Desayuno en mi habitación ocre y amarilla, y en el piso ocre y amarillo, y el plato es ocre, la camiseta debería ser blanca, pero el ocre lo contagia todo. Me siento en mi escritorio ocre, y miro la pared amarilla que debería ser blanca pero que es ocre, y me pregunto porqué y cuando y cuanto he estado metido en el mundo ocre y amarillo. Cojo un papel amarillo y trato de escribir algo que tenga rojo, y azul, y verde, muy vivos, que se combinen y formen otros colores, pero hoy no me sale. En algún momento de esta encerrona el ocre y el amarillo se me han colado hasta los huesos, y pienso que cuando salga por fin de aquí y sea famoso y firme autógrafos en ESA revista, buscaré con la mirada a ella, o a él, ya no recuerdo, y puede que estén ahí, en un rincón hablando, inseguros, mirando de reojo, esperando a que yo me acerque, y yo por fin me podré deshacer del monótono y asfixiante ocre, y del amarillo.
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