Qué grande la cama. Qué quieto el sofá.
Cuánto tiempo, ese que nunca tuvimos, se nos escapa como polvo fino entre los dedos.
Qué secas las manos, ahora que no recogen la lluvia de tu piel cuando, aun agotados, todo apenas está empezando.
Sin mi placer, sin tus risas, sin la fuerza de tu pelo, sin las curvas de mis ganas. Sin nuestros cuerpos paralelos, en láminas de calma o en aristas de pasión.
Sin los aromas de la cocina, ni la fragancia indeleble de una noche de sexo. Sin tu boca bebiendo de mis promesas, por descubrir.
Sin café, ni manta, ni luna. Somos huérfanos de propósito.
Se nos muere el horizonte y el sol sale, simplemente, para esperar un nuevo ocaso. Se nos agotan las palabras y se deshilachan los recuerdos.
Y, aún, beso tu rosa, cada mañana.
Anhelando ese día en que despierte, alargue la mano y encuentre, por fin, rotunda, tu belleza infinita.
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