Once policías apalean a un vecino en la calle. Lo estás grabando con el móvil. Berrea como un cerdo herido mientras uno le da una patada en la boca, otro puñetazos en las costillas y seis lo inmovilizan. Te tiembla el pulso, el enfoque se pierde y el vídeo se emborrona.
Daniela ha oído gritos y ha mirado por la ventana.
—Se están peleando en la calle.
—¿Otra vez?— los proxenetas y los yonquis de siempre, pero no, esta noche son once policías sometiendo a un solo hombre. Podría parecer un arresto corriente.
—¿Crees que hacen falta once policías para detener a un borracho?— incrédula mientras sacas el móvil y le das a grabar. Hay más vecinos en sus balcones o sacando la cabeza por la ventana. Son pasadas las once de la noche. Dos farolas iluminan de blanco amarillo el asfalto, mezclándose con el azul estroboscópico que despiden los coches de policía. Parece Taxi Driver. Un agente os grita que entréis en vuestras casas. Otro, empuja a los mirones de la calle. Una luz blanca invade la pantalla. El mismo hijo puta que te gritaba te enfoca con su linterna. Te asustas y casi se cae el móvil a la calle. Estás ¿frenético?, ¿indignado? Cierras la vieja puerta del balcón de un portazo y entras al piso, los cristales tiritan.
—¡Joder Joan!
Lo tienes grabado. Daniela se aparta de la ventana, no puede soportarlo más.
—¿Esto es una detención?— grita demasiado fuerte.
Habláis a voces, expulsáis la angustia de algún modo, con tanto ruido es imposible escucharse.
—No lo parece, da miedo.
—¿Tienes miedo?— te pregunta Daniela demasiado bajito para que la oigas. No contestas, estás absorto con la pantalla en negro de tu teléfono. No te atreves a desbloquearlo y volver a mirar. Daniela se mueve sin sentido y va hacía la habitación mientras balbucea algo.
—¿Qué haces, a dónde vas?— Sin dejar de mirar el fondo oscuro de la pantalla apagada.
Vuelve de la habitación con su móvil.
—Tenemos que hacer algo— mientras teclea rápidamente en el buscador y empieza a llamar a alguien. ¿Hacer?
—Llamar a un periódico.
—Dani.
Ha dejado de escucharte. Apaga el televisor que continuaba encendido con el volumen demasiado alto. Hacen una peli de Vincent Cassel.
—Dani, no te precipites.
—¿Si? Hola está pasando algo en la calle es, joder, los policías están pegando a un hombre y…
Le quitas el teléfono e intentas hablar pausado explicando todo lo sucedido. Que parezca creíble. Daniela te escruta nerviosa. Tratas de hablar con el mismo tono que usaste para pedir los precios de las esquelas en La Vanguardia la mañana siguiente de la muerte de tu padre. Te dijeron mil quinientos la más pequeña y no pudiste aguantar más, les mandaste a la mierda hasta que colgaron el teléfono, pero tú, seguiste desahogándote por no haber ido a su habitación de la residencia a dos calles de tu antiguo piso. Esta noche mantienes la calma. Así mejor.
La becaria nocturna te escucha: Has grabado una injusticia, un abuso de poder de la policía. Te pide el nombre y la dirección.
Pican al timbre. La aguja está a once segundos de marcar las doce. Os miráis con Dani y te pregunta si va a abrir. “Sí” con la cabeza y la boca semiabierta.
—¿Señor, sigue ahí?
Dani camina lentamente por el pasillo sin encender las luces. A oscuras tan asustada como lo estás tú, que te acercas al dintel pero no te atreves a traspasar el límite. Le dices a la chica que espere un momento mientras Dani se ilumina con la luz azulada del rellano, al abrir poco a poco, la puerta blindada por siete pestillos.
—Hola, buenas noches, y perdone las molestias…
—¡Hijos de puta!
—¿Perdone?— contesta la voz al otro lado de la línea.
Echas: paliza, sangre, asesinato policial, pobre inocente. ¡Lo tienes todo grabado en el móvil!, ¡la policía está extorsionando a tu mujer en tu propia casa! Injusticia, injusticia, injusticia…
—Disculpe, pero mi marido y yo no hemos visto nada, estábamos en la cama.
