Juan Manuel arribò desde un remoto país, muy lejano, tanto que mientras en casi todo el mundo se hablaba de la peste, allí ni noticias de ella. Pícaramente omitió su itinerario de vuelos al llegar al aeropuerto, el desprevenido funcionario tampoco lo indagó y entonces pasó, como un ciudadano cualquiera y sin peligro de estar enfermo.

Llego a la casa de sus padres, se reunión con familiares, celebrando su arribo, entre ellos Paula su sobrina favorita, así transcurrió ese día y los siguientes, todo era algarabía en la familia del muchacho que después de varios años estaba de regreso al menos por unos meses.

Entonces las noticias convulsionaron a la población, la peste se expandía notoriamente por todo el mundo y llegaba al país, con ella también las primeras medidas preventivas y restrictivas, y alguien se “acordó” de Juan Manuel, de su llegada y de las reuniones en familia, otro lo vio ir de compras, otro andar por la ciudad, yo me acordé de que Paula es compañera de grado de mi hija, el “alboroto” no se hiso esperar, la denuncia en la justicia tampoco.

Juan Manuel levado por la policía al hospital a hacerse los análisis.

Juan Manuel en cuarentena en su casa con custodia policial.

10 vecinos encerrados en sus casas en cuarentena.

15 amigos y sus familias encerrados en sus casas también.

30 familiares en cuarentena en sus casas.

1 panadería, 1 almacén, 1 supermercado, 1 kiosco, 2 bares, 2 comedores cerrados y sus empleados sin trabajo

700 alumnos de un colegio sin clases bajo vigilancia médica, mas sus familias.

Toda una ciudad convulsionada por un idiota desprevenido.

Y aquí me encuentro yo, acompañado de mi mate, intentado estar tranquilo, confiado en Dios, y aguardando a que suene el timbre en la puerta de mi vida, y con el deseo que sea un ángel el que llame y no la de la “parca”.

Elias Almada – Argentina.

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