Ahora mismo puedo divagar entre los recuerdos que me quedan antes de lo sucedido, conversaciones atiborran mi mente, una epidemia se vivía al otro lado del mundo; por ese tiempo pensaba, con frialdad y sosiego que no debía haber preocupación, era al otro lado del mundo, aquel lugar donde comen perros, gatos, y un poco de cualquier cosa que tenga más de cuatro patas.
Aquel día, cuando llegué a casa, mi teléfono se llenó de mensajes, todos anunciaban lo que, con asombro, informaba del canal de noticias. “El presidente ha decretado cuarentena nacional, el covid-19 es una amenaza inminente, prohibido salir a las calles, el país está en confinamiento”.
Durante el décimo cuarto día ya me resultaba terapéutico sentarme a hablar con las plantas, cierta paz emanaba, mientras se me iba la vida ellas renacían. Las noticias no pintaban nada bien, daban un presagio de confinamiento sin fecha de caducidad. Una hora más tarde, el gobierno lo confirmaba.
Ahora mismo todo ha acabado, estoy solo en casa, caminando de un lado a otro, tomando tiempo para ver más televisión, como si no viera lo suficiente, tengo una maldita ampolla en el culo de dormir en el sofá, he estado comiendo fríjoles con arroz quién sabe por cuánto. Hemos caído, cajeros automáticos saqueados, centros comerciales, mercados locales, el caos se ha apoderado de muchos, y no les culpo, el pánico nos socava y la cordura se pierde.
Nunca esperamos que algo nos desestabilice, vivimos con la imagen de que todo es para siempre, con la muerte latente, pero ignorándole para poder vivir, nunca pensamos en que algo puede ocurrir, el simple hecho de pensarlo nos perturba y nadie desea ser atormentado. He tratado de mantenerme, me he esforzado por mantener la esperanza de que mañana todo acabará, que los muertos cesarán y la cura servirá, he esperado ello desde hace tiempo, desde hace tiempo he replanteado la idea de acabar con todo, a sabiendas que todo lo que tengo es nada. La vida se ha esfumado, la muerte nos ha plantado una huella, una herida que sólo al morir podremos sanar.
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