
de manera que ya les era más fácil solventar los gastos.
Marcela disfrutaba el trabajo en el pequeño negocio, ya que don Carrera tenía una charla muy amena, y en los ratos que no tenían clientes los hacía reír con sus anécdotas. Lo veían como de la familia.
El tiempo siguió su curso, Marcela terminó la Secundaria, y nuevamente tuvo que salir fuera para poder estudiar la profesión que le gustaba. Su sueño era ser maestra, y con gran esfuerzo de ella y su famila, finalmente lo logró. Aunque tuvo que estarse moviendo a diferentes lugares por cuestiones de su trabajo, ya no le fue tan difícil como cuando dejó su lugar de origen. Desde hace algunos años, le ha dado por escribir, y no pierde la oportunidad de plasmar en sus textos la añoranza de su tierra, de su gente, de la magia que solo puede provocar el contacto con la naturaleza en plenitud con el infinito.
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