Tras cuatro décadas de comunismo,  que no lograron modificar tradiciones y supersticiones arraigadas desde el medievo, es la pascua ortodoxa, cuando vamos a amarnos pero, para nuestro horror, también es la pandemia global que, en menos de un mes, sí ha cambiado todo. Según orden gubernamental de Sofia, está terminantemente prohibido salir a la calle sin mascarilla, acudir a los cercanos bosques a caminar o juntarse pequeños grupos de amigos en los bancos de los parques. A su vez, los medios oficialistas, han recomendado orar desde el interior de los domicilios. Una semana después de que termine la primera luna llena tras el equinoccio del 21 de marzo, nada será igual. En toda la ciudad, bañada por un río silencioso, no hay vida. Quizá por eso, tú y yo nos desnudamos frente a la ventana del salón y, sin prisa, comenzamos a hacer el amor. Pero, enseguida, paramos. Ninguno de los dos puede concentrarse, ni en el placer ni en la caricia, pues entre los escombros de un inmueble abandonado frente al nuestro, hay un perro, joven y blanco, con aspecto de desolación, mirando distraídamente en nuestra dirección. Tras volver a vestirnos, me preguntas:

-¿Crees que habrá sido abandonado? Parece sufrir hambre y soledad.

Me encojo de hombros y niego con la cabeza. En un país dominado por los gatos, sorprende ver un perro solo. Insistes:

-Se parece al perro que me regalaste cuando empezamos a convivir. Baja y súbetelo, démosle cobijo y seamos humanos.

De repente, el silencio se vuelve pesado, como sí volviéramos a aquella etapa, antes de casarnos, cuando éramos más felices y jóvenes, llenos de ilusiones y esperanzas que jamás se cumplieron. Por mi parte, todavía no he acabado la tesis, para poder dar clases en la Universidad y, por tanto, sigo en un instituto, aguantando estúpidos y sus estupideces; mientras que tú, apenas recibes varios pacientes al mes en la consulta psicológica de nuestro despacho. Tras varios segundos de duda, explico:

-Lo siento, imagínate si está contagiado. No quiero correr ese riesgo.

Me apartas de un empollón y te diriges hacia la puerta, agarras el pomo y abres pero, enseguida, cierras.

 

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