¡POR FIN! ¡Por fin un poco de calor!

Parece que la pandemia se ha aliado con las nubes y sus juegos de tormentas, acompañadas por el frío polar, para crear su mejor papel apocalíptico en esta película.

Pero al fin asoma el sol y la brisa cálida que precede al verano.

Por eso me he decidido a subir a la azotea, tras descubrir que la misma llave de la puerta del edificio nos abre también su paraíso elevado.

Subo los 10 pisos a pie —ya que estoy hago ejercicio— y llego ahogándome en mi respiración anaerobia, demasiado tiempo dormida. Ya en el noveno piso empiezo a entrever la luz natural, comienzo a sentir el calor que emana de la azotea y se van excitando todos los pelos de mi cuerpo, mis ojos se abren enormes para recibir el fenómeno que están a punto de volver a ver… ¡ay de mí sin ese sol enorme!

30 minutos en la azotea no son muchos, pero es lo máximo que podré estar…

El ruido estridente de las hélices me despierta de una ensoñación deliciosa, mi gata y yo estamos apoyadas en una de las esquinas del cuadrado. Las paredes son suficientemente altas para que no me vea nadie, pero aún así no me he atrevido a quitarme la ropa, a pesar de que el calor lo exige.

¡Miro a mi alrededor y me encuentro con ese monstruo mecánico! El sol me deslumbra y me obliga a cubrirme los ojos con la mano pero no puedo escapar de su ruido. Empiezo a asustarme a medida que se acerca, respiro rápido, me ahogo otra vez. ¿Qué ocurre? ¿Por qué este alboroto?! Duna se levanta rápido y empieza a correr hacia la puerta de la azotea, pero alguien la ha cerrado por dentro. ¡Estamos atrapadas!, intuyo por su violenta mirada. -¿QUÉ HACEMOS?- me pregunta desesperada.

El helicóptero de la policía nos grita enfadado, fuera de sí!

Solamente me han dejado hacer una llamada, pero han aceptado darme papel y boli mientras dure el arresto.

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