HERMANOS

Mi madre nos vestía siempre iguales. Aunque nos lleváramos dos años y fuéramos muy diferentes, de hecho aún lo somos, la ropa en mi casa se compraba a pares, con dos tallas de distancia. Como nuestra edad.

Los álbumes de fotos, en blanco y negro, que organizaba mi padre y que a veces disfruto revisando, paradójicamente más fáciles de mirar que los fríos archivos y dispositivos electrónicosactuales, me traen imágenes dobladas de mi hermano y yo. Siempre aparecemos como un espejo de dos caras, allá donde el recuerdo de una fotografía lo hiciera necesario. La misma gorrita blanca sobrecada uno, pantalones cortos tiroleses idénticos, tirantes de piel, calcetines gordoshasta la misma altura, las mismas botitas. Teníamos la misma marca de bicicleta, Orbea, roja, y yo creo que hasta las mismas heridas en las rodillas, provocadas por las mismas caídas.

Jugábamos a corridas de toros. Nuestras bicis pasaban de ser caballos de picadores a monturas de elegantes rejoneadores y también a toros bravos que envestían llevándose por delante capas y toreros sin compasión, si era necesario y el lance lo requería. A veces toro y torero rodaban por el suelo, en un amasijo de ruedas y capotes. Jugábamos juntos y nos heríamos juntos. También nuestra uniformidad estaba ahí, en nuestros juegos y risas y en nuestros lloros y grandes dosis de mercromina, tan frecuentes, que nuestra abuela, enfermera en la guerra, nos curaba a los dos, mientras nosexplicaba cómo lo hacía con los soldados heridos que ella atendía.

Esa uniformidad de juegos y de ropas debería habernos unido estrechamente. No fue así, cómo se entenderá más adelante.

A veces pienso que, con buena intención, mis padres pretendían evitar pugnas entre nosotros, quizá celos. Era imposible envidiar la ropa de mi hermano. Era la mía. Uniformándonos no podíamos competir en mucho, aunque también estoy seguro de que la ropa, comprada a pares, resultaba más barata. Seguro.

De todas formas, el objetivo de esa igualdad de aspecto llegó más lejos de lo pretendido. Mi hermano deseaba lo mismo que yo y, de una manera que se me hace difícil de explicar, con el tiempo se volvió celoso de lo que yo poseía. A medida que crecíamos en corpulencia, edad y madurez, sus gustos se clonaron con los míos. Comía lo mismo, bebía lo mismo,y sus apetencias y deseos se superponían a los que yo tenía.

Quizá sin darse demasiada cuenta, una personalidad celosa despertaba en su interior.

Juntos descubrimos la pandilla en aquellos larguísimos veraneos que disfrutábamos en un pequeño pueblo de la Costa Brava. Castell se llamaba el lugar, al recibir el nombre del castillo que lo protegió de los piratas.

Con la pandilla descubrimos que existían las chicas. Que sonreían más que los chicos, que era bonito su tono de voz yque las mejillas se nos sonrojaban y la respiración se nos entrecortaba cuando, en la playa,las veíamos tirarse al agua y todo nos pedía seguirlas y mirarlas lo más curiosamente posible, haciendo ver que no.

Descubrimos juntos las fiestas, así llamábamos a aquellas largastardes en las quenos juntábamos a bailar música lenta, preferentemente,en casa de algún amigo. Compartíamos cigarrillos y bebidas. Las canciones a veces se hacían interminables porque alguien, traviesamente, corría el brazo del tocadiscos al inicio de aquella romántica melodía y ésta sonaba desde el principio de nuevo, una y otra vez.

Una tarde vi que mi hermano miraba a la misma chica que yo. Laura. Me gustaba Laura pero me sentí descubierto por él. Los dos la mirábamos con inocente deseo. Yo por ella y sus encantos, él porque me gustaba a mí. A los dos nos provocaba la misma sensación pero él vigilaba la intensidad de mi mirada hacia ella de una manera especial. Ella bailaba con él y también conmigo. Él bailaba con ella y contra mi deseo por ella. De nuevo su amor por lo que yo consideraba mío aparecía por encima de nosotros.

Esa coincidencia tuvo un final súbito y por suerte pacífico para ambos en el que Laura, pobre, se llevó probablemente la peor parte.

Una noche celebramos el cumpleaños de un chico de la pandilla, cenando en un bar del pueblo, de animado ambiente,generosas comidas, y bebida abundante, sentados en largas mesas con bancos corridos de madera.Mi hermano y yo procuramos acercarnos a Laura al entrar en el local, con la idea de sentarnos junto a ella. El doble intento se solucionó de la mejor manera. Ambos nos sentamos a cada lado.Laura se reía con los dos y los dos le debíamos parecer divertidos, porque yo diría que también ella intentó que sólo nosotros nos sentáramos allí.

-Venid. Ahí hay tres sitios vacíos. Vamos -nos dijo a ambos.-

Nos reíamos los tres y sus carcajadas provocaban más y más aciertos en nuestras bromas intercambiadas. De repente no soporté más la angustia de no mostrarle a Laura mi sentimiento hacia ella, y lo hice de la manera más primitiva posible. Dejé caermi mano derecha bajo la mesa y cogí su mano izquierda fuertemente, para darle a entender, así,lo que sentía por ella. Laura me miró con sorpresa, miró al frente y miró a mi hermano al tiempo que levantaba sus dos manos y las colocabaa la vista de ambos. Su mano izquierda arrastraba la mía. Su mano derecha arrastraba la de mi hermano y mi hermano y yo nos miramos con sorpresa y un gran sobresalto.Despuésla miramos a ella y comprendimos, en ese momento, que sólo cabía una salida, contraria a enfrentarnos como dos machos de la misma manada. Desistir ambos,en aquel preciso instante y dejar a Laural libre del compromiso de elegir entre él o yo y a él de seguir deseando a quien yopensé que era mía.

Mi hermano y yo seguimos siendo nosotros y Laura siguió siendo, para nosotros, siempre, ella.

Jmrc 24-01-2017

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