El ronroneo del tren propició su caída en el mundo de los sueños, en el más absoluto abismo.

Al volver a abrir los ojos, todo está oscuro, su madre se encuentra en el mismo vagón, durmiendo con los brazos cruzados, acurrucada en el banco de terciopelo rojo de enfrente y él lleva encima su chaqueta rosa, la cual cubre su pequeño cuerpecito hasta los tobillos. Se endereza y lleva sus manitas a los ojos para quitarse las legañas, reparando entonces en su reflejo en la ventana, sonriéndose a sí mismo al estar en un tren de verdad a sus cinco años. Cuando vuelva a casa, si es que algún día vuelven, porque no está muy seguro, se lo contará a sus amigos y será la envidia del pueblo. Sus pensamientos son interrumpidos al instante al percibir cómo empiezan a caer copos de nieve sobre los campos que se apresuran tras el vidrio, a mamá le encantaría ver esa estampa, pero prefiere dejarla descansar. Esa misma mañana le ha hecho despertarse antes de que saliera el sol, sin despedirse de su padre, y han cogido el primer tren con rumbo a la gran ciudad para visitar a los abuelos, los que tienen dinero y le son desconocidos por completo.

– Es una aventura, Gabriel.― Le susurró su madre mientras le vestía.― ¿Recuerdas la historia del dragón malvado que te conté que hacía daño a la princesa de la torre?― Él asintió medio-dormido.― Pues hoy la princesa va a coger a su gatito y va a salir de la torre porque ha encontrado la llave que abre la puerta, se subirá a un gusano gigante que recorrerá los campos hasta llevarla de vuelta con los reyes, quienes no permitirán al dragón volver a tocarla ni a ella ni a su gatito. ¿No te parece estupendo?

– Sí, mamá, pero tengo sueño.

– Ya podrás dormir todo lo que quieras, te lo prometo; pero ahora tienes que venir conmigo.― Le colocó su gorra, le agarró de la mano y cogió la gran maleta que había en el suelo junto a la puerta del cuarto.

Apoya la frente en el cristal y ésta se le hiela. De pronto siente que alguien le mira y se gira hacia la entrada del cubículo, pero no ve a nadie. Vuelve a fijar la vista en la ventana y el rostro de una niña de grandes ojos aparece junto al suyo. Gabriel se queda petrificado mientas esa cabecita atraviesa el material para adentrarse en aquel espacio. Su cuerpo deja ver lo que hay detrás, es transparente… y no tiene pies… Toda ella acaba en el vestido que lleva, a unos centímetros sobre el suelo.

– Hola, soy Adelaida.― Dice ella, pero no abre la boca.― ¿Qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara? ¿Te doy miedo, Gabriel?― La pequeña sonríe, se coloca la diadema que decora su larga melena ondulada y mira hacia su madre.― Es muy guapa, te quiere mucho, tienes suerte. La he visto antes cómo te hablaba… Ella también tiene miedo, pero no de mí, ¿sabes?

– ¿Qué… qué quieres?― Le pregunta él temblando.

– ¿Yo? Quiero que juegues conmigo. Eres mi elegido para la sesión de juegos de esta noche. Pero antes dime, ¿en qué año estamos?

– En 1951.

– Vaya, sí que pasa rápido el tiempo… Hace ya dos años de mi muerte.

– ¿De… de tu muerte? ¿Y cómo moriste?

– Ese es el juego, Gabriel. Tienes que averiguarlo.

– ¿Y qué gano si lo averiguo?

– Mi amistad, que no es poco, te lo aseguro. Venga, sígueme.― Ella traspasa la puerta, él la abre tras ella y se aventura al pasillo, el cual le parece de pronto infinito. Las luces se encienden y apagan, escuchándose únicamente el zumbido de polillas atrapadas y algún que otro ronquido.― Voy a revelarte el primer acertijo de tres: Nublo los sentidos, adoro el cristal y el tiempo me sienta fenomenal.

