Con esperanza y miedo volvía a algo frágil y deseado, con la ilusión de que esta vez fuera perfecto, de película. Ambos nos habríamos dado cuenta, ahora todo sería más fácil. En mi foro interno guardaba mis límites a la espera de ser cruzados pronto, como antaño. Sin embargo, aquellos ansiados días perfectos solo llegaron en mis pensamientos, en esos deseos internos porque fueras el único, el último.
La realidad siempre chocó demasiado fuerte en mi frágil alma idealista. No era del todo fácil llegar a mi corazón, pero menos lo era quedarse para siempre. Sabía muy bien qué clase de personas eran capaces, puesto que algunas lo habían conseguido hacía tiempo. Pero sabía que tú no serías uno de ellos, pues los indicios anteriores pesaban demasiado en tu conducta y te harían desaparecer muy rápidamente en el tiempo.
Hacía mucho que había aprendido que el amor no lo era todo y menos aún cuando no era demostrado por las dos partes con la misma intensidad. Aprendí a aferrarme demasiado a recuerdos y esperanzas, pero sabía que pronto me desprendería de todo, pues la realidad chocaría fuertemente con un desprotegido e indefenso corazón.
Porque las prioridades se transmiten con los hechos, pero en nuestra condición de animales algunos se acercan a ese ilógico e inhumano automatismo que separa el corazón de los actos. ¡Y yo que creía que la calidad humana era lo que nos diferenciaba del resto! Pobre inocente, aprendí que es mejor saber decir adiós a tiempo… o a destiempo, porque mi ilusión se rompe y ya no sufro… porque ni siquiera me queda un pequeño soplo de aliento.
Y sin embargo quisiera escribir la canción más bonita del mundo. Para hablar en tu idioma. Para despedirte. Para que veas que estoy mejor. Para que sientas mi alma viva. Para quitarte un peso de encima. Para hacerte libre de la condena de mi amor. Quiero que triunfes. Que sonrías en el escenario. Ver tu garra, tu fuerza. Verte respirar aliviado. Desde lo lejos. Quiero que me borres de tu recuerdo como si jamás hubiese existido. Quiero que seas tú, como siempre fuiste. Tú, sin mí. Quiero que nos dejen de doler los ojos y el alma. Quiero que estés orgulloso de quien en su día fue tu prometida. Que la veas respetarte, fuerte.
Y, en cambio, siento poder ofrecerte tan poco… más que un triste texto. En mi idioma. Para engañarnos con que me despido. Para fingir que estoy mejor. Para que el alma que ha volado, vuelva. Para agobiarte con mis impertinencias. Para sentirte encadenado porque no he aprendido a desprenderme. Porque quiero ser quien te vea sonreír sobre el escenario. Que me muestres tu garra y tu fuerza. Que respires… cómplice, conmigo. Quiero que lo que sientas sea verdadero y me quieras siempre en tu regazo. Quiero que seamos nosotros, como siempre hemos sido. Un equipo. Y que en este brillen nuestras almas, reflejadas en los ojos del otro. Y solo puedes ver una niña pequeña que no te respeta, demasiado débil.
¿Y qué podría pretender cuando escribo? ¿Y qué podría regalarte más que mi ausencia? Si ni siquiera sé hablar en tu idioma, sino en uno absurdo que hago llamar «el mío…». Solo concédeme un último deseo. Déjame morir en vida. Déjame ir apagándome poco a poco con tus recuerdos, con tu olor, con tu sonrisa… con tu ausencia. Deja que el tiempo me permita arrepentirme de haberte dado todo lo que hasta el momento no tengo.
Quédate con mis mejores sueños, con mis besos y con mis ojos cerrados… a tu lado, solo que esta vez de otro modo. Permíteme sentir paz, aunque esta sea muy diferente a la anterior. Déjame alejarme del ruido de tus falsos sentimientos.
Estoy huérfana de vida, de brillo en la mirada, de ganas de sentir. Estoy, pero muy lejos de lo terrenal. Es, quizás el cielo, un hotel mejor para descansar el alma, perturbada, por las heridas que jamás dejaron de sangrar.
