Cinco horas prohibidas contigo

Cinco horas prohibidas contigo

Nunca he querido que me velen. La simple idea de personas contemplando mi cuerpo inerte me produce vértigo. Los muertos nunca sonríen. Tienen ese rictus particular producido por una tez verdiazulada y una boca cosida. Yo no quiero que me cosan la boca.

Hace años tuve una alumna que quería dedicarse a recomponer no vivos. Y lo ha logrado. Siempre me sorprendió ese deseo de reparar el aspecto de un cuerpo inanimado y dejarlo reconocible ante la mirada de sus congéneres. El último rito unidireccional.

Hoy cientos de difuntos no serán despedidos por sus familiares y conocidos. Ellos no han elegido no exponerse. Ellos no recibirán horas de lamentos y de bendiciones. Ellos, simplemente, han muerto en unos días en los que nadie puede ver tu mueca zurcida, ni tu tez macilenta, y, mucho menos, acariciar tu mano, con las uñas pálidas, para susurrarte el necesario postrero adiós.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS