Viernes 20 de marzo, fué decretada la cuarentena obligatoria debido al temido coronavirus. Ya no hay obligaciones externas que cumplir, ni trabajar, ni estudiar, ni viajar, ni nada. Todo queda reducido a las cuatro paredes de nuestro hogar. Hace varios días que por propia voluntad nos quedamos en casa y hemos comenzado a convivir con nosotros mismos. Ya casi no nos reconocemos porque en el ir y venir del día a día nos fuimos haciendo extraños que duermen en la misma cama, nada más. Una vez agotadas las noticias que vemos por el noticiero, una vez que ya revisamos nuestros celulares por décima vez, nos vemos las caras. Cuanto tiempo hacia que no nos mirábamos? Hoy veo frente a mí a un hombre mayor, con el cabello blanco, con arrugas en su piel, que camina lento. Como no vi el cambio que me llega ahora de golpe y me cuesta reconocerlo? Nunca me detuve a mirarlo, solo lo veía, como veo un sillón, como veo una mesa. Me duele pensar como fuimos transformándonos en dos desconocidos. Nosotros que éramos el uno para el otro, que vivíamos riéndonos hoy ni siquiera nos sonreímos. Hay que volver a empezar, a revivir todo lo que ha quedado dormido por la rutina porque sé positivamente que nos queremos mucho, mucho. Lo miro y le digo: viejito, te preparo un cafecito? podríamos jugar un partido de chinchón, te parece? Me mira, se levanta, me abraza y con ternura me dice, si mi viejita, me parece, ya traigo las cartas.
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