Acaríciame la memoria porque a ti, a ti ya te tengo

Acaríciame la memoria porque a ti, a ti ya te tengo

Hoy es la tercera vez que paso por aquí, lo sé pero no me importa. Ya ha empezado la primavera y la leve brisa que hace hoy empieza a acariciarme la piel con especial cariño, dejándome a su paso este olor tan mágico de mi ciudad, el azahar. Al menos sé que jamás voy a olvidar este olor, pues si paso mucho por aquí, quedará impregnado de por vida en mis fosas nasales, diga lo que diga Ramón.

Voy andando con mis sandalias de esparto y aun teniendo un poco de tacón, notas la vida de esta ciudad bajo tus pies, en cada adoquín, en cada balcón con flores, en cada patio. Hay tanta hermosura en esta ciudad, en esta vida que muchas veces no apreciamos, que parece que tenemos que sentarnos en un banco para reflexionar sobre ello. Mis tres hijas siempre me dicen con cachondeo que se me nota mucho que tengo el corazón partío, porque siempre digo que soy gaditana de nacimiento, pero sevillana de corazón, y es que esto solo lo entiende el que ha vivido mucho como yo, y en estos días de cambios de estaciones y de cambios en general más razón le doy a esa frase. Cádiz es mía, pero mi adoptada es Sevilla.

Desde este banco de la plaza de Santa Cruz, se vive de otro modo, ya lo digo yo. Estoy tan relajada que ahora sí que no me importaría olvidarme de todo. Son casi las dos y aquí está, ya me vibra el móvil. – Dime, cariño – contesto con calma.

– ¡Mamá! ¿Dónde estás?, ¿sabes dónde estás? Me tenías preocupada, es la cuarta vez que te llamo. Ya te hemos dicho que estés siempre atenta al móvil. – Ana, mi hija mayor, ya está enfadada, qué carácter tiene, estas cosas no cambian con la edad y mucho menos se olvidan.

– Hija mía no tengo el móvil en la mano, no me había enterado. Sí, sé dónde estoy, ¿qué te pasa? – la escucho resoplar.

– Si sabes dónde estás dime el sitio por favor, que voy a por ti. Otra vez en la Plaza de Santa Cruz ¿no?. Tú quédate donde estés, que voy por Sierpes.

– Estoy en la Plaza de Santa Cruz, sí, pero tranquila que te doy el encuentro.

– Por favor mamá, quédate allí no vaya a ser que te pier… que nos perdamos.

La espero, no me importa, llega un momento en la vida en el que las esperas y los silencios comienzan a ser cómodos, porque en ellos se aprende mucho más de los demás y de nosotros mismos de lo que muchos creen. Habrá pasado unos 20 minutos y por ahí viene con su vestido de flores amarillo, qué guapa es mi hija mayor, tan morena y de formas tan finas y elegantes, baila sus pasos al andar.

Mamá – me agarra por los hombros – ¡felicidades! Hoy es el día de la madre, ¿lo sabías? – me da un beso en la cara y me humedece la mejilla.

– No había caído en que era hoy, menos mal que te tengo a ti Ana.

Sonríe con sus hoyuelos como a mí me gusta – Pues claro que sí mamá, vamos a casa que están allí Andrea y Claudia esperándonos para comer. – me coge la mano y poco a poco salimos del centro dejando atrás el brillo y el aroma de mi adoptada.

No sé ni cómo hemos llegado y ya estamos en casa. Desde luego que tengo la cabeza con tantas cosas que no sé ni en qué día vivo. Abrimos y la casa, huele a hogar como siempre, pero también a alguna delicia que habrá preparado mi hija Andrea, ella ha heredado el arte de la cocina de su abuela y su padre, porque yo no nunca fui buena entre fogones.

La mesa está muy bonita puesta, servilletas de tela, la vajilla que me gusta con motivos típicos de la ciudad en blanco, negro y grises, y una cajita sobre el mantel grana que creo que es para mí, por mi día. Sonrío y aparecen mis otros dos ángeles, que vienen a recibirme. Que me den besos, esos son los regalos que más me gustan y por suerte ellas no dejan de mimarme nunca. – Vamos a comer que si no, nos dan las cuatro y ya quiero coger esa cajita – agarro la mano de Claudia, la menor de las tres y nos sentamos a la mesa, a disfrutar.

