Vivo en un piso interior con una única ventana que da a un estrecho patio de vecinos.

No tengo tele. Renuncié a la caja tonta porque roba tiempo. Siempre he sido partidaria de la comunicación directa y el entretenimiento sano. Las ondas electromagnéticas destrozan el cerebro. 

Uso el mismo móvil desde hace 13 años, cómodo y práctico, además me encanta el sistema de concha. 

Como me considero una persona sensata, renuncio al ordenador en casa, bastante uso le daba en el curro (antes de perderlo debido al Erte)

El silencio en mi pequeño habitáculo es total. Mis libros y discos hibernan en el trastero de la casa de mis padres. 

Evidentemente no tengo perro ni gato. Es tan cruel encerrar a un animalito en un piso sin  salida…

En casa no bebo cerveza, ni vino, ni fumo por no ahogarme con el humo negro entre estas cuatro paredes, ni me relaciono con vecinos, excepto a la hora de los aplausos, es entonces cuando me siento sumamente privilegiada. De la ventana del piso de enfrente, con la que comparto cuerda de tender, sobresalen 14 manitas aplaudiendo tímidamente, casi sin volumen, la realidad es que no tienen espacio vital para hacer ruido cuatro niños de diferentes edades, los padres, un abuelito y quien sabe si alguna mascota tipo hamster.

 Abro y cierro el móvil de concha, click- clack – click- clack -click- clack – click- clack … deseando escapar cuanto antes de esta tragicomedia rara.

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