Una historia Volada

Una historia Volada

Marvan

30/03/2020

Una historia volada

Esta es una historia vivida con la valentía del espíritu, cual dragón surca su vuelo. Allí, en el silencio del vacío donde terminan los caminos, donde queda atrás el miedo y se desvanecen los abismos su cuerpo se vistió de nubes y tempestades. Desde las regiones celestiales sus ojos contemplaron este mundo. Voló en el alto cielo para reivindicar su libertad y su razón de ser.

Migró de tierras sacudidas por la indolencia de la segunda guerra mundial. En su niñez afrontó una dura realidad. Fue su irreverencia y su inconformidad ante una nación autora de un genocidio la que la llevó a querer ser lo que aún no era. Al otro lado del mundo, en un nuevo continente estaban predestinados los caminos para comenzar de nuevo. Su madre, mi abuela, aún enamorada de un amor de su juventud, marca este destino llegando a Colombia un año antes. Ella, siguiéndola llega a los llanos orientales a sus 19 años. Desembarca de un vuelo transatlántico para confundirse con los aromas de un aromático trópico.

En San Martín Meta, la esperaba su madre y el campo. Se vistió con la esencia indómita de estas tierras para aprender a sobrevivir. Lavaba sus ropas en el río y se bañaba entre tortugas y peces. Sus días transcurrían al otro lado del sol. Pronto aprendió a cabalgar a pelo, a galope, hacia su nuevo destino, así se fue apagando el incendio de noches pasadas para amanecer ante un nuevo sueño: volar.

En enero de 1969, luego de diez años de haber llegado a Colombia, se presentó ante la aerocivil para que esta institución expidiera la primera licencia de piloto comercial para una mujer: PC1468.

Esta historia tiene distintos vuelos, unos se definieron hacia el cielo y otros perdieron su destino. No todos los tesoros brillan. A veces pienso que la familia es un cielo con rincones infernales. Cada uno tiene su forma de volar. Las mías, mis alas no son de acero pero conocen otras alturas. Cada día puedo ponerme unas pequeñas, otras grandes, o simplemente sin ellas, caminar. Y si caminar no se puede, sentarse a contar alguna historia es algo que me parece suficiente y fascinante. Cuando uno nace le enseña a ser madre a una mujer y si no aprenden nos toca aprender a ser hijos como se pueda. Es mi caso. El tiempo nos enseñó a perdonarnos. No sé que le enseñamos al tiempo, la verdad no se.

La tierra esconde los cuerpos después de muertos mientras el cielo parece ser el destino de nuestras almas. Dejo aquí estas palabras, las encontré como quien busca una gota de agua dulce en el océano. Nunca están perdidas, pero que las hay, las hay. Al principio nos saben amargas, sobre todo cuando duelen, pero saben una cosa, las prefiero así, que sepan a lo que soy. Aveces otros creen que saben mucho cuando en realidad no saben a nada, nadan como barcos naufragados y se inventan la verdad que les conviene.

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