Confesiones de una diva de ficción

Confesiones de una diva de ficción

Pablo Rubio Rubio

25/04/2017

No es fácil ser una estrella. O mejor dicho, no es fácil ser la estrella. Es todo un honor y un interesante soplo de aire fresco para henchir aún más mi ya inflado ego saberse la favorita del autor, pero insisto en que no es fácil. Cuando a mí, Isabel Conjuro, mi autor me dijo que iba a protagonizar su primera novela, fruncí un poco el ceño. Porque iba a protagonizarla, sí, pero tenía que interpretar a la tía del verdadero protagonista, así que solo sería una bruja loca, zarrapastrosa, chapuzas y hortera. En otras palabras, me querían encasquetar el papel de principal personaje de alivio cómico. Más que cómico, esperpéntico. Afortunadamente el proyecto perdió apoyos. «Afortunadamente» es un calificativo que puedo emplear ahora, analizando los acontecimientos con perspectiva, porque en aquel momento para mí fue un drama. Yo, que nacía con vocación de convertirme en un personaje que pasase al imaginario popular español, vi cómo mi historia era desplazada por una aventura de superhéroes. Otro proyecto que también cayó en el abandono –he de decir que mi autor no se caracteriza por llevar todos sus proyectos hasta el final, ¿pero existe acaso algún escritor al que no le haya pasado nunca?–. El proyecto de novela que me incluía por fin como personaje principal fue retomado dos años después, desde cero: la historia fue construida de nuevo, aparecieron nuevos personajes, nuevas situaciones y se empezó a profundizar en las tramas. Puedo decir sin pecar de vanidad que mi personaje fue el que más cambios sufrió. La apatía en la que me había sumido tras la primera cancelación del proyecto sirvió de impulso para hacerme un completo lavado de cara: pasé de ser una bruja gorda y con mal gusto a ser una diva retirada de los escenarios, elegante, inteligente, refinada, excéntrica, con una personalidad arrolladora, cautivadora de hombres, excelente bailarina y mejor vedette, madura pero singularmente bella… Un personaje al que todas las actrices del planeta deberían querer interpretar, en resumen. Pero no me gusta pecar de vanidad. Y en esta revisión de la historia, yo sería protagonista al mismo nivel que mi sobrino Jaime. Como era de esperar, esta nueva construcción de personaje y el aumento de papel en la trama llevaron a nuevas situaciones en la historia que sorprendieron mucho a mi autor, que se dio cuenta de que realmente había conseguido en mí un personaje redondo que cautivaría a cualquiera. No es de extrañar, Isabel Conjuro ahora era bruja, diva, agente secreto, detective privado, vedette retirada, profesora… Una mujer carismática capaz de desenvolverse con elegancia y elocuencia en cualquier situación. Por fin, tras tanto tiempo atrapada en un personaje que no me hacía justicia, había encontrado a la mejor versión de mí misma y era sencillamente ideal. No es por echarme flores, ¿pero qué culpa tengo yo de ser tan sublime? Mi autor estaba tan satisfecho de nuestro trabajo –porque no se puede dudar de que parte del mérito es mío por haber sabido interpretarme a mí misma– que decidió que bien merecía mi personaje, junto a mi sobrino, por supuesto, aparecer en más historias y no limitarme simplemente a la novela cuya escritura se rodaba por aquel momento. Tan encantado estaba conmigo, que me convenció de que yo debía protagonizar o figurar en más tramas. Decidimos hacer un experimento con un relato corto. Un cameo para descansar de la escritura de aquella novela. El relato fue todo un éxito, consiguió un tercer premio en un concurso local. Esto no hizo sino reafirmar en mi autor la idea de que yo debía aparecer en más producciones. Y en algún momento, no sabría decir cuál ni cuándo ni cómo, me vi convertida en la estrella de su productora creativa literaria. Decidió recubrir de glamour la estrella que había creado, y me empecé a ver vestida con largos vestidos de lentejuelas, boas de plumas y abrigos de piel de zorro blanco, como las divas de las películas de Technicolor. ¿Cómo iba a resistirme? Yo, Isabel Conjuro, la bruja con tacón de aguja y delirios de grandeza, ¿rechazando ser la vedette? Ni por asomo. Y sin darme cuenta me vi firmando para protagonizar cuatro secuelas de mi novela original (más tarde se verían reducidas a una trilogía), un papel secundario fijo en otra saga de novelas, varios spin-off de mi historia, apariciones y papeles protagonistas en relatos cortos, el guion de una película, un musical de la Gran Vía, y otros proyectos que ya he olvidado. Todo esto sin estar aún acabada la primera novela de mi autor, esa que protagonizábamos mi sobrino y yo y que había dado lugar a esta explosión de popularidad. La escritura de alguna de esas historias comenzó su rodaje en paralelo, aunque mi autor nunca perdía de vista la novela original, al mismo tiempo que los relatos cortos seguían llamando la atención de los jurados de los concursos de relato. He de decir que me muevo muy bien en ese formato, ya que me permite lucir toda la genialidad de mi personaje sin importar que el escaso número de páginas permitidas limite la extensión y complejidad de la historia. Y todo esto teniendo en cuenta que la productora se ocupaba al mismo tiempo de otras historias en las que yo no aparecía. Fue una época muy bonita en cuanto a producción imaginativa, ya que desfilábamos por la cabeza de nuestro autor un vasto número de personajes diversos y apasionantes a los que cada poco tiempo se unían más. Pero tras paralizarse tres grandes proyectos por falta de medios, de los cuales dos contaban con mi participación activa, el autor decidió centrarse en terminar y publicar su primera novela. Y de paso darse un descanso creativo, un respiro para ordenar todos los proyectos empezados y aquellos cuya escritura ya estaba pactada con los personajes y decidir cuál sería el próximo.

¿He dicho ya que es duro ser una estrella? ¿Qué es duro ser, más concretamente, la estrella? Pues aún más complicado es ser la estrella de una productora pequeña. Porque todo hay que decirlo, la publicación de mi debut en la literatura fue… Iba a decir “un desastre”, pero sería un menosprecio muy grave a los esfuerzos de mi autor y al hecho valioso de haber escrito un libro, que no lo hace todo el mundo. Pero es que no salió como él esperaba. Él creía que por haber escrito un libro con una protagonista arrolladora antes de cumplir la mayoría de edad, la industria le recibiría con los brazos abiertos y yo sería en dos años más famosa que Harry Potter y una estatua mía sustituiría a Sancho junto a Don Quijote. Al final sólo una pequeña tirada fue editada y la acogida fue modesta en cuanto a número, porque he de decir en mi favor que todas las críticas alabaron mi papel en la obra. Efectivamente, yo había cumplido con lo que se esperaba de mí: ser la diva de aquella novela. Pero la promoción había fallado. Y (¿por qué no decirlo?) también la novela. Mi autor había errado en una suma de pequeños detalles, tropiezos de principiante. La novatada del escritor. Le faltaron humildad y paciencia. Creyó que no necesitaba escuchar opiniones, que no había por qué esperar para intentar publicar. La acogida de la novela fue tan discreta, tan insignificante, que mi sobrino y yo fuimos relevados en uno de los proyectos, un spin-off, en los que íbamos a participar. Me resigné a convertirme en una estrella estrellada, a ser la que pagase la novatada, a que me olvidasen porque mi debut resbaló. Surgían proyectos nuevos en los que yo no aparecía e incluso yo misma tuve que cancelar mi contrato en algunos de los que ya había firmado porque no quería desgastarme en vano. Había comprometido proyectos por encima de mis posibilidades y necesitaba descansar. Y mientras mi autor, convencido de que había que superar el fracaso, siguió adelante con aquella historia de la que fui apartada, un aburrido melodrama romántico por el que, no obstante, mi paso dejó una huella profunda. Y que más tarde también fue afortunadamente paralizado, de lo cual me alegro mucho (y no es que yo guarde ningún tipo de rencor o despecho por el hecho de que me apartasen). En ningún momento dudé yo de que el escritor me seguía viendo como su gran estrella, pero acepté trabajar en proyectos más pequeños, uno de los cuales tuvo destacadas y buenas críticas en un certamen. Además, yo, Isabel Conjuro, volvería a tener mi momento, se enmendaría la deuda conmigo. Mi autor siguió buscando formas de relanzar mi novela. Nunca ha dejado de buscar la manera. Después de todo, yo soy su mejor personaje. Ha habido momentos en que, a base de asegurarme eso, he querido preguntarle si el problema entonces, ya que yo soy tan buen personaje, no será él, mi representante. Porque merezco que el mundo me conozca, así me lo repite una y otra vez. “Isabel, lo hago por ti, el mundo debe conocerte, sería un crimen privarles de un personaje tan maravilloso como tú. Ya verás, serás tan famosa como Scarlett O’Hara, traducirán tus aventuras hasta en swahili, las actrices se pegarán por poder interpretarte en Broadway y tendrás tu propia estatua en el museo de cera de Londres”. Me promete todo eso, me dice que ya está otra vez enviando mi novela a las editoriales y que tiene un plan infalible para relanzar mi carrera. Y yo me imagino otra vez vestida con lentejuelas y plumas, alumbrada por los focos y aplaudida por el público. Y me veo una vez más firmando papeles protagonistas en novelas, relatos cortos, series de televisión, un musical en la Gran Vía y lo que me echen.

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