Hoy escuché un estruendo, no sé cuánto tiempo llevamos así. Mis padres lloran y aparecen cubiertos de polvo. Al principio se escuchaban gritos, luego se convirtió en una costumbre el despertar a la mitad de la noche, parpadear y escuchar un sonido sordo que agita el suelo. Mis padres aparecen corriendo, están raspados, sangran por momentos, pero no se detienen.

No vemos el sol, el polvo lo cubre todo. Mis padres deciden que es hora de escapar. Los estruendos son cada vez más fuertes y mi vecino ya no responde cuando doy los cuatro golpecitos en la pared.

Como no puedo ir a la escuela junto algunas prendas rotas y un poco de hilo. Hago una muñeca. Se llama Valentina, igual que mi mejor amiga. La extraño mucho, no la veo desde que mi escuela se desmoronó.

Cuando mi padre me dice que escoja una sola cosa de toda la casa tomo a Valentina del brazo. Salimos por la madrugada, papá me dice que estamos yendo a un lugar sin ruidos y con flores, pero que para ello debo ser fuerte, muy fuerte. Pregunto por mamá. Me contesta que se adelantó y se queda en silencio, respira entrecortado.

Alcanzamos a un grupo de personas que caminan despacio y cansados, todos van en la misma dirección. Mis pies duelen, papá me sube a sus hombros durante una parte del camino. Limpio el polvo que se pegó a Valentina, ella es capaz de hacerse amiga de su propia sombra.

Papá está débil, cuando me baja de sus hombros su cuerpo suena, me parece escuchar como su corazón quiebra.

Pasamos dos días en la fila, cada tanto nos detenemos, mis pies están ampollados y sucios, arde el polvo que se metió bajo mi piel. Comemos algunas reservas secas y bebemos poca agua. Mi padre me había pedido que sea fuerte. Cada tanto lloro, mamá no aparece por ningún lado. Apuro el paso para encontrarla hasta que mis pies dejan de funcionar y papá me sube a sus hombros, cada vez menos tiempo.

Luego de algunas noches llegamos a la costa, estamos varados. Cerca de la costa Papá me tapa los ojos, hay personas en el suelo boca abajo. Dice que nos vamos a subir al primer bote que podamos.

-Mamá está del otro lado esperando a que lleguemos.

Comienzo a creer que ella nos dejó solos y eso me pone triste.

La gente empuja para entrar y se agarra para no caer. Estamos en el medio del bote, papá me sube a sus hombros para que no me aplasten, yo abrazo a Valentina para que no se asuste. Algunos de los pasajeros pierden las fuerzas y caen al agua, el bote no frena. Las lágrimas que caen por mis mejillas arrastran el polvo mientras se secan.

Veo lágrimas en el cara de mi padre, sus piernas tiemblan. No comemos, tampoco bebemos agua, el frío de la noche me quita el hambre y hace castañear los dientes.

Lloro, por la noche escucho los cuerpos cayendo al mar, cada vez caen menos, pero caen más pesados. Son estruendos tan feos como los que se escuchaban en casa.

Caí dormida. A la mañana siguiente despierto en brazos de mi padre, Valentina no está más.

Nos espera gente desesperada en la costa, corren, gritan, saltan cercos de alambre, algunos se desploman en la arena. Mi padre me da agua.

Damos algunos pasos, los gritos y escalofríos recorren mi cuerpo.

Mi padre cayó al suelo y no respira.

Me perdí.

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