Si los seres humanos supieran lo que es la muerte, entonces ya no tendrían miedo de ella. Y si no tuvieran miedo de ella, entonces nadie les podría robar nunca más su tiempo de vida.
–Momo-
Aquel iba a ser el día. Se lo repetía a sí mismo continuamente para no echarse atrás. Estaba decidido, lo iba a hacer.
La noche anterior no pudo conciliar el sueño imaginando las múltiples situaciones en las que podría desencadenar su valentía, inventando diálogos, lidiando con las consecuencias. Los escenarios jugaban a cambiar según su ánimo y Él era el protagonista de todos, a veces sucumbido a la derrota, otras esbozando la más sincera sonrisa de júbilo. En cualquier caso, estaría en paz consigo mismo llegado el momento de equilibrar la balanza entre sus deseos y sus actos.
Durante más de veinte años soñó con tener la valentía de llevar a cabo un acto tan sencillo, pero siempre buscaba, quizás de forma inconsciente, motivos para no hacerlo, pues supondría agitar su vida y la comodidad de lo simple le tentó a diario. Nunca vio el momento de despertar al huracán… hasta aquel día.
No perdió más el tiempo. Apagó el despertador antes de que sonara, se levantó de la cama sin hacer ruido y se fue a la ducha.
La pensaba a cada instante. Se miró desnudo frente al espejo y sonó su voz en un leve recuerdo, diciéndole que le gustaba su piel suave, y su mente se llenó de imágenes efímeras en las que tomaba y besaba sus manos, en silencio, y se amaban a escondidas con locura y sensatez.
¿Cómo se vería su piel ahora? Un escalofrío traído por el remordimiento y la rabia le hizo volver a la realidad. Sintió el paso de los años en su reflejo en el cristal y evitó pensar en que también Ella habría cambiado y ahora la envolvían otras manos, otra gente, otra vida.
No despertó a nadie cuando salió de su casa, cogió la caja que hasta entonces siempre estuvo oculta en su armario, entre otras muchas llenas de antiguos papeles de trabajo. Sólo Él las distinguía y pensaba cómo cosas tan similares en la forma podían ser tan distintas en el fondo, el significado. En aquella pequeña caja negra estaba guardada lo que quedaba de su vida. No su vida actual, la que había elegido, no… su vida real.
Hacía un día cálido y soleado aquella mañana de Mayo. Sabía dónde tenía que ir; a pesar de no haber vuelto a hablarle (nunca tuvo el valor para responderle los muchos mensajes que Ella mandó los primeros años tras su decisión) no dejó de buscarla, interesarse por su vida y alegrarse de sus logros como si aún fueran de ambos.
De camino al metro, pensó una vez más que Madrid era una ciudad en decadencia, una estepa habitada por lobos en guerra continua. Cada vez más una ciudad subterránea, en la que se iban las horas esperando un vagón de tren, y en sus largos trayectos se acumulaban los anhelos irrealizados. Pero fue Él quien decidió formar parte de aquella manada carroñera, y coleccionar sueños rotos.
Las escaleras de bajada al andén le parecieron mucho más pronunciadas y largas que de costumbre. ¿Estaba en el sitio correcto? Al subirse a ellas sintió que el tiempo pasaba más despacio, hasta incluso detenerse. Intentó avanzar, pero la gente se acumulaba e impedía su paso. A pesar de que a lo lejos divisaba movimiento, sus esfuerzos fueron en vano. Agarró su caja con fuerza, tenía que entregársela, tenía prisa. Toda la prisa que se acumuló durante las dos últimas décadas. Se sentía débil y sudores fríos recorrían su espalda. Miró el reloj, pero al primer golpe de vista se dio cuenta de que se detuvo en algún momento del día anterior. Al final de la escalera, la gente se movía, iban a sus andenes, hablaban, reían… Él permanecía estático, no avanzaba y cada vez más los nervios le fueron invadiendo con rapidez.
Aquella sensación de angustia, triste y desconocida hasta el momento, le fue volviendo un ser volátil, leve, transparente. Ya no había tiempo, no había nada. Como un suspiro se sintió desvanecer y su último pensamiento fue para lamentarse de que el miedo le había robado la vida.
No sabía cuándo ocurrió, quizás hacía ya mucho que era invisible, un fantasma, y tuvo que llegar el momento de materializar una decisión, salir al mundo, actuar, para verlo. Ya era tarde, ya era nunca.
(…)
Una caja negra apareció en las escaleras del metro, las bajó mecánicamente hasta llegar al suelo. La mujer que siguió su trayecto sin apartar la mirada, esperó a que alguien la reclamara. Finalmente la tomó en sus manos con misterio, y se sentó para abrirla.
Decenas de cartas con remitente y destinataria, pero sin sello, estaban atadas con una cinta roja. Encima de todas ellas había también una nota que decía: Tú, mi Ella.
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