Me interpela el virus que está entre los cuerpos, igualito al que habita en muchos, dentro de muchos; como todas las veces que nos duelen los síntomas o los amores.

Sabemos y sentimos la fragilidad de la cercanía, o la sabemos, o la sentimos…

Hay una angustia que nos deja calladitos y tristes, como la espera en las salas de guardia, y una tensión que nos desvela, porque lo próximo al contagio nos recuerda que todos los esfuerzos por vivir lejos de la idea del final, no resultan; cuando las calles están solas, cuando los amigos llaman desde sus y hasta nuestras soledades, cuando todo lo que resulta serio y elocuente se resume en mirarnos a mas de dos metros de distancia, con un futuro en cuarentena y el desafío de encontrar una civilidad que nos ampare o nos distraiga.

Hay entre nosotros.

También hay una nueva oportunidad de preguntarnos que tenemos para dar, como tensar los puentes para construir cercanías, cuando la fragilidad se hace tan evidente, y un bichito tan invisible nos pone a mirar lo que sentimos.

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