Le das tu fecha de nacimiento, DNI, número de teléfono, la dirección del piso al que te acabas de mudar, como una máquina de dictar podrías recitarle de memoria la fecha de cumpleaños de Julia, tus padres, el día de su muerte, el ático dónde pasaste la infancia, ¿el código de seguridad de la tarjeta?
Daniela te lo arranca y cuelga la llamada.
–Tenemos que borrar el vídeo, Joan— Intentas quitarle el móvil aunque lo tiene agarrado con fuerza. Porfiáis con los dedos. No quieres hacerle daño pero está decidida a no soltarlo por las buenas. Le dices que se tranquilice, su mirada no te sigue, pretende entrar en la galería y borrar el vídeo pero no. Le envuelves la cara con tus manos. Quieren asustaros. Han dicho que volverán mañana. Entrarán en casa. Daniela tiembla. Lo van a registrar, a miraros los móviles. Es ilegal, no tienen puto derecho.
—¿Derechos? ¿Crees que les importan los derechos?— asustada te aparta las manos. Ésta es la sexta vez que le pides que se calme. Pero a Dani si le pides que se calme no se calma.
—Contra ellos no podemos hacer nada.
—Tenemos pruebas.
—¿Pruebas de qué?
—¿Por qué habrán subido, si no? ¿Por una simple detención?— Sin quererlo la asustas. No entiende por qué lo has dicho o no quiere entenderlo.
—Lo han matado.
Se ríe nerviosa. Te dice que has visto muchas películas y que eres tú el que tiene que calmarse.
Tenéis que denunciarlo pero son policías. ¡Joder! Por ese mismo motivo. Son ellos los que tienen que protegeros y no mataros. No reconoces a Dani, sus ojos reflejan terror, indignación con tus palabras. Eres un demagogo, no sabes lo que te dices ni tampoco conoces al hombre que han detenido –está muerto- no sabes lo que ha hecho para que lo detengan. Encima ahora protégelos.
—¡Es a ti a quien protejo!
—¿Así, no? Cuando me apaleen grábalo todo y luego— no lo digas— ¡Bórralo!
Te escupiría si no la hubieran educado con flemáticas orquídeas de kumbaya. Te da la espalda y vuelve a la ventana. Cobarde. No transgredas tus convicciones por simple miedo. Es lo que quieren, lo sabe e igualmente se ha dejado persuadir. Te sientas en la mesa, agarras un cigarrillo y lo enciendes. ¿Querrá? Aturdida en la calle que aún se tiñe de azul celeste artificial.
Encima de la mesa hay cuatro pilas de cartas perfectamente ordenadas e inacabadas. Nueve bastos, ocho espadas, siete oros, seis, cinco, cuatro forman una columna. El dorso de una carta está marcado con un minúsculo punto rojo en rotulador. Eres tan tramposo. El as no lo levantas y agarras otra carta rasgada, tres de espadas. No puedes evitarlo, jugar solo no tiene sentido si no pueden pillarte. Levantas la mirada y Dani no se ha movido todavía. No se atreverá a estar llorando. Aplasta el cigarro en el recompuesto cenicero de arcilla que te regaló Julia. Levántate y rodéala con tus brazos por la espalda. ¿Cuántas veces lo has hecho ya?
Los coches se alejan y ya nadie desquiciará la noche.
Estos temas te calientan demasiado.
—Mejor no meterse donde no nos llaman— parece mamá.
Quiere borrarlo. No estás seguro y se lo vuelves a preguntar.
—¡Joan, que sí!
Antes quería denunciarlo y ahora no. Cambia de opinión cada dos por tres.
—Soy impulsiva.
Te trina su poca solidez por tomar decisiones. ¿Solidez? apartándote de un empujón. Tu tampoco tenías claro qué hacer con el vídeo. Lo discurres todo y nunca te mojas en tus decisiones, siempre dándole vueltas sin tomar ninguna.
—Porque examino y analizo todas las posibilidades.
—¿Y para qué? Para no hacer una puta mierda— Si es ella la que quiere borrar el vídeo.
