CV. Nombre: Cupido. Estado civil: no identificado. Email: arroba… nube, hipnotizante, virtualmente atractiva.

Estado laboral: parado o felizmente desempleado.

Lujosa experiencia… !Pero la edad horrible! Su inmortalidad trajo muchas utopías en las páginas volterianas «todo va a salir bien» sobre como emprender y trabajar por allí, en un lugar particular del planeta Tierra. Las coordinadas – creedme – las sé pero seré muy bien educado é intentaré no echar más fuego ya que la respuesta sobre su intento enésimo de una empresa enorme X a esa criatura amorosa es – adivina usando tu genio – un firme NO.

No obstante, a mi personalmente ya no me sorprende esa situación penosa de Cupido, incluso, entiendo su cierto valor de tener aquella exagerada esperanza. Es más, me siento igual que el, pero llego a desear que encuentre lo que busca lo más pronto posible porque me agarro al mismo tipo de esperanza de conseguir amor mutuo y quisiera que dentro de poco esa criatura, con todo su nombre resplandeciente “Cupido”, pueda volver a la cadena de tiros de flechas y por lo menos acabe apuntando justo allí donde lo dejó por la ultima vez. Ya que ahora me ha dejado tirado con la flecha en el pecho sin preocuparse siquiera mientras la otra flecha idéntica a la mía la tiene metida en su cajón entre las demás debajo de sus 500 copias de curriculums y no es su lugar perteneciente.

No obstante, que el esté tirado en la nube con su colega Eros en las paleidolias hipnotizantes tranquilamente jugando entre los dos unos juegos color violeta, en realidad ni me enfada, ni tampoco me decepciona. Entre tantos derechos que existen y no, pensé que podría esperar y yo. No pasa nada si con la abandonada doña Tranquilidad y sin ningún Mister Famous Stress Disorder, tan moderno hoy en día, decido pasar unas vacaciones en la caseta platónica. Pero para reservarla, hize la llamada a Platón para que me júre a echarme de allí dentro de poco, ya que lo platónico es difícil de abandonar a veces y sus efectos secundarios suelen ser muy peligrosos.

En la espuma de café se bañaba mi alegre cucharilla de mañana siguiente… Tantos planes… Tantas ideas… Pero al ser humano la monotonía duradera empieza aburrir, así que debido a ello, me emborracho recitando a Bukowsky de vino tinto arrogante y olvidando que no soy dueño de aquel deprimente lugar, llamo a Platón por la noche y me desahogo:

– ¿Por qué demonios patentó usted sus ideas que ahora tanto daño me hacen y sirven para autodestrucción con consecuencias graves?! ¿Por qué demonios el Cupido – con tantos másters y tantos años de camino laboral eficaz evidente – no consigue la licencia de autónomos ni tampoco encuentra esclavizarse en las empresas de Venus y dedicarse a lo mejor que el sabe – enamorar a la gente?!

Cuelgo.

Acabo contando las estrellas no del cielo, y madrugo abrazando el váter y escupiendo demonios de mi boca. Las grietas del cerebro tiene la única solución. Las pastillas analgésicas. Estas me borran los delirios de anoche. No desaprovecho la maravillosa costa, y me meto al oleaje salado. Platón tiene demasiada paciencia para que me eche hoy y eso es lo peor. No lo soporto por lo bueno que es. Por lo perfecto que puede aparecer – seguro que no lo es. No tengo dudas de que allí, donde habito, entenderé los puntos claves de sus proyectos platónicos.

Me escondo con aquel plan ingenuo e infantil, cierro las persianas, me pierdo en las sabanas, y me encuentro en las sabanas, y me pierdo en ellas y me vuelvo a encontrar a mi mismo encima de ellas otra vez, dentro de un largo dormir. No podía hasta ahora distinguir la realidad con lo onírico aún. Veía muchos tacones altos, divinos, todos independientes, con maletines intelectuales asombrosamente de alta calidad. Si. Era solo una pesadilla pero no hacia falta buscar a Freud en las paginas amarillas ya que por eso me llamarían un antiguado. Tampoco quiero ser de fecha pasada. Mejor tener la vida virtual la cual tiene todas las respuestas, sabias y no, urgentes y no necesarias para nada y para todo y etcetera.

Me desperté con un rencor y vergüenza.

Escribo un email secreto a Platón. Le pido disculpas amablemente. Sé, mi comportamiento no tiene explicación. Sé que el suyo es siempre compasivo y su paciencia me perdonará mis insignificantes trastornos de alcohól.

Así que retiro la denuncia mental a todo el planeta. Retiro mis consuelos a Cupido y a Eros. Al fin y al cabo, es divino amar platónicamente. Pero que trabajen ya tirando flechas según aquella lista. Tirad al primero que parezca en aquella lista. Para que se acabe mi estancia, bonita y aburrida, y se complique lo hermoso y lo desafiante de una vez. Necesito a El a mi lado. Necesito aquella agua bendita para poder existir en este lugar del sur del planeta Tierra. Era la hora pisar mis principios ridículos y complicármela la vida, encendiendo todos zeros y unos. Pero claro. Siempre algo tenía que pasar para que no pudiese estar uno feliz. ¿O talvez era conveniente para poder escapar del miedo a una relación?

En fin, demasiadas filosofías dañan al cerebro y volví a la realidad fácilmente gracias por el goteo constante, tocando las persianas, que cada vez confirmaba que si, que esta lloviendo. El canal x lo confirmó: lluvias abundantes por la noche, las temperaturas bajan pero mañana vuelven a subir con mucha intensidad…

Decido alquilar el pensamiento mundial. Abrazo una taza de algo caliente y me escondo bajo una manta felpa que cuesta solamente unos x con noventa y nueve. En realidad, no era tan mala la idea que solían vender tantas películas. Me siento bien. La sinfonía lluviosa me adormecía paulatinamente. Aún así, toda la noche no llegué a quedar dormido profundamente por ese maravilloso sonido de la naturaleza. Supongo que la lluvia en si es un poema más fácil de descifrar para cualquier ignorante. Me acuerdo de un vecino gruñón. En cierto modo su ignorancia era su propia felicidad – sabiendo menos, se preocupaba por menos, y por menos sabio a la vez era ciertamente menos ignorante. Que paradoja que yo adore a la lluvia y dedique mi noche entera a observar su nota impecablemente hermosa, en un par de casetas más abajo seguro que se escuchaba un ronquido de bronquios, atascados de cigarros con sello «made in Cuba» sin que jamás hayan salido más lejos que 50 km de la fábrica de la ciudad local y no tengan nada que ver con el Caribe.

Por la mañana, desayunando (igual que el rey importante), contemplaba las vistas por la ventana de la cocina.

Hubo varios destrozos en la costa. Masticaba con todo mi ímpetu para alimentar mis neuronas de la resaca y ví muchas cosas en orden caótico en todo el patio que daba camino a la cercana orilla del mar. Pero me rompe toda la harmonía el maldito teléfono. Ojalá fuese Cupido, confirmando su estado laboral yendo de botón verde y con flechas listas a disparar ya.

-¿Diga?

– Estoy buscando al principito.

-Se equivocó de numero, – escupo palabras programadas para ese tipo de cosas.

Vuelvo a mi zona de comfórt. Lleno el vaso con más zumo, pasando de las historias triviales, tales como si el vaso está lleno o vació y si soy minimalista o egoísta.

¡Que loco! …aún pienso en aquella voz extraña, buscando al principito… Que poco común, sería igual de locos si llamara ahora mismo, en este instante y me preguntaría si puedo hablar con Dorian Grey o algún otro fantasma de mejores publicaciones de este planeta. No sé quien era más loco – aquella persona o yo, aquí pensando en cosas más locas que el otro. Pero el aparato sigue sonando otra vez. Contesto:

– ¿Diga?

– No cuelgue, por favor, solo quiero charlar un poco! Me llamo Johny. Y vivo en la casa de Soledad. Temporalmente. Solo me preguntaba si ya que te estoy observando por la ventana y te veo tan fresco y tan recién nacido en la casa de Platón, a ver si me podrías ayudar?

– Dudo si puedo ayudarle señor de la casa de Soledad.

– Si. Seguro que si puedes. Con la lluvia de ayer y ese viento, me parece que cogí un resfriado y te pregunto, talvez tengas algo para calmar ese dolor.

Salgo al patio. Giro a la derecha. Nada. Giro a la izquierda. Veo un enano pelirrojo con su mano levantada hacia el cielo despejado y señalandome que me acerque más. Yo – ni caso, pero sigo dialogando a través de teléfono:

– ¿Es ustéd llamando?

– Si.

– Que es exactamente lo que quiere? No veo que usted esté mal ni que esté resfriado. ¿Como se llama usted?

Oigo su placentera carcajada unos segundos directamente a mi oreja. Y luego el me dice:

– ¡Sabía que ibas a caerte en mi trampa! ¡Los de la casa de Platón sois unos idiotas natos! ¡Me llamo Hipócrita, para que conste, que te mando al infierno a ti y a tu Saint-Exupery!

Cuelga sin que yo ni aún tenga tiempo a parpadear, ya ni mencionando que no me dio tiempo ni entender bien su broma negra tan rápido. Por lo visto, el vecino de izquierda es un enfermo mental, el que se siente cómodo en su loca vida y prefiere ser un imbécil y evitar a llevar típicas cargas humanas de impuestos, responsabilidades de todas aquellas cosas que cuestan ser soportadas.

Se me enfría las tostadas. Y me las vuelvo a preparar de nuevo. Pelo un huevo y me imagino que es de oro. Entonces pienso a quien lo regalaría y, sin duda ninguna, sabiendo la respuesta, me acuerdo de Cupido, de Eros, de Platón, de aquel engañoso vino, y todo lo sucedido. Me pierdo entre las dimensiones del tiempo y me confundo a la vez, tengo que escoger de una vez donde estaré: en el pasado, en el presente, en el futuro? Me gusta mucho las locuras de este planeta. Me gusta los personajes que me rodean – pero mi mayor deseo, que Mi Amor esté a mi lado y Platón pierda la paciencia conmigo, me suelte para siempre hacia una realidad donde dos habitan en uno.

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