Callé por un tiempo, pero solo jugaba al escondite de los sentimientos, de los sueños perdidos, sin culpables, de mi alma de niña totalmente entregada a esos ojos que me daban la vida cada segundo de mi absurdo tiempo.
Quédate en tu puesto, pues el triunfo te espera. Los corazones rotos se mantienen en sitios más apacibles, más íntimos, muy lejos de ti. Déjame ir apagándome. Déjame morir… pues estoy segura de que algo mejor te espera. Otro camino con éxito asegurado. Muy lejos de mí.
Pero una terrible nostalgia me invade. Debo admitirlo. Tengo nostalgia de tus besos, de tu anhelo, de tu cuerpo bajo el mío. Tengo nostalgia de tu voz riendo, de tus dedos sobre mi cuerpo. Tengo nostalgia de ti, del regalo en forma de trozo de emocionante vida que me has otorgado… por un tiempo.
Ve libre y agarra bien fuerte tus sueños, sé firme, no caigas en lamentos. Vive y permite a mi recuerdo vivir tus éxitos. Siempre mantendré mi posición desde lejos. Siempre estaré contigo, pero ahora en silencio. No mires atrás, no es necesario el arrepentimiento. Permite que tus ojos brillen como antaño… pero ahora, conmigo lejos.
Comprendí que la montaña rusa de la vida nos llena de adrenalina en las alturas y nos hunde en las curvas bajas. Hace tiempo que aprendí que la vida es incierta. En un segundo se construye o se rompe una ilusión. Aunque el tiempo a veces juega en nuestra contra, en otras ocasiones es nuestro mejor aliado.
Aunque con la mirada perdida y la cabeza hiperactiva encuentro mi cuerpo muy lejos de mi mente. Ya aprendí que no hay más hogar que aquello que está en mí. Cuando veo que caigo en picado esta se frena, por un segundo, a mirar los puentes que he creado. Algunos quedaron atrás, otros pendientes, pero jamás los cruzaré. Mi ilusión de hogar se desvanece entre la nada de una realidad que a lo lejos se ve cada vez más borrosa. Y es que ese puente, que al final no es más que una mano tendida, no lo cruzaré jamás. Es momento de regresar. A la esencia. Al comienzo. A reconstruir mi idea.
Con alas caídas no cruzo el puente que tanto ansiaba. Acepto mi derrota. Ese puente no era realmente mío. Vuelvo a mi hogar, que no es más que aquello que deseo. Porque las lágrimas me nublan, pero siempre mantendré mi condición de ave fénix.
Y es que es ridícula la melancolía. Es dejar un trozo de mi alma por el camino, en manos de otro, en vagos recuerdos que nunca volverán a vivirse. Es darme cuenta de que he olvidado cómo sentían tus labios cuando, accidentalmente, me encuentro con tus ojos en cualquier lugar de ninguna parte. Porque en esto que ya está roto, todo es nada insignificante, cualquier roce es nada repetido, cualquier gesto es nada importante.
Cualquier alma está perdida en este encuentro, que es más un desencuentro conmigo misma. Y entre la melancolía y el presente divago. Una melancolía que huele a viejo, a nada, a miedo, a olvido, a muerto. A palabras calladas y a girar la cabeza hacia otro lado.
Y es que eres miradas perdidas en el metro. Eres esperanza ida mirando un absurdo teléfono. Eres tedioso pasado y maravilloso recuerdo. Eres la soga, la cadena que me ata y, sin embargo, también el libro viejo y cerrado. Eres una foto bonita de aspecto gastado. Eres un secreto callado, ocultado por vergüenza, por muchos odiado. Eres esencia en mi cuerpo, veneno probado, cual miel, muy dulce en los labios.
Hoy me levanto sin vida. Siento que el aire corta cada parte de mi cuerpo con su frialdad. No ha habido un solo día en que no hayas ocupado mis pensamientos. No ha habido una persona ante quien no haya pensado que todo lo que me ofrecía me sabía a poco.