—No quieres borrarlo pero tampoco querías denunciarlo. ¿No lo ves?— ¿El qué?— Nunca decides nada.
Lleváis dos semanas pensando qué hacer el fin de semana. Dos semanas y aún no has tomado ninguna decisión. Pero al final es ella quien siempre decide por los dos ¿por qué coño tendrías que decidir? Y dice que le da igual. Una mierda le da igual, finge indiferencia para luego tomar decisiones sin pensar. Siempre la caga. Intenta explicarte con más suavidad. Azar es una palabra más comedida. Tiene que meditar realmente lo que quiere, reflexionando. No puede saberlo si no lo prueba, ella lo vive. Lo descubre avanzando y tú pensando.
—¿Playa o montaña?
—¡Playa!— te responde sin pensar.
Estáis en enero, en Cadaqués no podréis esquiar.
—¿Tanto te costaba decidirlo?— Aún no lo has decidido.
Te giras y ahora eres tú quién escapa por la ventana del comedor. Dani se sienta en tu sillón al lado del tocadiscos. Se enciende un cigarrillo y revisa tus vinilos como haces en el Paradiso. La espías por el reflejo del cristal. La Dani licuada elige uno: Gracias a la vida de Joan Baez.
—Llevas tres años decidiendo si tenemos un hijo.
No quieres responderle a la acuarela. Tendrás que girarte y afrontarte a la real, a la Dani con Joan y Gracias a la vida. Pero hay demasiados recuerdos contigo, Joan y Dani para estropearlos con ésta discusión ahora. Siempre pones excusas de cobarde.
—Claro, como tú ya tienes tu otra familia— otra.
No es el momento. Para ti nunca es el momento. Rehúyes la Dani difusa y das la cara, al fin te enfrentas.
—Estamos hablando de tomar decisiones con fundamento.
—¿Y tener un hijo no lo es?
—Sí, pero no así.
¿Y entonces cómo?, ¿no lo sabes?, ¿no es fácil? Nunca es fácil. No quieres hablar de esto. Esquivas la discusión y vuelves al principio. El abuso policial, qué coño, el asesinato, la injusticia social.
—De nuestra seguridad. De que entre la policía y te aplique la antiterrorista por haberlos grabado.
Tú hablas de justicia.
—Yo, de nosotros. No quiero que te pase nada.

La bombilla de bajo consumo participa con una tensión extasiada al lento incremento de la habitación. Encima de Dani mordiéndole suavemente la peca del cuello. Desaparece cuando la blusa extraviada te separa de su rostro. Anhelas como un lobo. Llevabais años sin ¿jugar? Y es así como comenzó todo, jugando. Le haces cosquillas cuando acaricias su ombligo con la punta de la nariz y te ahogas con el reflejo de sus muslos, pinchados del orgasmo esporádico al que casi no has podido curiosear. Demasiado tiempo sin estar sin palabras. Derivas como un cuerpo de gozo perdida la mente. Os dormís al fin sin decidirlo y no por aburrimiento.

Domingo. Aunque hay gente en la calle, nadie estorba la temprana serenidad. Observas la esquina de ayer. Esconde un secreto que pocos conocéis.
Delante de este informe, la segunda teniente de alcalde, Sonia Massens ha anunciado que lo trasladarán al sector y que el ayuntamiento acatará lo que decidan…
La radio despertador de la habitación se enciende automática a las diez y veinte. Programas matinales con sinfonías que aturden el descanso de sus oyentes. Vuelves a la habitación. Dos maletas rojas delante del armario pintado del mismo blanco que las paredes. Las compró rojas para no perderlas, como todo el mundo. Te tumbas a su lado. Retiras su pelo castaño del rostro y la abrazas por la espalda. Respiras suavemente en su oreja.
Un hombre de cincuenta años ha muerto en el Hospital Clínic de Barcelona horas más tarde de ser reducido por los Mossos y después de protagonizar una pelea con otro hombre. Según la versión oficial de la policía catalana los agentes actuaron a petición de un aviso en la Calle Aurora en Ciudad Vieja. La víctima se estaba peleando con los miembros de una familia y acabó a puñetazos con otro hombre. La policía intento deshacer esa disputa y en paralelo— CLAC.

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