No soy capaz, no me atrevo a imaginar lo que en estos momentos estaréis pensando de mi, todos aquellos rumores bastos que se han divulgado en mi ausencia. Aun arriesgo de que no me creáis, me pongo en contacto con vosotros porque al fin ha pasado algo realmente extraordinario. Discúlpenme si no sé muy bien a quienes me refiero, a una sociedad futura o pasada, pero aquí los atardeceres duran dos soles y desde la arena mojada el tiempo se diluye, como si me encontrara en otra dimensión. Aquí no dura el tiempo. Lo que les vengo yo a contar, quizás paso ya la muerte de algunos familiares o quizás solo algunos segundos que se detallan tras el minutero.
Desde una esfera cetrina imaginad, una ingente masa de cielo claro con nubes bajas que reclaman toda la inmensidad del mar. Debo decirles, que me encuentro en el mejor de los paisajes jamás descritos, piso terra preta y aquí mis pies siempre andan teñidos de verde. Cómo explicaros que en esta tierra virgen, los olores se confunden con los sonidos y en cuanto me despisto la humedad se ha rociado a sí misma. No crean que desconozco vuestra incertidumbre, que después de todo este tiempo y un silencio aletargado, a poco os importa ya donde amanezco o porque lugares ando. Pero por favor, les pido que no sean apáticos, que me regalen un poco de osadía.
Aquí harán tres amaneceres y cuatro estaciones, cuando en uno de mis largos paseos de conversaciones en pausa, algo completamente insólito estaba a punto de ocurrir. Pensarán quizás, que ya no queda nada de la poca cordura que a veces desprendía, pero si no estuviera tan segura de que estos hechos- incidentes tan propios de la literatura espectral del Medievo-son totalmente ciertos, no detendría mi actividad aquí encomendada perdiendo tan solo un segundo de reflexión.
Iba inmersa en mis pasos, traduciendo la liturgia del tiempo y ya casi adulando aquella síntesis superadora cuando de repente y en un acto de ultraje violento hacia mi soledad; – se me olvidó mencionar que en mi paraje ermitaño soy la única humana existente- me lo encontré de frente, alineado completamente en mi camino, entre las grandes plantas trepadoras leñosas y los arboles de la quina. Recuerdo sentir el miedo en contundentes alteraciones, su pupila me acuchillaba en un sonido agudo como el de un violín. Todavía me recorren escalofríos por la nunca mientras os lo escribo y las manos se me vuelven sudorosas, en un sudor frío.
Absorta, por primera vez la isla se impregnó de un silencio supremo y quedó envuelta por una especie de magia negra, que no exagero cuando creo recordar, hasta el cielo mas celeste se tornó al gris más oscuro, volviéndose la atmósfera de una densidad inverosímil jamás investigada, por un instante pensé que toda la tierra se abatiría sobre si misma.
Recuerdo que por primera vez en mucho tiempo, perdí el control de mi cuerpo y no podía parar de temblar. Estaba ahí, frente a mí, en un lugar donde el auxilio no existía porque tampoco creo recordar existiese vida más allá de la mía. Era un humano, pero tampoco podía estar segura ¿Cuáles eran las últimas imágenes que retenía mi cabeza sobre una persona? Su estatura era mucho más inferior. Pero no era un niño, para nada su rostro entrañaba ternura y estaba recubierto de pelo. Creí estar ante el hombre más primitivo de la historia. Sus manos eran bastas y su cuerpo un mejorado reflejo de un mono. Mi pensamiento se enmudeció, dejando toda palabra encarcelada y mi boca se resistía a hablar.
