Escondida tras los focos, la actuación estaba apunto de empezar, no me atrevía a dar el paso, solo era una desconocida más, una persona que paseaba por la calle, iba a la compra y sacaba de pasear a su perro. Mi nombre no iba a aparecer en las mejores enciclopedias online, nadie recordaría mis más maravillosas hazañas siendo la mejor patosa del mundo, nunca conocerían mis habilidades culinarias en época de pandemia.
Las redes sociales solo eran un estresor más, recordándome todo aquello que no tengo, siendo probable que nunca llegue a obtener. Mi mente iba a mil por hora, no era capaz de controlar la frustración que me generaba aquella situación, en las noticias mi problema no era relevante. Sin embargo, yo también estaba muriendo con ellos.
La melancolía me invadía, intentaba con todas mis fuerzas desprenderme de tal angustia, mi mente me jugaba una mala pasada, ya no sabía quién era ni qué quería, mis problemas siempre estuvieron ahí, pero las cuatro paredes de mi habitación cada vez me agravaban más la sensación de soledad, esa soledad acompañada llena de incomprensión. Lejos, muy lejos, quedaba aquella persona que un día fui, la alegría desapareció en el momento justo que sus labios rozaron mi cuello, tantas veces intenté gritarlo, con una sola mirada intentaba reflejar en mis ojos todo el sufrimiento, pero nadie era capaz de leerme.
Me decidía a pedir la ayuda que siempre necesité y que mis miedos callaron. No obstante, la histeria colectiva y el desconocimiento llegaron de forma abrupta a mi mente. Hoy, mi caso, ya no iba a ser noticia.
Sólo vi una escapatoria ante mi nerviosismo, sólo vi una escapatoria antes de seguir encerrada con mis peores monstruos.
Hoy había una lucha más en el mundo y a nosotras nos olvidaron.
La obra estaba apunto de empezar, yo no era más que un personaje de ficción que nadie recordaría, una vida que pasó desapercibida, respiré hondo y con la última pizca de valentía que quedaba en mi ser, salté al escenario y por fin, los focos se apagaron.
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