Trabajador de la NASA

Trabajador de la NASA

anna garcia cap

05/05/2017

«Sí, hoy es el día», pienso, mientras me abrocho de mala gana los botones del vestido azul. Hace días que le doy vueltas al tema, pero no he conseguido abordarlo aún.

-«¿Adónde vas hoy? ¿Acaso tienes una fiesta?» pregunta Carlos, mi marido, con cara de asombro. Lo miro con cara de asco, una cara que ya me acompaña la mayor parte del día. «Es imbécil», pienso.

– «Ah, sí! Hoy llegan los jefazos alemanes….y qué, ¿te quieres ligar a alguno?» El muy gilipollas ya no recuerda que el viernes los niños tienen día de libre disposición. Evidentemente sabe que yo solucionaré el día, ya sea arrastrándome de nuevo ante mis padres, o rogando a algún padre de la escuela. O haciendo quedar maravillosamente bien a mi jefe hoy con los alemanes. Sí, esa es la opción que más me convence. Total, es muy fácil hacerlo.

El vestido siempre funciona. Me mirarán todos las piernas. Él se sentirá orgulloso de demostrar sus cualidades de headhunter; todos los puntos que yo consiga, al fin y al cabo serán sus puntos. Y al final, cuando ya esté embriagado de tanto placer, le pediré el día libre. Y será su guinda del pastel. Además de derrochar sofisticación y poder ante los bárbaros alemanes , lo haré sentir generoso. Y aún mejor, me habrá vuelto a salvar la vida. Y podrá volverlo a usar cuando pida voluntarios para hacer guardias el fin de semana. O para abrir el almacén fuera del horario laboral.

El rol de hoy es fácil. Sé hacerlo a la perfección. Yo lo llamo la actitud del trabajador de la NASA. Hay que imaginarse que el objetivo de la reunión de hoy es salvar a la Tierra de un ataque alienígena. Nuestros productos son las municiones de las que disponemos, los clientes, las fuerzas armadas de cada país; la competencia son los alienígenas y, evidentemente son odiosos, juegan sucio y van a por todas. Perder a un cliente es como una ataque destructivo a unas cuantas hectáreas de nuestro planeta azul. Y duele mucho. Y hay que evitarlo a toda costa.

Calculo que la operación rescate concluirá en unas 5 horas. Después de haber servido amablemente unos dos cafés por persona acompañados de bollería de calidad. No, no es mi trabajo servir cafés. Y todos lo saben. Pero ofrecerme a ello y darles la oportunidad de observar mis largas y proporcionadas piernas añadirá puntos a mi actuación. No, a mi no, a él le añadirán más puntos aún.

Y terminará con una estrategia bien definida, seguramente un tanto presuntuosa, que nos hará ganar muchísimo más dinero. Bueno a mi no, evidentemente, pero es importante compartir la alegría del logro de sus bonificaciones. Importantísimo.

La parte culminante será la comida. El premio a los victoriosos guerreros. Allí haré gala de todas mis exquisiteces adquiridas tras largos años de estudio y de viajes por el mundo. Les preguntaré exactamente lo que se mueren de ganas de contar. Alabaré a mi jefe. Haré que nos explique y yo, rimbombantemente traduciré al alemán, su viaje a la India con toda su familia, incluida la nueva nuera, novia alemana de su hijo mayor. Y el curso de piloto de aeroplano que está haciendo los miércoles por la mañana (bueno, lo de los miércoles por la mañana mejor lo omitiré) que era su sueño de niño, y sacaré a colación la difícil tarea de decidirse por una embarcación u otra. Y disfrutaré viendo como manejo la situación, ofreciéndoles los decorados perfectos para que puedan desarrollar su papel alter ego hasta que les salga espuma de la boca de ensimismamiento a sí mismos. Y pedirán más vino. Se lo merecerán. Habrán trabajado muy duro para llegar a este momento de culminación. Son los mejores. Y todos lo sabemos. Y así se lo hacemos saber.

Y de vuelta a la oficina, orgullosa del trabajo bien hecho, me armaré de valor. Me acercaré a él sinuosamente, y con cara de niña buena, avergonzada, con una actitud entre miedo e incertidumbre, le comentaré si es posible de no ir a trabajar el viernes porque los niños no tienen colegio. Evidentemente me ofreceré a trabajar desde casa, a desviar el teléfono de la oficina a mi casa, a aparecer en el caso de una emergencia, a ir otro fin de semana a cerrar el mes y un largo etcétera.

Y él me recordará las veces que he tenido que salir de urgencia porque me han llamado de la escuela por algún accidente, las veces que un niño se ha puesto enfermo y he tenido que salir para ir al médico. Y yo le pondré esa cara de pena, de apuro, también de felicidad por tener al director más comprensivo del mundo, por haber encontrado la empresa más conciliadora. Y al final de estos 20 minutos, calculo, porque por suerte los alemanes estarán esperando su vuelta turística por la ciudad, me dirá que sí. Y amablemente me pedirá, que si es posible y a partir de las 12 los puedo colocar, que sería conveniente pasar por la oficina. Para no causar malestar en los otros trabajadores. Así que lo habré conseguido a medias.

Y todo gracias al vestido azul.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS