Me piden que escriba. No puedo escribir. Me estoy apagando junto a cada hija que no ve a su madre, junto a cada vendedor ambulante que se ha quedado sin el jornal, junto a cada niño que no puede ir a la escuela. Me estoy apagando junto a cada enfermo en el hospital. Me estoy apagando, aunque yo no esté enferma. O quizás lo estoy y todavía no lo sé.

Me piden que escriba de lo que estamos viviendo. Hoy, 22 de marzo de 2020. No puedo escribir. No hay poesía en el encierro. No hay ficción en nuestras casas cerradas. Hay realidad. Hay muertos afuera. Hay miedo adentro. Miedo afuera. Miedo en las esquinas. En los hospitales, en las escuelas vacías también hay miedo. Hay miedo, no poesía.

Me piden que escriba del virus del que nos convertimos en súbditos. No puedo escribir. No hay ficción en esta realidad. No soy una heroína salvando al mundo. Esto no es una novela distópica. No es un cuento de Bradbury. No es una mentira.

Me piden que escriba del encierro. No puedo escribir. El encierro te carcome. El encierro te apaga. Los días son iguales a otros días. Ya no esperas que llegue el viernes. Ya no te importa el lunes. El encierro no es literario. El encierro es despertar para observar las mismas paredes, las mistas fotos, leer los mismos libros y hablar del mismo tema. El único tema del que hablas en el encierro: la libertad.

Me piden que escriba de la esperanza. No puedo escribir. No la tengo. O quizás sí. O quizás mi esperanza es eterna y enorme. Quizás mi esperanza es tan grande que me da miedo contarlo.

Me piden que escriba. Pienso que no puedo, pero miro y ya escribí. Me piden que me quede encerrada y creo que no puedo, pero lo hago. Resisto. Resiste mi esperanza. Resiste mi inspiración. Resisto con mi familia, con mis amigos. Resisto con el mundo. Resistimos. Y de repente, vencemos.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS