Cuando mi madre salió de Italia, llevaba sus títulos de Letras de la universidad de Florencia, su diploma de enfermera de la Cruz Roja, un diploma de un General Británico reconociendo su participación en la Segunda Guerra Mundial con los aliados, el alma forjada en la retaguardia de Siberia, el rastro de sus antepasados, soldados de fortuna que defendieron la Serenísima y un contrabando de joyas, encargado por un comerciante judío, que le financió sus sueños.

De ese mundo lleno de todo a un pueblo perdido en un país que apenas comenzaba a surgir y aún así recuerdo oírla decir, que allá en ese lugar de casas muertas vivió sus años más felices. 

Y es que algunos ven colores en lugares donde otros, ven la muerte.  en ese pueblo inauguró una escuela de teatro, atendió las campañas de vacunación, escondió de los esbirros de la dictadura a unos cuantos,  se enamoró de un hombre casado y le tuvo tres hijos, muy pocas calles como para esconder una visita , eso era demasiado para los ańos cincuenta y nos fuimos del pueblo, pero eso de crecer sin padre, eso es otra historia. 

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