Deriva hacia el porvenir

Deriva hacia el porvenir

Sem Rodriguez

01/05/2017

Ya tenía una edad y era consciente de su notable inteligencia. Podía considerar, por su experiencia vivida, que sabía perfectamente cómo era y era capaz de predecir cómo se iba a comportar casi en cualquier situación. Más destacable aún era la firme creencia de que podía adivinar sus propias emociones futuras: sabía cómo se iba a sentir en todos los escenarios y poco había de inesperado en su fuero interno.

Ella creía identificar perfectamente cual era cada una de sus emociones y las sabía etiquetar, teniendo en cuenta la intensidad de las mismas y su textura. Las gestionaba de forma impecable, las dominaba, las llevaba por el camino de lo razonable, lo lógico y lo correcto. Aún así, era consciente de que podía cometer errores, no obstante, éstos siempre tenían una elaborada justificación, justificación que no servía a nadie mejor que a ella misma, que creía que todo lo sabía y que todo de ella conocía.»Todo está controlado», pensaba, «Todo es adecuadamente observado, estudiado y analizado; la vida es completamente predecible: allá donde quieras ir podrás ir si luchas por ello; si ofreces bondad en tus actos, recogerás bondad; si das con intensidad con esa misma intensidad recibirás; y si alguna habilidad escasea sólo son necesarias la constancia y la perseverancia para poder hacerla crecer». Así pensaba ella, no le faltaba razón cuando las leyes de la lógica y razón humanas son las que rigen el pensamiento.

Había estudiado mucho, era científica, conocía bien la metodología de la investigación a la que entregó algunos años de su vida. Vivía en una continua observación de estímulos externos y la consecuente predicción de acontecimientos futuros. Con ello, todos sus actos estaban premeditados, medidos, valorados y controlados. No podían fallar, no podían salir mal. Y de hecho, todo le salía bien. Familia, amigos, satisfacción profesional y económica, el amor…todo, todo lo social y culturalmente considerado como pilares determinantes de la buena calidad de vida lo tenía. Y ella lo sabía.

Pero en la estabilidad de ese baile de buenas cosas, todas perseguidas y todas conseguidas, una fuerza extraña empezó a empujar desde lo más profundo de su pecho, como si quisiera darle una sacudida. Ella intentaba controlarla. Fue entonces cuando se inició una lucha que comenzó a enterrarla en la desidia.

Él volaba sobre la vida. Cuando quería estar consigo mismo, que era a quien más quería y, por supuesto, en quien más confiaba, volaba muy alto. Volaba tan alto que podía ver todo el mundo desde arriba, aunque, desde esa distancia, nunca podía darse cuenta de los pequeños detalles de lo mundano, no podía observar lo cotidiano de la vida. A él eso no le importaba, realmente solo quería estar consigo mismo y escuchar esa fuerza interna que poseía, con la que creía que podía hacer magia. Ocasionalmente necesitaba combustible, necesitaba alimentar sus virtudes y tapar sus faltas, necesitaba hacer crecer su ego para seguir volando alto y sentir con más intensidad ese poder con el que verdaderamente podía hacer magia. Entonces bajaba a lo terrenal, a lo cotidiano, a lo social; y manejaba la situación como un experto titiritero con sus marionetas para cumplir, sin lugar a dudas, con sus objetivos. Era muy inteligente. Su mente no contaba con el pasado ni con el futuro, sólo interaccionaba con el presente. El presente era vivido sin dimensión temporal, sin que la cautela de lo aprendido ejerciera algo de presión y sin que el futuro venidero le hiciese alarmarse. No había lógica ni razón en su espíritu. Él era una explosión de emociones que jugaban con su cuerpo que, dada su esencia, lo llevaban a la búsqueda del placer y, por supuesto, lo llevaban a crear algo, a hacer magia.

