¿Y EL MIEDO EN QUE MALETA VA?

¿Y EL MIEDO EN QUE MALETA VA?

Ediber Lora

17/04/2020

¿Y el miedo en que maleta va?, ¿en qué maleta van las dudas, el temor, la tristeza y el llanto?; y allí estaba, con la maleta a medio empacar a mis pies, sentado en mi cama en la que la noche anterior había dormido por última vez, con mil dudas revoloteando en mi cabeza, lágrimas que no hacía el menor intento por retener rodando por mi cara, y un vacío en estómago, con el miedo rugiendo dentro de mí.

A mis treinta años creí que ya conocía el miedo, pensé que lo conocía desde niño cuando me despertaba en la oscuridad después de alguna pesadilla infantil, o cuando a mis 10 años mi hermana se escondió en el cuarto que utilizábamos como bodega con las luces apagadas y cuando entre encendió la luz y arrojó un vestido blanco sobre mí, pensé que lo conocía por las películas o libros de terror que tanto me han gustado; pero en verdad no sabía lo que era hasta que escuché los disparos, no sabía lo que era hasta que después de los disparos escuché los gritos de mi hermana Helena diciendo habían asesinado a Ana mi hermana mayor.

Y en ese momento volvía a tener miedo, miedo a lo desconocido y a lo que ya conocía, miedo de llegar a un nuevo lugar al que sólo conocía por televisión, y miedo a decir adiós al lugar en el que ya estaba.

Tenía miedo de terminar de empacar la maleta porque sabía lo que seguiría, ya conocía ese dolor, ya sabía lo que se sentía cuando se te rompe el alma, porque el alma se puede romper una y otra vez, y cada vez el mismo dolor, nunca mengua, no quería decir adiós a quienes amaba, no quería verles llorar, no quería ver en el rostro de mi madre como por segunda vez en menos de dos meses su corazón se hacía pedazos, una y otra vez, igual que el alma.

Pero quería huir, huir del olor de las flores que se queda impregnado después de un velorio, quería huir del llanto de mi madre por su hija muerta, asesinada; quería huir de aquella pared donde con un poco de cemento se habían cubierto los impactos de las balas que acabaron con mi hermana, quería huir de los recuerdos, quería huir del dolor y la rabia, necesitaba irme, estar en otro lugar, no ver más las caras de mi pueblo ya que a todos los consideraba culpables, era injusto culparlos lo sé, pero así es dolor, así es la pérdida; huir de ese silencio pesado, absoluto, lúgubre que cae sobre tu casa cuando llegas del cementerio de enterrar a alguien que amabas.

Pero sobre todo necesitaba huir del miedo, poner distancia entre este temor que me atenazaba, ese pánico frio que me carcomía, ese miedo que me hacía volver mi vista a tras a cada paso, ese terror que me impedía respirar, esperaba al marchar dejar todo eso atrás, en otro sitio, otras gentes, otras caras; dejar a tras esas pesadillas que me despertaban en medio de la noche con un grito atravesado en la garganta, esas pesadillas que me hacían encender la luz y esperar el amanecer en medio del llanto y el temor.

Y dije adiós, con el corazón, la esperanza y los sueños fracturados, con toda mi fuerza me obligue a no bajar del taxi que me llevaría al autobús, escuchando a mi madre y hermanas llorar, hui a la capital; el cambio fue doloroso, cambie un pueblo de 40 mil habitantes a una ciudad de casi 6 millones, un pueblo con una temperatura de 36 grados centígrados lo cambie por una ciudad de 17 grados, cambie las tardes en familia por tardes en soledad en un cuarto frio; nada fue fácil, el estar solo, el extrañar a quienes estaban lejos, la falta de dinero y de la prisa desmesurada de la ciudad; me sentía un zombi, sentía que estaba en una ciudad de muertos que caminaban a toda prisa, me sentía perdido pero esperaba todo mejorara, había llegando a esta ciudad buscando sanar, buscando algo mejor en mi vida, buscando allí poder curar la esperanza, el corazón y la fe fracturada; y aunque el proceso fue lento, doloroso todo eso llego, con los meses, los años, con trabajo pero llegó, y ahora ocho años después estoy aquí, tratando de poner en letras lo que se siente migrar, dejar lo que amas, y tener fe que donde llegues todo irá mejor.

Llegaron las oportunidades después de la preparación, llegaron las personas que me ayudaron a sanar, que me volvieron hacer reír, que se convirtieron en esa otra familia estando lejos de la mía, llego el momento de regresar a mi pueblo solo de paso, de vacaciones, pues había encontrado mi vida en otro lugar; y fue mientras volvía a andar por esas calles que me di cuenta de cuanto había cambiado, cuanto había madurado y todo lo que había aprendido en mi viaje, aprendí a ser fuerte, pero sobre todo aprendí a perdonar, y a perdonarme, me di cuenta que todo lo que estaba fracturado se había recuperado en esa ciudad fría pero de gente calidad.

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