Aquella tarde de sábado me senté en el banquillo de la plaza a leer, a recuperar una vieja costumbre que había perdido con el paso del tiempo. El otoño lo volvía un día agradable. No había mucha gente en los alrededores y un frío viento amenazaba cada tanto con cambiar la página que leía con tranquilidad. De vez en cuando se oían niños jugar pero yo, cabeza gacha no me percataba de ellos, sólo de mi lectura. “¡Ah! Aquel gélido recuerdo de una noche de diciembre…” Recorrían mis ojos. “…espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo…” El sol caía poco a poco y al cabo de un rato se había encendido la luz de los faroles que me rodeaban. “Dolor por la pérdida de Leonora…”
-¿Qué pasa si te digo que me gustas?- Escuché aquella familiar voz en mi cabeza al leer esas palabras y levantando la mirada observé los árboles que cruzando la calle flanquearon aquella confesión hace tantos años.
Cerré “Narraciones Extraordinarias” y me quedé viendo la tapa del libro en silencio mientras una madre corría a socorrer a su hijo que había caído de un columpio. ¿Cómo olvidarle si ella me lo había regalado? Pensé mientras recordaba aquella primera noche en que las verdades salieron a la luz.
-¿Qué pasa si te digo que me gustas?- Recuerdo que me detuve en seco al oírla decir eso. Ella quedó un paso tras de mí, oculta en la oscuridad. Sólo podía distinguir unas pocas facciones de su rostro; su mejilla, su cabello y los lentes ¿cómo olvidaros? La luz que se filtraba por entre las hojas del ciruelo hacía que sus ojos brillaran tras el marco y los cristales.
Yo no decía nada. No reaccionaba a hablar, a responder todo lo que hubiese querido decirle. Sentía lo mismo que ella, pero nunca antes había corrido con tanta suerte.
-Te respondería que tú también me gustas.- Le respondía en un moribundo susurro, de manera robótica, automática. Me sentía mal por dentro sabiendo que sólo quería abrazarla y besarla. El miedo se apoderaba de mí y ella dio un paso hacia delante.
-Debo irme, ¿Hablamos mañana?- Me preguntó mientras yo sólo asentía con la cabeza, ella se estiró para despedirse de mi con un beso que apenas y rosó la comisura de mis labios.
Recuerdo que di media vuelta mientras la observaba caminar hacia su casa. ¿Era real todo aquello? No me lo creí hasta que llegué a su casa al día siguiente y luego de un largo silencio nos dimos un beso. Mi primer beso. No nos dijimos hola. No preguntamos nada. Pero el tiempo pareció detenerse hasta que sonriendo volvimos a mirarnos el uno al otro.
-¿Esto es de verdad cierto?- Le pregunté incrédulo.- ¿No es una broma?
Ese fue el inicio de todo, desde mi asiento veía el sitio exacto en que ella se había confesado. Cerré los ojos un momento, tratando de apartar de mi cabeza su recuerdo y volví a abrir el libro. El viento empezaba a soplar con más fuerza y el frío hacía de las suyas. En la primera página había un poema que ella me había escrito. Un regalo de cumpleaños que acompañaba a este libro. “En abril te encontré en mi vida. En el lugar que menos esperé” rezaba al inicio una de las estrofas. Sin embargo no lo leí y busqué rápidamente el cuento que leía. Sin embargo, aunque mis ojos seguían cada una de las líneas, mi mente y mi imaginación se encontraban en otro sitio. A un solo un par de metros, en otro banquillo de ese parque que no alcanzaba a divisar por la lejanía, todo había terminado. ¿Cuántos recuerdos en un sólo sitio? Me pregunté mientras a mi cabeza llegaban sus palabras.
-Ya no estoy segura de querer seguir siendo tu novia.- Me dijo de repente. Sin previo aviso esas palabras se clavarían en mis recuerdos al igual que una daga en la piel. Ella ya no me miraba. Sus ojos estaban perdidos en alguna parte del paisaje.- Lo siento.
Todos los recuerdos de ella a partir de ese momento para mi eran borrosos. Yo no sabía qué hacer ni que decir. Ella estaba sentada frente a mí y luego de decir esas palabras se apoyó en mi pecho.
-Nunca te pedí que fueras mi novia.- Le dije entre una risa nerviosa. No quería aceptar sus palabras y pensaba que todo aquello era una broma.- Camila, ¿Quieres ser mi novia?
Recuerdo que con m mano suavemente hice que me mirara, sus ojos en ese momento eran inexpresivos aunque su cara reflejaba cierto dejo de tristeza. Pero esa mirada, el vacío en ella me aterraba. Sabía cuál sería su respuesta antes de que la pronunciara con sólo verla. Y no quería escucharla.
-No lo sé.- Me dijo antes de apartar la mirada y volver a apoyarse en mi.- No creo que pueda seguir con esto.
Volví a cerrar el libro. Las palabras no entraban en mi mente. Sólo veía imágenes fugases de su recuerdo. De lo que alguna vez fuimos ambos. Me levanté del banco y empecé a caminar por el parque. El viento me daba de lleno en la cara y no me importaban las gotas que empezaban a caer. Caminé sin rumbo observando a mí alrededor, de vez en cuando rellenando lugares con recuerdos fugaces del corto tiempo que estuvimos juntos.
Llegué finalmente al sitio donde ella terminó conmigo. Allí empecé a pensar en la última vez que nos vimos. Había pasado un largo tiempo desde que me dejó, pero encontrarnos en ese preciso lugar no fue realmente incómodo. Nos sentamos y hablamos por un largo tiempo de temas triviales y sin importancia.
-¿Por qué?- Recuerdo que le pregunté repentinamente luego de que una risa se fuera desvaneciendo poco a poco.- ¿Por qué terminó todo?
Siempre había tenido esa pregunta rondando mi cabeza. Ella nunca me dio un motivo y eso era lo que más me dolía. No saber qué era lo que había pasado.
-No lo sé.- Me dijo mirándome con una sonrisa. Una sonrisa de nostalgia, muestra de los recuerdos que de seguro pasaban por su cabeza.- Sólo pensé que debía hacerlo. Qué éramos muy jóvenes, que había que tener otras experiencias. Yo te amaba, pero ese día ya no sentía lo mismo.
Volví a mirar el libro y esbocé una sonrisa antes de dar la vuelta y cruzar la calle. Las gotas de lluvia empezaban a caer con mayor frecuencia y las madres se llevaban a sus hijos del parque. Mientras yo simplemente caminaba, recordando.
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