Había sido creada la habitación, un espacio en el que los humanos podían vivir justo al lado de la casa de la naturaleza, más bien dentro de sí, pero se puso como un espacio ligeramente alejado de ella, pues ella debía mantener su tranquilidad. Adán y Eva se quedaban en su habitación, en ocasiones, arreglaban la casa de la naturaleza y cuidaba de sus hijos, pero, transformaba su escenario, eso no le gustaba a la naturaleza, pues afuera se creaban chismes: los dioses decían que los tenían de esclavos, que la naturaleza era mala con ellos.

De esta forma, la naturaleza se alejó de ellos, pero, mandaba ponzoñas como cuando una madre enfoca su mirada en la nada, en la decepción hacia algo, en el enojo, una ponzoña discriminante, la cual provocaba el encierro en la habitación de Adán y Eva para mantenerse en equilibrio emocional reflejado en la casa.

Llegó el día en el que Eva lloraba en frente de la madre naturaleza, justo en frente de sus hijos animales que nada sabían del tema. La madre naturaleza al ver que estaban afuera de su habitación mandó inmediatamente su ponzoña y envió una actitud de indiferencia, aunque físicamente se representó en una tormenta. Sus animales se enojaron, pues Eva, en ocasiones los alimentaba y los cuidaba, pero la madre odiaba eso.

Nosotros no podíamos hacer nada, éramos simples animales, queríamos vivir en un entorno de tranquilidad, pero al parecer lo peor fue haberlos traído a la habitación, era obvio que se iba a esparcir, pero en el momento en que Adán amenazó a sus hijos, cuando no eran simples sacrificios para su existencia, la madre peleó y los defendió, la ponzoña se convirtió en un virus, para mantenerlos por siempre dentro de aquella habitación. Los animales simplemente pensaron en aquella ocasión, creyeron que pudo haber una mejor solución, pero al no saber qué hacer, vivieron en la casa hasta partir al más allá.

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