Y así fue: creó la melodía jamás escuchada antes. Era admirablemente armónica, tenía una ligera densidad que se acercaba sin intimidar y, aunque fuera totalmente desconocida, se sabía que había que abrazarla, había que dejarse envolver y nutrir por ella. Era música. La música, lenguaje universal, madre de las emociones, inherente al ser humano y a ninguna otra especie.

Durante su lucha, ella pudo sentir esas ondas armoniosas que llegaron desde un aire muy lejano. Comenzó a vibrar con ellas y la lucha se detuvo. Esa fuerza interna que intentaba salir se apaciguó. Abstraída en la melodía, en un estado de agotamiento mental que arrastraba y, estando al borde del delirio, vió el final del pozo y decidió romper todos sus esquemas preestablecidos. Comenzó a seguir esa música que, sin explicación lógica, le hacía sentir tan bien, como pocas veces se había sentido en su vida. Se notaba flotando, casi en el aire. De pronto, ya el pasado importaba menos y el futuro, el futuro es demasiado complejo como para bañarlo de exactitud. Se sentía libre, era libre, sin lastres. Es por eso por lo que flotaba. Siempre tendió al vuelo, pero había cargado con demasiado lastre. Ya los juicios externos no eran importantes, cumplir objetivos o cumplir con personas pasó a un segundo plano. Ahora solo estaba ella. Se estaba mirando por primera vez al espejo, desnuda y en el aire. Podía observar sus miedos, sus defectos, sus virtudes y sus habilidades. Estaba conociendo su identidad propia por primera vez, identidad que había tapado parcialmente por miedo a no ser aceptada, miedo a no ser igual al resto, miedo a sentir que no forma parte de nada ni nadie. Inmediatamente, una sensación de alivio, descanso y calma invadieron su cuerpo. Cerró suave y lentamente los ojos mientras la expresión de su rostro se mantenía limpia y relajada, y comenzó a llorar. Sus lágrimas salían con una fuerza que reflejaba el tiempo durante el cual fueron reprimidas, tapadas. Se dio cuenta que su interior estaba olvidado, lleno de polvo. Su esencia se había doblegado a lo externo. Entonces abrió los ojos y lo vio a Él. La estaba mirando fijamente sin entender por qué era capaz de conocer el dolor de esas lágrimas. Ni siquiera era consciente de que esa magia que siempre anheló hacer la hubiese hecho. Quería hacer magia y confiaba en ello pero pronto supo que le faltaba un elemento: mirar más hacia fuera, observar el exterior.

Ella estaba desconcertada, había experimentado demasiados cambios como para ser capaz de reaccionar. Pero él estaba absorto, era la primera vez que sentía una conexión tan real con alguien que no fuera el mismo. Por primera vez sentía un interés mayor por algo externo que por su interior. Súbitamente una estructura interna cambió en lo más profundo de su pecho. Y la abrazó. Comenzó a conectar cada uno de sus sentidos con ella, entró en su interior y le enseñó todo lo que ella no veía de sí misma. Le hizo ver que era libre, que la vida es impredecible y que a veces, ir más despacio es avanzar más. Y ella, más fuerte y recuperada, le enseñó la belleza de lo externo, lo externo como enriquecimiento de uno mismo. Le mostró la naturaleza, el olor de los árboles, el color de las flores y el vuelo de las aves. Le presentó la belleza de las personas y lo que cada una de ellas puede enseñar. Algo de lo que carecía nació de él: la empatía. Entonces, puso la mano izquierda en el pecho de ella, atrapó un poco de su esencia y se la mostró: «Esto es lo que hay dentro de tí», dijo él, «Y es maravilloso». Y en ella se hizo fuerte algo que nadaba en la ausencia: la confianza en sí misma.

El estado de plenitud en el que ambos quedaron inmersos les hizo sentir que la vida es más sencilla de lo que parece, que hay que escuchar dentro y también fuera. Que el equilibrio y la mesura son las claves de cualquier contratiempo. Y que todo no está de nuestra mano, la vida también se encarga de hacer su parte. Una energía los envolvió y al separarse pudieron entender el porvenir del universo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS