«Susana iba a suicidarse. Acababa de quitarse las sandalias, por lo que estaba ataviada únicamente con un camisón de seda blanco. Las emociones empezaron a deambular por su interior cuando se asomó al borde del acantilado y observó la fuerza con la que las olas golpeaban las rocas. Nadie más sería testigo de su acto. Sólo el mar y las estrellas presenciarían su última respiración. Sin embargo, instantes antes, cuando caminaba entre lágrimas hacia su voluntaria (o quizá inducida) auto-destrucción, un chico que paseaba por el lugar decidió seguirla sin que se diese cuenta.
-Por favor, no lo hagas- Le dijo con voz grave y calmada.
Se giró bruscamente. Cuando el chico vio su cara, pudo percibir que estaba envuelta en un aura de miedo y cansancio; los labios se apreciaban agrietados y sus ojeras estaban muy marcadas, señal inequívoca de que llevaba días sin dormir.
-¿Quién eres? ¡Vete! ¡No le importo a nadie y mucho menos a un desconocido!¡Déjame!- Le gritó muy fuerte entre llantos.
Él empezó a acercarse muy lentamente. Ella comenzó a temblar, ya no estaba tan convencida de que lo que iba a hacer fuese la única salida o solución. La seguridad que unos minutos antes guiaba sus pasos hacia el abismo, comenzaba a disiparse lentamente.
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Susana. Pero, ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Qué te importa? ¿Por qué no dejas que me tire y ya está?- le contestó con un hilo de voz temblorosa
– Si quisieses saltar y morir, ya lo habrías hecho
Esas palabras causaron la reacción inversa a la que el chico misterioso quería provocar y Susana se volvió hacia el precipicio dispuesta a saltar. No obstante, justo un suspiro antes de que Susana se precipitase hacia la muerte, éste le agarró el vestido y la arrastró hacia él para abrazarla. Y la abrazó, la abrazó muy fuerte haciéndole sentir que se conocían de toda la vida. La abrazó, y fue un abrazo sumido en el silencio de más de cinco minutos; minutos que se sintieron como segundos.
-¿Estás bien, Susana?- le preguntó sin dejar de abrazarla
-No lo sé. Estoy, estoy aquí y aún puedo palpar el frío que desprenden las rocas en la planta de mis pies. Y también percibo como tu respiración mueve suavemente algunos mechones de mi pelo. Estoy viva. Estoy viva y coleando. Si puedo sentir todo esto, es gracias a ti y a la puñetera casualidad de que estuvieses rondando en este recóndito lugar en el momento adecuado.
-Igual no es casualidad y tenía que pasar así. Igual es el destino ¿Crees en el destino? Yo sí y no creo que el destino diga que debes morir hoy. El mundo se quedaría con un ángel menos y eso sería algo imperdonable para mi destino¿Por qué ibas a hacerlo?¿Por qué querías tentar a tu suerte?- Le preguntó sin poder dejar de mirarla. Al tenerla tan cerca pudo apreciar que tenía ante él a una chica de belleza abrumadora: sus ojos eran enormes, frágiles y de un color verde muy intenso, casi hipnóticos; sus labios eran finos, pero perfectamente dibujados y tenían la tonalidad de una cereza madura. Y su piel, esa piel blanca y aterciopelada, tenía el tacto y la apariencia de un campo de algodón en flor.
-Porque no encuentro ningún motivo que me haga sentir que tengo que seguir hacia delante. Mi padre es alcohólico y mi madre me dejó tirada con él cuando tenía 5 años. Esta situación ha provocado que sea el hazme-reír de todo mi instituto y cada día tengo que aguantar como cuchichean de mí a mis espaldas y me hacen el vacío. Es insostenible. No puedo más. Llevo 17 años en el mundo y siento que no han servido para nada, que no me han hecho vivir nada bonito, solo sufrir y sentir que no valgo para nada- Contestó mientras, sin quererlo, las lágrimas paseaban por su rostro, dibujando los contornos de su cara y cayendo al suelo del mismo modo que caen las gotas de lluvia en un día de tormenta.
– ¿Qué no encuentras motivos para seguir adelante? Yo seré tu motivo, déjame ayudarte. Deja que te enseñe que más allá de todo el sufrimiento que estás experimentando, siempre hay un ápice de esperanza, que siempre encontrarás un pretexto para seguir caminando. Únicamente tienes que saber buscarlo, y yo te enseñaré a hacerlo.
Unas pequeñas nubes, movidas por el viento, dejaron pasar la luz de la luna. Esa luna que minutos antes estaba totalmente oculta tras ellas.
Fue increíblemente hermoso. Un chico desconocido fue capaz de hacer por ella en unas horas, lo que nadie más había conseguido en toda su vida. Le había brindado ilusión, esperanza. Le había hecho sentir que era importante para alguien. Sentía los rayos de luz colarse por una pequeña rendija en su corazón y esa sensación de calor empezó a gustarle. Por primera vez quería dejarse ayudar. Nunca antes habían intentado ayudarla. Nunca antes habían evitado que sus pasos vagabundos la guiaran hacia el abismo»
Felipe se quedó embobado mirando la cara de su abuela:
-¡Qué historia tan bonita, abuela!- le sugirió
-¿Te ha gustado, cariño?-
-Muchísimo, qué chico tan valiente.¿Y qué pasó después de esa noche?
-Pues, esa noche fue el principio de una vida juntos. Ella consiguió que su padre fuese a una clínica para desintoxicarse. Terminó sus estudios y se casó con el chico misterioso. Fueron muy felices. Atrás quedaron los años de oscuridad. Tuvieron tres hijos y se mudaron de casa cinco veces.
-¡Fantástico, una historia con final feliz! Me alegro mucho de que así fuese. No todo el mundo es capaz de salvar así la vida de una persona ¿Verdad abuela?
La anciana asintió mientras seguía balanceando su sillón una y otra vez.
-Ese hombre, el chico misterioso es un héroe. ¿Tú lo conoces? ¿Son amigos tuyos?
La abuela le lanzó una sonrisa muy tierna sin poder evitar que se le empañaran los ojos. Cogió aire y tras lanzar al universo un suspiro lleno de vida le contestó:
-Cariño, el chico misterioso, era tu abuelo.
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