Con ojos curiosos de niño, cada vez que se acercaba a la mesita de noche, miraba esa foto descolorida, triste, en color sepia, que asomaba junto a otras bajo un vidrio grueso y opaco.
Algo había en esa foto que despertaba tanto su curiosidad. Mostraba una plaza casi sin árboles, sin hamacas ni toboganes. Dónde estaría ?
En las pocas veces que iba al pueblo escudriñaba cada lugar con la tibia ilusión de hallarla, pero no encontraba similitud con ninguna.
Más de una vez despertó soñando que jugaba a la pelota en ese campo despoblado como una planicie lunar, que solo tenía en su centro la solitaria estatua de un hombre, para él desconocido, y como fondo una iglesia.
Sus preguntas eran recurrentes: cómo sería ese sitio los domingos ?, se poblaría de familias que iban y venían de escuchar misa?, de niños que jugaban remontando barriletes y niñas que paseaban sus muñecas de porcelana?Las repuestas no aparecían.
Pasó el tiempo y en una mudanza la foto tomó vida llegando a sus manos cuando alguien estaba pronto a tirarla junto a otros papeles que ardían en el fondo de la vieja casona de campo.
Esa imagen fría y descolorida ahora hablaba, tenía un tiempo, año 1905, y un espacio, Plaza Ramón LLul, Manacor, Mallorca.
Era una postal que mostraba un pueblo del interior de la isla de Mallorca de principios del año 1900. Una isla que durante siglos vivió de espaldas al mar, con poblados defendidos por torres y murallas, grandes iglesias, viviendas sencillas de piedra arenisca con patios tapizados de blanco con flores de almendro, confrontando con casonas nobiliarias que asomaban entre calles en sombra.Donde la vida rural parece haberse detenido y ha sido y es su modo de vida y la tradición, su patrón.
Esa curiosidad de antes renació en él y comenzó a indagar otra vez. No obtuvo mucha información, era un lugar no familiar, solo sabían que la había recibido la abuela cuando era niña y que la había guardado como un valioso tesoro.Pero ahora, esa tarjeta ajada y en color sepia, aunque no tenía mucha información era de él: le pertenecía.
Es el año 2005 y la tarjeta cumple 100 años. un señor canoso, ya no aquel niño inquieto, puede hoy pararse en esa plaza, ahora poblada de árboles, niños y jóvenes que pasan sin prestar atención a la estatua.
Busca un banco, se sienta y sacando del bolsillo la vieja cartulina llora un rato.
Superada la emoción, se incorpora e inicia lentamente el recorrido por el perímetro de la plaza, que lo conduce al interior del majestuoso templo.
Un Padre Nuestro y un Ave María sirvieron para agradecer el viaje hasta la tierra de sus antepasados.
Un Padre Nuestro y un Ave María sirvieron para terminar de recordarse a sí mismo.
María Inés Corda
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