Otra noche más, aburrido de la rutina de las fiestas y el alcohol, la misma discoteca de siempre, la misma gente nada cambiaba, excepto una bonita joven que venía llamando mí atención desde meses atrás. Su olor inundaba mis fosas nasales, esa mezcla de alcohol y Pacha Ibiza me volvía loco. Pero no se lo diría, tenía que venir ella a mi, no yo a ella. Reía sin parar con sus amigas, ¿qué sería tan gracioso? No debía importarme, ella no me conocía, esa chica de tatuajes y ojos brillantes no sabía de mi existencia.Pero por más que intentaba pensar en otra cosa, más me obsesionaba con la chica de pelo corto de enfrente mía. No podía seguir mirando aquella mujer de tatuajes. No podía, ni siquiera era mi tipo. Dirigiendo otra mirada a la dueña de mis pensamientos salí de aquel local. Comencé a caminar hacia la salida.Una vez allí el frío aire se encargó de calar mis huesos y despertarme. El cielo estaba completamente oscuro, no se veía ni una sola estrella, me gustaba cuando el cielo se encontraba así, estaba sólo, cómo yo. Me senté en la acera enfrente del local para esperar al traidor de mi mejor amigo que se hallaba ligando con algún chico. Sí, mi mejor amigo era gay. No dejaría que pasará lo mismo que aquella vez. Deseaba enamorarme, y a la vez no. No quería que la persona de la cual me enamorase llegase a ver lo jodido que estaba y se cansara de mi. Era demasiado inseguro. Pero no tenía otra. Las malas influencias, el alcohol y la calle hacen esto a la mayoría de los jóvenes. Una chica de tatuajes y pelo corto salió de aquel local tambaleándose un poco. Antes de darme cuenta de lo que hacían mis pies ya me encontraba a su lado intentando ayudarla. La cogí por los hombros para que no cayera al suelo, la joven ante mi tacto se sobresaltó.

–N-No te acerques, llevo spray de pimienta casero en el bolso.– dijo en un tono dulce y cálido y a la vez apenas audible.

–No te haré daño, sólo quiero ayudarte.

La chica levantó su cara y me miró con expresión sería. Sus ojos eran de un color común, pero juraría que el más bonito que jamás he visto, marrones, su pelo era corto, como el de un chico, su pequeña nariz estaba adornada por un nostril.

–¿Por qué? La gente no ayuda así por que sí. No tengo dinero y no te haré favores sexuales.– me reí. Juro que me reí como hacía tiempo que no me reía, la chica dijo aquella frase tan sería y segura de sí misma que no puede resistirme a reír.–¿De qué te ríes?

–Eres graciosa. No quiero favores sexuales ni dinero, sólo evitar que te rompas tu bonita nariz. — con cada palabra que decía su ceño se fruncia más y más.
Me encantaban las expresiones de esta chica. A pesar de llevar tatuajes e intentar aparecer una tipa dura, era todo lo contrario, era como un Ángel.

— Si intentas hacerme algo, no dudaré en patearte el trasero. Sé artes marciales. — No dudaba que las supiera, pero en ese estado de borrachera de mucho no le servirían.

–Nunca le haría nada a una chica sin su consentimiento.– y lo decía en serio, podía ser de todo pero no un cabrón con las mujeres.

Pareció creerme ya que puso uno de sus desnudos brazos por encima de mis hombros para que le ayudara a andar. Una sonrisa nació de mis labios, ¿por qué? Pues no lo sé. Andábamos en silencio por las oscuras calles de la ciudad de Madrid. Ella miraba al suelo, y yo la miraba a ella. Mentiría si dijera que no era preciosa. Joder era una chica de lo más bonita. Sus ojos oscuros se encontraron con los míos, me sonrió de una manera dulce, y creo que fue ahí, en ese mismo momento donde me enamoré por primera vez en tres años.

–No me has dicho tu nombre. — No lo preguntó, lo afirmó.

— Me llamo Altea.

–¿Altea? No lo había oído nunca. Bueno sí, creo que hay un pueblo que se llama así…

–No me llamo así por el pueblo, y tú, ¿cómo te llamas?

–Ariel.

–¿Cómo la Sirenita?– su cabeza se giró lentamente hacia mí creo que había dicho algo que no le gustaba. Pero su cara era de lo más divertida. Ella no contestó. Pero no quería que se enfadara, tampoco quería dejar de hablar con ella.

–¿Cuántos años tienes?

–16 ¿y tú?

No lo esperaba. Todos esos tatuajes con dieciséis años, mis padres con su edad no me dejaban ni hacerme un mísero pendiente. Por no decir que no me dejaban estar hasta las cinco de la mañana donde yo quisiera. Sí que habían cambiado los tiempos.

–25.

–¡Qué viejo!– exclamó la chica llamada Ariel.

Qué piropos.

–Gracias.–contesté secamente.–¿Dónde vives? –cuando se giró hacia mí con los ojos muy abiertos supe que no había formulado bien la pregunta.– por acompañarte y no dejarte por ahí tirada.

–Pues… es que no tengo casa. — ahora era mi turno de abrir mucho los ojos.

–¿Cómo que no tienes casa?– pregunté.

–Bueno…si tengo, pero me he escapado.

GENIAL. Me había medio enamorado de una adolescente problemática. Cada vez me las buscaba peor.

–¿Dónde te llevo entonces?.

–Me da igual, puedes dejarme donde quieras, me conozco la ciudad como la palma de mi mano.–dijo la chica moviendo su cabeza muy segura de sí misma.

–Me niego a dejarte por ahí como si fueras cualquier cosa.

La chica volvió a mirarme, esta vez más intensamente. Me ponía nervioso su mirada, era demasiado bonita. Seguimos andando bajo la oscura noche. Llevaba el pequeño brazo de la bonita chica de pelo corto sobre mis hombros, su roce me hacía sentir bien, me gustaba. Su tacto era cálido. Su respiración lenta y pausada. Ella era muy joven, no podía enamorarme. No tenía un puesto de trabajo para tener una novia, además que era ilegal. Todo estaba en mi contra para que yo pudiera pedirle una cita, o invitarla a un café. Esperaría a que cumpliera la mayoría de edad, y luego la buscaría. Costase lo que costase.

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