Vuelta al instituto

Vuelta al instituto

Yolanda Fraile

05/05/2017

Aquel día no iba a ser uno de tantos… Aquel día iba a iniciar una nueva relación… Aquel día iba a cambiar su punto de vista.

Ella había empezado a trabajar hacía poco en aquella escuela. Era muy joven, pero su complexión delgada y su cara aniñada la hacían parecerlo aún más.

Los alumnos a menudo la buscaban para compartir sus confidencias, tratándola como una amiga, como una hermana.

El edificio principal del instituto era viejo, sucio y estaba muy deteriorado. Hacía mucho que no se usaba cuando empezó a crecer la población estudiantil y se vieron obligados a reabrirlo. Se trataba de un edificio de hormigón gris en forma de T invertida de dos alturas y planta baja donde ubicaron los laboratorios, los despachos de oficinas y el gimnasio, rodeado de una verja de obra y forja. A ambos lados de los brazos de la T se construyeron barracones con rojos tejados donde se instalaron las aulas y los baños y el espacio restante se dejó reservado como patio.

El nuevo profesor de educación física consiguió la colaboración de los alumnos para señalar las líneas de un campo de fútbol siete con yeso en el espacio más alejado de la puerta enrejada.

Por la mañana, cada hora se abría la verja durante el tiempo suficiente para que alumnos y profesores pudieran entrar y salir según sus horarios y así fue como empezaron a recibir cada día, a la hora del recreo, a Perrito…

Perrito, posiblemente era un pobre can abandonado que descubrió que los chicos y las chicas a ciertas horas del día sacaban su almuerzo y por una simple mirada dulce y cargada de sentimiento compartían con él algún que otro bocado. Por supuesto, a qué adolescente no le gusta tener una mascota? Y perrito era un precioso ejemplar de grandes ojos que parecía muy inteligente y dócil. No debía hacer mucho que deambulaba por las calles del pueblo, puesto que su pelaje aún se veía sedoso.

Ella no lo descubrió el primer día, ni el siguiente, pero al cabo de un tiempo el can perdió el miedo a cruzar el edificio principal y, como era de esperar, lo vio. Su primera reacción fue de sorpresa, salió tras él para conducirlo a la salida y al alumnado le faltó tiempo para acudir en defensa del chucho. Pero lejos de enojarse con los alumnos mayores que le habían estado escondiendo al pobre animal, le tomó cariño y hasta le preparó un recipiente limpio en la fuente de la escuela para que pudiera apaciguar su sed.

A pesar de todo, no podía quedarse a vivir en la escuela. La dirección no se lo permitiría…

Con infinita paciencia, cada final de recreo buscaba al animal y le llamaba: Perrito, ven, se acabó el recreo…

Y el chucho la seguía hasta la verja y salía del recinto.

Pero aquel día se presentó con unos amigos… Un doberman con cara de pocos amigos y un animal de raza desconocida, con cara de haber recibido más palos que cariño, le acompañaban.

Ella con una sonrisa empezó a llamarle como cada día durante las últimas semanas, pero esta vez en lugar de acudir dócilmente huyó hacia el interior del patio mientras los otros dos mostraban los dientes. Los alumnos no se lo pusieron fácil, cuando ella lo llamaba, le ofrecían un poco de pan y el animal les elegía a ellos, por supuesto. El patio se convirtió en una fiesta hasta que sonó el timbre señalando el inicio de la siguiente clase.

Con los alumnos fuera de circulación, los tres animales estuvieron aún huyendo y esquivándola un buen rato, mientras el profesor de educación física daba su clase en la parte trasera del patio, casi convencido por la familiaridad con que lo trataba de que el perro era suyo, hasta que consiguió convencer a los tres de que salieran del recinto.

Cuando terminó su jornada, ella decidió que debía adoptar a Perrito y darle un nombre de verdad. Lo estuvo buscando por toda la población hasta dar con él y Canela y ella no se han vuelto a separar jamás.

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