Un infierno interior

Un infierno interior

Daniel Santi

29/03/2020

S se asomó por la ventana del cuarto de estar. Justo por debajo, una llamarada de más de siete metros de alto iluminaba el parque de estacionamiento y los edificios aledaños. Le insté a que cerrara la ventana. Me dijo que no, que me aproximara, que la bestia ardiente molaba. Apenas podía respirar. Le dije que una que otra brasa voladora podía entrar. Me dijo que el espectáculo no duraría por siempre. Pensé un segundo en las posibilidades. Dubitativo caminé a paso lento hasta ella. Miré a S. Lucía alegre e impaciente. Mira, dijo. Observé con atención el fuego que había comenzado en la maleza y que ahora cubría por completo el ídolo de madera. Dijo que todo infierno comenzaba con una pequeña llama en el interior de uno. La miré de vuelta. Aquella fue la primera vez que la vi realmente cómo era. En ese instante el viento sopló; pude sentir el calor abofeteándome la cara al mismo tiempo que una brasa volaba por el aire y pegaba en la ventana del piso inferior. Respiré profundo, reculé y le dije que la verdad era que debía salir de ahí. S me preguntó que a qué me refería. Le dije que no importaba lo que sucedía abajo o dentro o de si cerraba todas las puertas y ventanas o si saltaba en ese preciso instante para caer directo en el fuego. S me miró con cara de no comprender nada mientras por detrás de ella la llamarada crecía y sobrepasaba el nivel del apartamento. Le dije que éste ya no era mi lugar, que ya no me importaba el confinamiento, que me iba en ese preciso momento. Salí a paso veloz por la puerta principal y bajé hasta la calle. Desde fuera, la enorme llamarada parecía un infierno emergente que amenazaba con quemarlo todo. Caminé en dirección contraria. A medida que avanzaba, la llamarada lucía cada vez más pequeña hasta desaparecer como un punto rojo que se extinguía en la lejanía.

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