Huesos y armaduras chamuscados crujían en la oscuridad bajo los escarpines de sir Godfri. Cada paso elevaba una niebla corrosiva. Un cráneo se pulverizó en un polvillo rencoroso que subió a buscarle las cosquillas al yelmo. Sir Godfri tuvo que encogerse violentamente para reprimir, en silencio, el estornudo. El encuentro de ambas fuerzas, estornudo y contención, desencadenó un juego de presiones irreversible que halló salida natural al otro extremo del inclinado caballero.
-Terribles fuegos traéis- comentó una voz ronca al disiparse el eco del estampido.- ¿Vos también sois un dragón?
-¡Quién anda ahí! -rugió sir Godfri esgrimiendo el espadón que llevaba echado al hombro.
-«¡Quién anda ahí! ¡Quién anda ahí!» -se burló la voz.
-¡Yo soy Sir Godfri! ¡Yo soy Sir Godfri! -El gallardo paladín se irguió en todas sus juntas.
-¿Sois dos, sir Hamfri? -preguntó la voz con ironía.
-¡Vos preguntásteis dos veces! ¡Y es Sir Godfri! -contestó el caballero.
-Aquello era sarcasmo, sir Cofre -ilustró el dragón.
«Era sarcasmo», pensó sir Godfri.
-¿Entonces no fuisteis vos? -preguntó el caballero-. ¿Cuántos dragones hay aquí? -Se giró con desconfianza-. ¡Y me llamo Sir Godfri!
-No temáis, aquí sólo hay una bestia y yo no mato. Acercáos sir Llefri -invitó la voz.
-¡Sir Godfri! Y no pienso acercarme. -Se cruzó de brazos.
-¿Y a qué habéis bajado? ¿Habéis venido aquí a alejaros de mí?
Sir Godfri se lo pensó.
-Vale, me acerco ¡Estoy desarmado! -amenazó exprimiendo espadón y antorcha.
A treinta pasos y cinco estornudos de distancia las paredes de roca desaparecieron. La oscuridad se tragaba la luz. Sir Godfri dedujo, por las corrientes que agitaban la llama y las alas del yelmo, que ante él se abría una caverna enorme.
-Quedaos exactamente ahí -pidió la voz.
-¿Sobre esta cruz dibujada en el suelo? -preguntó sir Godfri mirando bajo sus pies-. ¿Y quién sois vos para…
-¡Yo Soy! -. El bramido fue descomunal-. ¡El Dragóooooooooooooooooooooooooooon! – Sir Godfri empezó a vibrar como un diapasón frenético.
La presentación estelar prosiguió en la mejor tradición pugilística.
-¡El dragóooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooon!… ¡ZETÉTICOooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo! -y continuó feliz -. Encantado de conoceros, sir Gofre.
Para cuando sir Godfri dejó de vibrar la antorcha se había apagado, la dejó caer. De las alas del yelmo le quedaban dos plumas.
-¡Que me llamo Sir Godfri! -insistió atornillándose el yelmo para volver a mirar hacia delante-. ¿Dragón sintético decís? No conozco esa clase.
-¿Y qué clase de dragón conocéis vos, sir Cafre? -preguntó el dragón.
-El de cueva -contestó sir Godfri con voz helada-. Esa bestia subterránea que pervierte la inocencia y destruye la religión, la sociedad y la economía robando montañas de oro para dormir sobre ellas. Tiene un punto débil bajo la tetilla izquierda.
-Interesante -valoró el dragón-. ¿Y cómo se adquiere esa ciencia?
-Te tocan así con una espada. -Sir Godfri hizo la pantomima-. Y te dicen: «Por Dios, San Miguel y San Jorge, os nombramos caballero. Id y matad a esa bestia subterránea que pervierte la inocencia y destruye la religión, la sociedad y la economía robando montañas de oro para dormir sobre ellas. Tiene un punto débil bajo la tetilla izquierda.”
-¿No hay más?
-No. Bueno sí. Te prestan el espadón y la armadura, y al salir las pagas con el oro que habéis robado vos.
-No cabe una pulgada de duda o miedo en vuestra coraza.
-¡Ni una! -respondió desafiante sir Godfri golpeándose el pecho, ¡pong! hizo-. Dios y la ciencia moderna están de mi parte.
-¿La ciencia moderna? -preguntó el dragón.
-¡Sí señor Sintético! Tetilla izquierda, armadura… y estocada-. Sir Godfri hizo la pantomima-. Tecnología bélica moderna. Dios mediante, he de mataros científicamente en un plis plas.
Hubo un largo silencio.
-Lo que no existe no muere -apuntó finalmente el dragón.
-Oh, pero vos existís, señor dragón ¡Existís! -jadeó sir Godfri pinchando la oscuridad para remediarlo-. ¡De momento!
-Pero vos no, sir Godfri. -El dragón hizo una pausa-. Vivís vuestra hora más tenebrosa acorazado y armado tras verdades ajenas. Y estáis dispuesto a matar la única voz que os acompaña. Abrid vuestro corazón y responded: ¿Quién sois vos?
El paladín explotó. -¡Sir Godfri!, ¡Sir Godfri! ¡Yo soy Sir Godfriiiiii! ¡Yo os mato!
-¿Quién me mata? -preguntó el dragón tranquilamente-. ¿La espada? No es vuestra ¿Vuestra mano? Otro la paga ¿Vuestra fe? Palabras de otros ¿Dios? Si existe no necesita matar, si lo necesita no es Dios ¿Vuestra ciencia? Vendida a la codicia es producto, no ciencia. -Se detuvo. Sir Godfri jadeaba pinchando la oscuridad.- Vuestro corazón -insistió-. ¿Qué desea realmente? ¿Sabéis cuál es el resplandor más valioso en la oscuridad, sir Godfri?
-¡El oro! -gritó el paladín.
-La salida… -susurró el dragón.
Sir Godfri, metódico, ¡Hop! ¡Hop!, perforaba la tiniebla con su espada buscando una tetilla.
-Vuestro corazón de hierro no soporta el miedo ni la duda -continuó el dragón-, así que no busca la luz. No tenéis valor para mí.
-¡Cobarde yo! -se inflamó sir Godfri-. ¡Iluminadme con vuestra sabiduría que ahí va la mía!. -Y se lanzó a ciegas al fondo de la caverna tras su espada y su ignorancia.
El fondo estaba cincuenta metros por debajo.
………………………………………………………
-Muero -dijo sir Godfri.
-Consoláos sir Godfri. No morís.
-¿Sobreviviré?
-No hombre ¿Cómo se os ocurre? Cincuenta metros, roca, armadura destrozada… Quería decir que vivísteis sin llegar a ser vos mismo, así que no podéis morir.
-Pero yo soy quien ha caído.
-Como una piedra.
-Soy yo quien yace en la oscuridad, solo.
-No lo estáis. Yo os acompaño.
-Terrible compañía. A vuestra luz veo que no he vivido y sin embargo muero. «¿Quién soy?», preguntábais. Yo soy quien muere.
-¿Estáis seguro Sir Godfri? ¿Es vuestra última palabra?
Por primera vez en su vida, Sir Godfri dudó.
-¿Yo soy…
Y murió con la luz suficiente para iluminar aquella certeza, que suena como una pregunta íntima y universal mientras se derrama más allá de sí misma.
-Buen comienzo -elogió el dragón- . Quizás su significado os guíe más allá de lo aparente.
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