Harta ya de maquillarse y vestirse elegantemente por obligación, se tomó esos días como una especie de vacaciones. Podía pasar el día en chándal y deportivas, ver toda la televisión que quisiera, utilizar por fin ese equipo deportivo que para lo único que había servido hasta entonces era para coger polvo en el cuarto de al lado.
Y así era feliz, porque estaba haciendo todo lo que antes no podía hacer. Y se dio cuenta de que, de vez en cuando, es bueno parar, ponerse a pensar, volver a empezar si era necesario. Porque la vida es muy corta para no hacer lo que realmente te gusta y deseas.
Empezó a escribir, porque tenía muchas cosas que decir y nunca lo había hecho. También sacó sus antiguos útiles de dibujo, aquellos con los que había pasado tantas noches sin dormir. El dinero y los lujos no tenían sentido sin tiempo para disfrutarlos, y menos cuando con lo que realmente disfrutaba era con las cosas así de sencillas.
Así es como una cuarentena hizo que su familia y sus amigos le vieran radiante como hacía mucho que no estaba, y cómo creó una historia preciosa que poder compartir con el resto del mundo.
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