Esas pequeñas cosas

Esas pequeñas cosas

Alex Castilla

15/04/2020

Es marzo y desde hace días una pareja de mirlos vienen al jardín. Son un macho de color completamente negro con pico amarillo y un círculo alrededor de los ojos de igual color. La hembra, más pequeña es de color parduzco con una pequeña mancha naranja por debajo del pico.

¡Qué bonitos! —pensé

Ellos al margen de todo, cantan. Parecen felices y eso me transmite un cálido optimismo.

Cantan como aflautado y su sonido es melodioso y grave —observé.

Los primeros días no me fije mucho. Luego tuve necesidad de verlos aunque fuera a través de la ventana por la lluvia. Una mañana les puse un cuenco con migas de galleta y trocitos de fruta con el objetivo de que estuvieran más rato y mataran la impuesta soledad. No funcionó.

Al día siguiente, salió el sol y con la taza de té  salí al minúsculo jardín, y me senté en las escaleras de acceso. Apenas a dos metros, los mirlos estaban dando buena cuenta de lo que el día anterior les había dejado en el cuenco de cristal. Se sorprendieron al verme, y pensé que iban a echar a volar, pero no lo hicieron.

El planeta ha sido parcelado y todos estamos encerrados —les dije — como si me entendieran.

El macho me miró y acercándose valiente hacia mí en pequeños saltitos, dejó con su pico un diminuto resto de galleta a mis pies. Se lo agradecí, inclinando mi cabeza. Después fue a reunirse con la hembra de la misma forma que se había aproximado y empezó a cantar.

El hecho que refiero pasó en un tiempo que afortunadamente superamos.

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