Parecía que había encontrado una casa que respondía a mis necesidades. Tenía espacio para que mis tres animales y yo suspiráramos sin molestarnos demasiado; eso creía.
El gobierno había decretado el Estado de Alarma porque un virus desconocido a la ciencia estaba arrasando el mundo entero, y no podíamos salir de nuestras casas; ¡una película!
Pero yo pensé que no sería para tanto eso de la cuarentena, además había permiso para que las mascotas salieran a hacer sus necesidades. “Esto va a ser coser y cantar”, pensé.
Llevábamos una semana de encierro y me esforzaba sin éxito en ordenar las habitaciones.
Fue al octavo o al noveno día que me di cuenta que la casa estaba menguando. Mis animales y yo vivíamos cada vez más juntos y a veces me faltaba el aire.
Entonces empecé a ponerme nerviosa pensando que tenía los síntomas del COVID19, así se llama el bicho.
Pero me relajé cuando estornudé y me di cuenta que estábamos en primavera. ¡Ya llegó la alergia!.
Las habitaciones seguían menguando y volvía a faltarme el aire. Empecé a notar mucho calor y me alarmé de nuevo, ¡fiebre, tengo fiebre!.
Me tomé la temperatura y no. Me tranquilizó acordarme que estaba viviendo la menopausia, y los calores se iban tal como venían.
Aunque duró poco mi relax, cuando oí por la radio que el gobierno había ampliado el período de cuarentena.
La gente se comunicaba por los balcones; a veces oía voces, a veces aplausos, a veces música… y yo empezaba a sentir los pies cada vez más pesados.
Arranqué a llorar cuando vi que había echado raíces en el suelo de mi habitación. Y por si no tuviera bastante, un liquidillo caliente mojaba mi pierna de vez en cuando. Los perros hacían pis encima de mi.
Prácticamente así pasé mi cuarentena. Anclada en el suelo sin poder moverme y llorando con mucha rabia.
Tanto lloré y con tanta rabia, que mis lágrimas humedecieron el suelo; los perros comenzaron a escarbar, y conseguí liberarme.
Ese día el gobierno decretó el fin del Estado de Alarma.
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