Hay veces en que la importancia de algo no se juzga por el tamaño de la huella de tristeza que este deja, sino por la evidente certeza de los niveles de conexión y sentimientos tan profundos que hacen que esos todos que me ofrecen me sepan a nada. Porque ellos no tienen la culpa. Ni siquiera tú. Y me lamento al infravalorarles y sin embargo no poder olvidarme de ti… pero esta soy yo y mis circunstancias. Nadie tiene la culpa de que todos los días desde entonces sean un mal día y de que esté encerrada en mí misma.
El problema soy yo. Yo y ese anhelo que perdura en mí más de lo recomendado, donde pierdo la cordura, donde pierdo la esperanza, donde solo vivo un sucedáneo de lo que mi corazón esperaba… de esta vida absurda, corta y amarga donde nadie más que tú… permanece.
Y es tan extraño sentir cómo me pierdo en mí misma para encontrarte, cada noche, como antaño. Espío en el pasado sonrisas que no me dedicas. Obligada a construir sobre el silencio no es mi vida la que vivo, sino la tuya, que persigue mis talones mientras trato de encontrar en cualquier recóndito lugar una pincelada de mi esencia.
Son otros labios los que me rozan en este momento, pero tu recuerdo todavía me quema imparable por dentro. Porque existen muchos tipos de besos. Están los besos sentidos. Y luego están los otros. Los de relleno, los de placer, los de «¿por qué no?», los falsos, los verdaderos a medias, los de fiesta, los de sin importancia, los equivocados, los que esperamos que nos hagan sentir, los que nos hacen sentir inevitablemente aunque no queramos, los que damos para cubrir una ausencia. Algunos olvidados por accidente, otros por voluntad. Los peores son los que no olvido a pesar de estar en los labios de otro. Y al fin y al cabo todos son besos, pero no siempre significan lo mismo y me hundo al saber que no está en mis manos.
Porque absurdamente me sorprendo pensando en tu magia de antaño. En tu ternura, en tus labios carnosos… en tu anhelo gastado. De lo que conocí no queda sino una sombra, jugaste muy duro… silencios forzados. Mi cuerpo se desangra mientras tú miras hacia otro lado. Es tu decisión egoísta quien me ofrece un futuro condenado. Rodeada de fantasmas me pierdo en este huracán de rabia.
¿Cómo explicarte que tocarme no significa rozar mi alma? Que en los abrazos de otros no encuentro tus cálidas manos. Elegiría un segundo de ti frente al placer variado. Cuando todo significa nada y un poco demasiado, nadie puede alcanzarte dentro de este corazón cansado. Son solo las palabras un juego para olvidar el pasado.
¿Cómo hacerte saber que tras mi falsa entereza duelen tus comentarios? Que me hundo al girar la esquina, cuando ya no estoy a tu lado. Que las lágrimas no cesan y convierten en río un sueño fracasado. Que vivir es algo relativo. Que hay muchas formas de morir. Que una de ellas es morir en vida si no estás a mi lado. ¿Me asistirás si agonizo a tu lado?
Sonrisas fingidas, inmerecida paciencia que espera un perdón que jamás llega. Hoy comprendo que existe un mañana, que nos equivocamos demasiado, que hacemos daño. Que aquello que pudo parecer desgarrador se convierte en olvido cuando decido emprender un nuevo viaje.
Tras enfermar por un tiempo por fin me encuentro sana de ti, de tu frialdad, de tus desprecios. Hoy quiero cambiar el rumbo y levantarme de nuevo, porque solo yo puedo evitar seguir en esta caída sin frenos. Y estos son los finales que me gusta alcanzar, los que se convierten en nuevos comienzos. Los que sin ayuda de nadie supero. Hoy tomo perspectiva y decido permitir nuevos comienzos. Estoy preparada para construir sobre tus ruinas y volver a alzar el vuelo. Hoy decido vivir y amar de nuevo.
Escrito el 7 de mayo de 2017 por Xana.
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