Qué buena comida, y qué bonito regalo me han hecho. Un collar y un álbum con fotos, fechas, nombres y detalles. Un repaso a nuestra vida en tan solo 20 páginas, y al final una dedicatoria “Estos son los momentos más bonitos para nosotras, ahora en este trozo de papel, apunta los tuyos para que jamás los olvidemos. Te queremos mamá”. Me he sentado en el sofá a descansar un poco y a rellenar mi lista, a ver si me entra la inspiración con este olor a café que sale desde la cocina, seguro que me despierta las ideas y la inspiración.

– Claudia ¿puedes venir? Ana ya está aquí, que vamos a tomar un café – Escucho gritar a mi hija Andrea desde la cocina. Claudia, tan pizpireta como siempre, se dirige a la cocina y entorna la puerta en un intento por no llamar mi atención, pero tener más intimidad. Comienzan los susurros. Me llena de coraje que hagan como si no estuviese, sé que estoy más irritada que de costumbre, pero esto pasa de castaño a oscuro, ya me advirtió Ramón que harían esto, ni el día de la madre se pueden controlar.

Me acerco casi levitando hasta la cocina para no hacer ruido y me apoyo en el marco, pegando la oreja a la puerta como cuando eran pequeñas y quería espiar con quién hablaban por teléfono.

– Ahora le ha dado por ir a la Plaza de Santa Cruz, y voy todos los días a por ella. Creo que es porque allí es donde conoció a papá y es lo que más le hace sentir – Ana y su carácter, parece que sea una carga para ellas y yo no les he pedido nada, yo me valgo por mí misma. Menos mal que no les he contado lo que me dijo Ramón.

– Sí, pues a mí hoy me ha dicho Claudia en vez de Andrea, pero lo dijo tan segura… – ¿Yo? Pero será mentirosa, eso no es verdad, yo no las he confundido o ha sido sin querer. Lo mismo se ha molestado – Pobrecilla -. Encima sintiendo lástima por mí, por una simple confusión.

Bueno puede que esté más nostálgica y por ello quiera ir a donde conoció a papá, tampoco lo veo tan raro y lo del nombre, se ha confundido. No entiendo por qué estáis tan dramáticas. Más raro me parece a mí que no me llamó en mi cumple, estaba en Londres y puede ser excusa, pero aún no me ha felicitado – Menos mal que Claudia me entiende, es la que más se parece a mí, pero vamos que esta niña está tontorrona, si su cumpleaños es ¡el mes que viene!.

– Claudia, Ana y yo tenemos que decirte algo, pero siéntate – ¡voy a ser abuela!, ¿cómo no me lo han dicho antes? Seguro que es Ana, por eso está tan cabreada últimamente. Ay qué ilusión – ¿Recuerdas al abuelo?¿lo que le pasaba? Bueno, hace una semana nos llamó Ramón, ya sabes qué mamá lleva un tiempo yendo al médico – ¿cómo? Cómo que las llamó Ramón.

¿El neurólogo que era amigo de papá? ¿Para qué? – Claudia cariño, tranquila, sé que se te ha quebrado la voz y que te tiemblan los labios, pero no es tan grave, yo estoy bien. Tan pequeña y tan sentimental…, cómo voy a cuidarte cuando pase el tiempo.

Nos ha dicho que mamá tiene… espera – Un silencio, qué raro, creo que me han pillado- ¡Pero mamá! ¡Por favor! – Claudia abre la puerta repleta de lágrimas y me abraza tan fuerte que temo que me rompa una costilla – ¡te amo tanto! ¡Prométeme que esto jamás lo olvidarás! – me escudriña con sus enormes ojos negros y no puedo mediar palabra, no las he olvidado, pero me cuesta hablar, tengo un nudo en el corazón, en el alma y otro en la garganta. Ana y Andrea también vienen y nos fundimos en un abrazo de los que atraviesan sentimientos y los mayores muros de contención. Se me ha olvidado por qué estaba enfadada, el amor es lo que tiene que puede sobre los demás estados de ánimo.

Suspiro hondo, ¡Ay Dios mío!, grito en mi cabeza mientras las miro, solo tengo sesenta y dos años, esto ya empieza y aún no me ha dado tiempo de despedirme por derecho de mi tacita de plata. Aferro fuerte entre mis dedos mi lista de “grandes éxitos”, aquellos que me han dicho mis hijas que no puedo olvidar bajo ningún concepto. No puedo prometerlo, pero sólo espero que al menos mis tres ángeles nunca se vayan de mí y sigan acariciándome la memoria cada día, porque a ti, a ti maldito alzheimer, ya te tengo.

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