– ¿Un reloj?

– Un reloj no nubla los sentidos, Gabriel. Piensa un poco más…― Adelaida hace como si tuviera una copa en la mano y se la lleva imaginariamente a los labios.

– ¿El vino?

– Sí, entre otras bebidas con alcohol.

– ¿He de ir al bar?― Ella asiente y juntos se dirigen a su primer destino. Allí encuentran, desparramado sobre una pequeña silla, a un hombre uniformado roncando.

– Éste es Tobías, un torpe en toda regla. Es el jefe del servicio nocturno, es decir, de sí mismo.― Suelta una carcajada.― Bueno, segunda pista: Guardo todo tipo de secretos, soy de metal y tienes que darme vueltas para hacerme funcionar.

– ¡Ésa es fácil! ¡Una llave!

– Muy bien, pero intenta no volver a gritar, por favor.

– Perdona.― Gabriel repara en el cúmulo de llaves que cuelgan del cinturón de Tobías.― ¿He de coger una de ellas?

– Sí, en concreto la llave maestra de los compartimentos de los empleados, la única de cobre.― Poco a poco, él acerca sus dedos a lo demandado, pero al rozar la llave choca con las otras produciéndose un tintineo. El pequeño cierra los ojos con fuerza rezando para no ser descubierto, pero por suerte no se produce ningún revuelo: Tobías sigue roncando…

Con la llave en su poder, Adelaida le indica que vuelvan al pasillo para dirigirse a la habitación 103.

– ¿Y si hay alguien?

– No, él está fumando fuera, como siempre a esta hora. Pero, bueno, si quieres estar más seguro lo comprobaré…― Mete su cabecita fantasmal atravesando la madera y vuelve a sacarla.― ¿Ves? Nada.― Gabriel abre la puerta y entra.

– Última pista: Soy de hierro, me llenan de ropa y pueden llevarme a donde deseen.

– ¡Ese baúl!― Señala la pieza, que es el doble de grande que él. Se apresura a destaparlo, encontrando ahí a Adelaida con los ojos cerrados.― ¡Eres tú! ¿Por qué me habías dicho que estabas muerta? ¿Es que puedes salir de tu cuerpo?― La sacude para despertarla, sin obtener resultados.― ¿Qué ocurre? ¿Por qué no despiertas, Adelaida?

– Porque, como te he dicho, estoy muerta, Gabriel. El dueño de esta habitación, un empleado del servicio de este tren, me convirtió hace dos años en muñeca tras hacerme dormir; y desde entonces vagabundeo por los pasillos buscando a alguien que me ayude a que me encuentren mis padres… ¡Se acerca! ¡Huye!― Gabriel sale a toda velocidad al pasillo, creyendo escuchar unos pasos retumbar a sus espaldas, hasta lograr ocultarse en su compartimento.

– ¡Mamá, despierta!― Sacude su brazo y ésta le mira adormilada.

– ¡Hay un hombre que convierte a niñas en muñecas!

– ¿Qué dices? ¿Has tenido una pesadilla?

– ¡No, es verdad! ¡Mira!― Busca en su bolsillo la llave, pero está vacío.― No está…

– Venga, cierra los ojos que te contaré un cuento para que olvides ese mal sueño…― Lo acuesta en su regazo y le acaricia los oscuros cabellos a su hijo.

– No, mamá, no lo entiendes, tenemos que salvar a Adelaida, está tras la puerta 103. Hay que sacarla del cofre, encontrar a su familia y que castiguen a quien la convirtió en muñeca.

– Está bien, lo haremos, pero antes tranquilízate y toma un poco de agua.― Él se sienta, con las puntas de sus zapatos rozando la alfombra, con las manitas en la cabeza; sin darse cuenta de que su madre vierte un calmante en el vaso que luego le tiende y que él de tan buena gana coge.

Y… el ronroneo del tren propicia su caída en el mundo de los sueños, en el más absoluto abismo.

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