Aquella especie de protuberancia con alma no cesaba su mirada y avanzaba hacia a mí con decisión, parecía no temerme. Creo que sentía como el miedo se abalanzaba sobre mí dejándome petrificada; comenzó a andar, cada vez más cerca sin parpadear, en cada paso mis latidos sonaban de forma ensordecedora y mis ganas de huir me estaba desgarrando hasta mis más profundas entrañas, cada vez más cerca, la atonía de mi cuerpo me llevo a agacharme a alinear su cara con la mía. Se paró frente a mí, aliento con aliento, su nariz casi me tocaba y sus pupilas se habían acercado tanto que solo podía ver un paisaje primitivo. La nocturnidad de sus ojos recordaba al vacío que existía antes de crearse el universo.
Entonces, su mano que parecían haber palpado lo más atávico que hubiera parido el mundo, se acercó a mi cara comprobando mi rostro, pareció que su palpito era seguro y a diferencia de mí, el miedo en él jamás había existido. No era la misma especie, ni siquiera creí estar ante un ser vivo, pero no era piedra, quizás solo fuera alma convertida en una especie de materia. El pánico me sucedió. Tras él, mi paisaje quedaba envuelto en un lugar desconocido y desamparada intenté en un salto distanciarme.
Parecía a punto de decirme algo pero la conversación solo sucedía en mi cabeza. Se estaba comunicando conmigo pero su boca apenas se inmutaba. Pegué un grito, ¿pueden imaginarse ahora cuál era mi sensación? el mundo me estaba hablando y podíamos conversar sin necesidad de pronunciar palabra. La conversación no era lineal, profusidades de sentimientos se conducían en un flujo constante. Ante tanto barullo intenté preguntarle ¿Quién eres? pero el murmullo de diez mil conversaciones en una sola mente no me dejaba escuchar. Volvía a repetir, cada vez con mayor desgarro ¿Quién eres? y el cielo comenzaba a oscurecer y la lluvia precedió. Grité con los pulmones pero sin producir sonido ¡¿Quién eres?! las nubes comenzaron a tronar, el mundo parecía estallar en un llanto y los rayos iluminaron todo mi entorno. Ante la impotencia, con las manos frías y entera empapada comencé a llorar, me agarré a esa cosa espectral y lo aporreaba buscando una respuesta. De pronto, entre mis gritos, mis sollozos y el ruido penetrante de los truenos, comencé a escuchar un hilo de voz débil y suave, como si entre la tormenta el sol hubiera engendrado un único rayo de luz. Muchas voces se comenzaban a fundir y podía percibir un tono inteligible. Al fin sabía que el mundo me estaba hablando ¡era cierto! mi piel se tornó tersa y mi cuerpo se abría a el mayor llanto de emoción jamás descrito en la faz de la tierra.
Este me dejó un recado, durante horas mantuvimos la conversación más sobre-humana, aquellas parecidas a las que los dioses mantenían con el daimon del hombre. Yo estaba asustada, ecos en mi vientre resonaban de las voces más antiguas de nuestras generaciones. Recorrieron por mi cabeza civilizaciones enteras… humanos tan antiguos. Todas las gentes, todas ellas de su historia se habían alineado con el sol y todos los astros y con los animales y con las corrientes de agua y todas habían decidido dejarnos un mensaje. Este lo escribo ahora con cierto vacile y tirito y de nuevo mis manos tiemblan. Perdónenme si no soy capaz de reproducir con tal encanto y magia aquel legado pero quizás traduciéndolo al lenguaje humano podría decirse así:
«El humano que desde antaño ha usado y amado toda nuestra tierra, debe aún creer en las causas finales y como una marca de tierra, aún existe un camino en el que el hombre y el mundo puedan coexistir. Atended siempre a los gritos, las risas y los llantos de tantas personas como animales, como la hierba, como las olas. Atended a ellos, porque solo escuchando vuestra naturaleza podréis entender el modo de sobrevivir».
Algo más victorioso y divino me dijeron. Yo hoy os lo cuento porque es mi deber, a los anónimos lectores a los que llegue esta carta les pido por favor, es más, les ruego que hagan caso, algo triste está pasando en el otro lado del mundo, algo triste que ustedes han de ponerle final.
Pronto volverán a saber de mí. 1/01/270
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