Una tarde de navidad, la familia se reune.  Hay pequeñas islas de tertulias. Yo me muevo entre ellas.         Padre- Durante la guerra, teníamos una casa grande, con un salón de verano y otro de invierno. Ahí mí madre, tu abuela, recibía a niños que habían perdido sus familias, se les daba  comida y…                    Madre- Esa casa no era de vosotros, los rojos se la quitaron a un actor y a su madre que eran los dueños.     Padre- El caso es que se usó como refugio para que esos pobres niños…                             Madre- Y al pobre actor y a su madre quién les dió refugio. Porque encima de quitarles la casa, a él le dieron una paliza.     Padre- Mujer, en las guerras se cometen barbaridades, déjame contarle a nuestro hijo…                                 Madre- La paliza no se la dieron por la casa,que él, bueno como era, no dijo ni pío, se la dieron por beato.                               Padre-  Era actor y beato?                 Madre- También era marico eh, pero él no se metía con nadie,  de eso se agarraron los rojos…                        Padre- Por marico no sería, que en la guerra pelearon como fieras, los que eran republicanos, claro está, fueron los fachos…                       Los dejé con su guerra interminable y navegue a otra isla-tertulia.                       Tío Pepe- Yo, que era teniente, y doce hombres más. Se oyen aviones y un cabo, con cara de niño asustado, se me acerca señalando al cielo y me pregunta,  Qué hacemos, son como cien. A la mierda la convención de Ginebra pienso, y matamos a los putos paracaidistas italianos como si fueran perdices (Risas) .                       Unos gritos infantiles me llevan al jardín.       Era mí hermanito reprendiendo duramente a Don Quijote. El viejo era enjuto, de triste figura y un caballero. Este hombre peleó con Franco en África, contra él en España, luego paso a Francia y estuvo en la reconquista de París. En éste momento es amonestado por no haberse mantenido firme en su posición, lo que provocó la huida de las ardillas, que debían comer tranquilamente, las migas de pan, sobre sus brazos de crucificado. El viejo soldado acababa de estropear la foto que un pequeño mariscal quería tomarle. Qué dirían Leclerc y Amado si lo vieran. Nuestro Quijote adoraba a ese niño.          Me acerco a una isla-tertulia, dónde habita la historia que me convirtió en lo que soy.                               Tío Antonio- treinta y seis hombres en un espacio de unos 6x4m, todos condenados a muerte. No había fecha ni hora, solo una puerta de rejas, cuando ésta se abría, sonaba literalmente a muerte. Los guardias,  llamaban al que iban a matar por su nombre, sin el apellido.  En la celda, como es de suponer, habían varios Pepes, otros tantos Manolos, Pacos. Ellos, hacían una larga pausa. Querían oír gritos pidiendo clemencia, ver hombres arrodillados, quebrados. Su máximo regocijo era cuando tenían que sacarlos a rastras, lloriqueando, del calabozo. Nunca pensamos que llegaríamos a ese nivel de sadismo, por más enemigos que fuéramos. Me tocó ver hombres que habían combatido valientemente, quebrarse y otros salir sin esperar a oír su apellido, cagándose en el alma de sus verdugos, con la cara y el puño en alto.           Entre nosotros estaba un joven, al que nunca le oí la voz, cuando la reja se abría, él no se inmutaba, apenas levantaba la vista de un pequeño cuaderno. Conforme pasaban los días, lógicamente, teníamos más espacio, aproveché y me senté a su lado, quería ver lo que había en el jodido cuadernillo. Me     miró y sin decir palabra, lo puso a mí alcance.                            Ahí estaba todo, vida, muerte, drama, poesía, todo resumido en unas pocas hojas de papel y unos trazos de carboncillo. Rostros con una vida que estában a punto de perder. Al artista le llegó su turno, su serenidad ante la muerte fue impresionante. Con toda seguridad, los guardias, no pudieron olvidar a éste hombre en toda su vida. Yo tampoco. ( Beben en silencio).                                         Soy pintor y cuando oigo ésta historia, imagino que estoy en ese calabozo, que soy él retratista y también él retratado,  y de pronto, siento que algo me aplasta. Las historias que acabo de escuchar, hacen que mi cara se pegue de la tierra, no puedo  levantarme, quiero gritar, quiero salir. Entonces, la voz de mí tío, explicando cómo perdió el cuadernillo, me saca del patíbulo y me trae de regreso.                Me despido de mi familia y me voy a mí taller.  Quiero pintar, pero  mis manos, como plomos, no se mueven. No tengo el temple del dibujante del calabozo.             Ellos salieron de su país, cargando con una parte de los escombros y  de la desgracia que dejo la guerra. Dejaron atrás una tierra más liviana. Dónde la reconciliación, fuera posible y el olvido más fácil.                 

                FIN

                   

 

         


Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS