Camino entre la milpa, las hojas húmedas de las matas de frijol y chile rozan mis tobillos mientras me estiro para alcanzar las mazorcas de maíz. El viento golpea mi rostro cuando voy recorriendo el campo para encontrar los ingredientes que necesitaremos. Mi abue me dio la lista de todo «hija, te traes unos veinte elotes, unos tomates y un puñito de chiles para la comida»
Cuando llego a la casa vacío todo lo que traigo en mi morral sobre la mesa, separo los elotes para que mi abuelita con su machete los pele y rebane; mientras, yo agarro los tomates y los chiles para lavarlos y ponerlos a asar. Cuando termino me pongo a jugar con el perro, me trepo a los árboles simulando que voy en un auto y corro por todo el patio en lo que espero a que el molino esté en su lugar.
«¡Hija, ayúdame a moler!», me bajo del árbol y corro a la cocina donde me encaramo a un banquito para estar mas cómoda, entonces empiezo a darle vuelta a la manija del molino con todas mis fuerzas, los brazos me punzan pero no me detengo y ella pone más maíz en el molino hasta que terminamos todo.
Se lleva la olla con la masa para ponerle más ingredientes a la mezcla, lo revuelve y ya está listo para empezar a armar los uchepos, yo trato de ayudarle con las hojas de maíz que hemos separado con anterioridad y ella con gran habilidad pone una cucharada de la mezcla y luego la envuelve con la hoja en una graciosa forma. Cuando terminamos los pone dentro de una olla y la lleva a la chimenea para que se cocinen.
Mientras esperamos a que estén listos me llevo los trastes sucios a la pila para lavarlos y mi abue se pone a hacer una salsa con los tomates y los chiles que dejé asando. Cuando me acerco a ella me abraza, sonríe y me da un beso en la frente. «Te quiero, abue» le digo.
«Ya siéntate a comer», tomo mi plato y mi cuchara especial, son de aluminio para que no los rompa; el olor a uchepos llena la cocina cuando destapamos la olla caliente, con cuidado saca uno y lo prueba «ya están, quedaron muy ricos» «abuelita, ¿porqué siempre comemos lo mismo?» ella voltea a mirarme y me dice «hay muchos elotes, debemos comérnoslos o se echarán a perder». Me acerca mi plato donde hay dos que están bañados en crema, queso y un poquito de salsa, tomo una porción con mi cuchara para llevarla a mi boca. Riquísimo.
—Señorita, señorita —una voz desconocida me llama.
—¿Que más le vamos a servir? —me dice la señora.
—Nada más, cóbreme por favor.
Aún con el sabor en mi boca me encamino a mi casa, las luces nocturnas de la ciudad iluminan todo. Antes de entrar miro por última vez las estrellas y susurro»te quiero abue».
OPINIONES Y COMENTARIOS