Ya han pasado 34 días desde aquel primer grito que estremeció la ciudad. Ella desde su ventana observaba el silencio caminando por las calles mientras le quitaba el último suspiro de vida al cigarrillo que había robado la noche anterior. Esas calles inundadas por una bruma que envolvía todo a su paso, esa bruma, pensaba ella “era el miedo, miedo de todos los habitantes de la ciudad, un miedo que ya se había aburrido de estar encerrado y decidió salir a tomar aire, al igual que ella”.
Mientras fumaba su ultimo aliento, no entendía cómo algo tan simple, tan pequeño, que no puede compararse con la complejidad del ser humano puede hacer tanto daño, no entendía porque debía morir por culpa de un simple arrebato de locura, locura que la llevo a burlar el encierro a que fue obligada a cumplir por culpa de un ser que no veía, pero que por fin pudo sentir. Infortunadamente las ganas de fumar le jugaron una mala pasada, ese maldito virus entró a su cuerpo si tan siquiera pedir permiso, ya no importa, un nuevo huésped reclama su victoria, reclama su vida, ella a regañadientes la entrega, no sin antes sonreír por ultima vez.
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