Quizá fuera cosa del destino, pero ella pasaba siempre por allí. Por la misma esquina, a la misma hora. Y yo estaba siempre en el mismo bar, antes de ir a trabajar, tomando un café. Un momento en el cual, a través de todo el ambiente, mi mente descansaba, me dejaba llevar, producto del momento. El aroma a café recién preparado, renovaba mi espíritu. Ése invierno fue particularmente crudo, y ese tiempo en el cual realicé esa rutina fue crucial en mi existencia.
Ella pasaba por allí. Comencé a darme cuenta a los pocos días. -Francisco, lo de siempre- ya éramos grandes conocidos con el mozo de ésa dependencia. Café bien cargado, bien caliente y con 3 de azúcar. Lo miro, me froto las manos, saboreo su aroma, el primer sorbo es corto, el segundo más largo, casi seguidos, después descanso mi paladar, prendo un cigarro, la conjunción de cafeína y nicotina explotan en mi boca, se introducen en mi cuerpo, empieza el día.
A esa renovadora experiencia diaria, le anexé la tibia sensación en mi cuerpo de verla caminar. Me gustaba, me hacía sentir maravilloso. Más que observarla, la admiraba. Mujer de aspecto maduro, entre 45 y 50 años, frágil, en su justa medida, pelo corto, siempre adornado con un pañuelo que caía hasta la mitad de su espalda.
Era un día cualquiera, como siempre, ingreso al Bar, voy a mi mesa. -Francisco, buen día, lo de siempre más el Diario. Era Lunes, miro por la ventana, esperando verla. Suenan las campanillas de la puerta, inconscientemente miro para ése lado, era ella, pasa por mi lado hasta llegar a la barra. Me invade su olor dulce, fresco, a flores, más adelante en mi vida, compraría ese perfume solo por tenerlo. Toma una botella de agua, paga, se dirige hacia la puerta con andar vacilante. Indefectiblemente pasa por mi lado, la miro, ella siente que mis ojos se clavan en su ser, me mira… el tiempo se detiene, se vuelve cada vez más lento, sus ojos verdes, brillantes se posan en mí, siento un tibio calor en mi humanidad; se sonríe y es lo más hermoso que he visto en mi vida. Suenan otra vez las campanillas, ella ya no está. Me quedo mirando como se va con su paso lento y cansino, deseoso que llegue el mañana.
-Francisco, un café y el diario por favor. Me noto ansioso, abro el periódico, su rostro engalana las Necrológicas: «Joven pueblerina profesional fallece tras luchar contra un cáncer pulmonar, tenía 31 años». Un gusto muy amargo crece en mí. Dejo el café a medias, tomo mi campera y me voy.
Hoy dejé de fumar. Solo me bastó una sonrisa para entender que esta sucesión de momentos que se llama Vida, debemos disfrutarla, debemos saborearla minuto a minuto. Ahora, cada vez que entro al bar por una botella de agua, saludo a Francisco… Él me devuelve el saludo con una sonrisa.
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