Para Adela.

    Unos tipos observan una película porno. Una niña es violada. Cuando grita, todos ríen. 

  Tres mujeres maquilladas como putas, contemplan la escena. Zapatos con tacón de aguja muy largos. Semidesnudas. Los pechos al aire. Muertas de frío.

   ¿De qué se rien esos hijos de puta?

   Son emigrantes. Mujeres que huyen de malos rollos, maltratos, indigencia, aislamiento… Todas tenían un sueño. La del centro es Nadia.

   Un hombre se acerca. Un cerdo sudoroso. En la nariz restos de coca. Excitado.

   -Tú -, señala con el dedo.

   Ninguna se mueve.

    -¿No oyes? -, pregunta a Nadia. Sube conmigo.

   ¿Cómo puede haber hombres así, tan repugnantes?

   Cuando sube le duelen los pies. Demasiado altos los putos tacones. Se quita los zapatos y los lleva en la mano.

   El cerdo resopla. Es increible que haya podido llegar arriba. Parece que le va a dar algo. Se quita la chaqueta empapada de sudor y se baja los pantalones. Sobre el suelo quedan chaqueta, llaves, monedas…

   El sexo del cerdo es un colgajo asqueroso. Deprimente.

   -Agáchate -ordena.

   Nadia, comprende. Quiere lo que ella le hacía a Navir, su novio. Todas sus amigas se lo hacen a los chicos. A ellos les gusta y a ellas también. Pero con esta bola de sebo no podría. Vomitaría.

   El cerdo insiste, pero Nadia, se aleja. Intenta agarrarla, pero se le enredan los pies con los pantalones caídos. Son cosas que pasan. El cerdo se tambalea como un pelele y acaba en el suelo.

   Nadia, se asusta. No sabe que hacer. Antes solo ansiaba una vida mejor, ser dueña de sí misma, tener un futuro… Ahora vive avergonzada. Jamás había pensado en la prostitución hasta que cayo en sus redes. No tiene experiencia.

   A lo mejor, lo del cerdo solo es una bajada de ázucar, un simple mareo… Quién sabe.

    Sea lo que sea, tú no puedes hacer nada. No lo toques ni te preocupes, puede que despierte en cualquier momento. No te pongas nerviosa, Nadia.

    Se asoma a la ventana del cuarto. Cuesta distinguir la carretera y el cobertizo que hay más allá. Todo está oscuro. Aún es de noche y hace mucho frío.

    El cerdo se mueve.

    Nadia, está confundida. Vuelve a la ventana. No hay mucha altura. Podría saltar, escapar y ser libre, ¿pero tendría valor? Ese es el problema. 

    Busca entre las cosas del cerdo. Un fajo de billetes, monedas, tabaco, un encendedor y unas llaves. Lo normal. Se queda con los billetes y las monedas. Podría ser suficiente para volver a casa. Pero tiene que darse prisa. También se queda con el reloj del cerdo. Es precioso.

    – ¡Cabanes! ¡Cabanes!-, llaman los de abajo, pero Cabanes no responde.

    Nadia, saca de un armario un abrigo y el bolso que compró en el mercadillo. 

    El cerdo está volviendo en sí. Los de abajo siguen llamando. Suelta los zapatos y se pone el abrigo. Mete el dinero en el bolso y se calza. Espábila, Nadia, el cerdo se está incorporando.

   Para joder más las cosas, se ha puesto a llover y estará todo embarrado. Es una putada, pero ya no hay vuelta atrás. Cuando el cerdo se pone en pie, Nadia, ya ha saltado por la ventana.

   Rebota sobre un contenedor de basura y se hace daño en la pierna izquierda. La rodilla le duele horrores, pero no se ha roto la cabeza. Menos mal. ¿Y el bolso y los zapatos? Sus cosas han caído junto a unos cubos. Mojadas y sucias, pero no importa.

   Oye voces. Siguen buscándola.

   Corre, Nadia, corre si no quieres que te cojan.

   Se dirige al cobertizo que vio antes, pero los zapatos se atascan en el barro. ¡Los putos tacones! Coge uno en cada mano y continúa. Así es mejor.

   Quita el alambre de la puerta y entra. Muebles viejos, latas, maderas, cajas, botas de agua…

   Se coloca tras la puerta. Cabanes, se acerca. Amenazante.

   Nadia se prepara. No va a dejarse coger. Sus manos tocan unas maderas. Suelta un zapato y agarra una tabla.

    Cabanes, chapotea en el barro. Nadia, lo oye en la puerta y no se mueve. Espera tranquila. No tiene miedo y está decidida a matarlo.

   El cerdo entra despacio. Cauteloso. Nadia, le golpea antes de que la descubra. Pero no ha sido un golpe certero y el cabrón la agarra de la pierna dolorida.

   Nadia, se revuelve, pero el cerdo no la suelta y tira de ella.

   Este hijo de puta te va a arrancar la pierna, Nadia. Tienes que hacer algo. Has perdido la tabla, pero te queda un zapato. Joder, ¿como no lo has pensado antes?

   Cambia el zapato de mano y espera la ocasión. El la cree dominada. Está agotado y se relaja. Es el momento, Nadia. El zapato vuela con furia y el tacón de aguja penetra en el cráneo de Cabanes. 

    Se acabó. Solo se oye el siseo de la masa encefálica pugnando por salir, sin apenas sangre. Desde luego, no hay nada como un tacón de aguja.

   Los coches circulan por la carretera. Es hora de irse y Nadia, echa a andar. Lleva colgado el bolso y en las manos unas botas de agua.

   

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