Ella tenía unos 20 años cuando se fue con él. Eran otros tiempos, o eso decía siempre años después. No se casaron, que locura pensar eso de una mujer que te lo cuenta a sus 90 años.

Mis abuelos vivían en un pueblo de Córdoba, antes de la guerra ya tenían 3 hijos.

Mi abuelo se fue a la guerra con los «rojos», el bando que le pillaba por zona.

No sabemos muy bien en qué momento de la guerra acabo en un campo de trabajo o así los llamaban. Tenía mujer e hijos en el pueblo, qué sería de ellos sí a él le pasaba algo, se preguntaba cada día.

La guerra llegó a su fin y la dictadura se instauró en España.

El jefe del gobierno, como premio, alegría o como queramos tildarlo, dejó salir a muchos de los presos de esos campos, uno de ellos fue él, mi abuelo. Otros no corrieron esa suerte.

Tardó días en llegar al pueblo, andando y con el único propósito de reencontrarse con su familia.

Su mujer, mi abuela, mientras tanto le esperaba. Era su gran amor, por quien perdía los vientos y con el único anhelo de verle aparecer pasaba los días.

Una mujer luchadora, matriarca y con un genio que no dejaba indiferente a nadie.

Se reencontraron, volvieron a su vida, pobre, muy pobre, pero honrada.

Les llegó la hora de casarse. Con varios hijos ya creciditos, la iglesia mandaba y tenían que pasar por el altar.

El amor entre ellos era superior a todo o quizá el de ella por él.

Tanto amor había y tan poca tele, como le gustaba decir a ella, que tuvieron trece hijos. Cuando se iba a trabajar, a saber dónde, porque eran arrieros, volvía embarazada.

Una sucesión de hijos de los cuales tres murieron y no se hicieron adultos de provecho.

«Seis hembras y cuatro varones» eso contestaba cuando alguien le preguntaba cuántos hijos tenía.

Mi abuelo murió con sesenta y algo años, ella, la mujer fuerte que levantó su casa, aún vivió hasta los 96.

Tuvo una vida dura, de pobreza y mucho trabajo, en la España profunda. Vivió una guerra civil, una postguerra, los coletazos de la II guerra mundial, la dictadura entera, una transición y una entrada a la democracia. Siempre que pudo voto, porque era un derecho que durante años no tuvo.

Nació en Córdoba y murió en Valencia ciudad a la que migró para poder vivir mejor.

Tuvo una vejez que muchas personas desearían, cuidada por sus hijas e hijos, arropada por sus nietas y nietos, conoció a biznietos aunque siempre tuvo esa pena dentro de quién ha perdido tres hijos y un marido.

Murió dulcemente después de una ducha poniéndose las medias, porque, eso sí, nunca consintió ponerse pantalones.

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