Condimentos y mermeladas

Condimentos y mermeladas

La historia, en mi mente, es infinita y con una esencia de entusiasmo y vacío emocional que inundan la trama, refiriéndome tanto a la falta de sentimientos en el lector al leer como en el personaje al existir. Veo reflejado en los ojos de Marla una tristeza y un agotamiento propios de un ser viejo y sabio, que vivió tantas décadas que ya ninguna noticia es más que un cuento plagiado por otro autor. Como una madre que mira a su hijo llorar tras tomar un sorbo de sopa muy caliente, incluso después de múltiples advertencias y precauciones, su mirada predice con pereza lo que va a suceder, invadida por el aburrimiento propio de un adolescente, pero sin la creencia de la sabiduría total. Es más, su mente agotada sobre sus párpados reclama un descanso e insiste con la verdad: jamás va a terminar de saber.

La soledad la apuñala y la abraza con bipolaridad. Hay días en los que escuchar voces ajenas e indeseadas solo causa problemas, y otros en los que el vacío de palabras inesperadas la deja ahogarse en su propia mente, llena de susurros oscuros indestructibles y ensordecedores. Este día es como los últimos.

Las sombras en la pared indican que todavía es de día. Otro de esos largos días huecos. Cansada y sola en el sofá, recostada con una pierna en el piso, medio con la intención de levantarse a buscar una tercera cerveza, medio sabiendo que muestra síntomas de alcoholismo y depresión, se pierde en el sonido del televisor. Las voces no son más que una distracción del miedo abrumador al rechazo. Al tan temible «no» que amenaza con herir su ya ingenua autoestima. Débil y desconfiada se levanta a apagar el televisor y continuar descansando de la decepción en su cama, pasando antes por la cerveza. Y qué decepción. Su heladera no tenía más que condimentos y mermeladas. Como mucho una única naranja arrugada. Su boca empezaba a sentirse agria y seca. Qué abrumador era pasar por el inicio de una nueva relación que probablemente fracasaría. Sentir que su existencia no hace la diferencia o es importante en absoluto para nadie. Otra vez se estaba hundiendo en una realidad pintada por sus demonios. Estaba entrando en las habitaciones oscuras de su mente, llenándose las manos de polvo y los ojos de niebla. Eran lugares a los cuales la luz restante del día vacío no llegaba a iluminar sus pensamientos.

Encontró un espejo y este le sonrió. Le gustó su cuerpo pequeño, tímido y con galaxias lejanas esparcidas por sus extremidades desnudas. La alegró por unos segundos la posibilidad de que alguien en alguna parte podría estar soñandola. Luego eliminó el pensamiento y asumió que el espejo sólo le tenía lástima. Estaba haciendo tantas cosas mal. Acumulaba esperanzas y carecía de intención de actuar. De renunciar a una cosa por otra, arriesgándose a perder ambas. Nunca le gustó la lotería, el dejar las cosas al azar. Nunca realmente entendió el azar y mucho menos su existencia como algo más que una propaganda para crear posibilidades. El azar propiamente dicho está condicionado. No la entusiasmaban los riesgos y el destino. La llevaban a la Decepción.

Camino a su cama pensó en ver la película japonesa que su Decepción vio tantas veces de chica. Le gustaba sentir y recordar que habían cosas mas confusas que su cabeza; laberinto rosado de emociones. Se sumergió entre las sábanas y, como un regalo del propio espejo lleno de pena, sonó en su mente la melodía perfecta. Su cerebro contento como un gato con leche caliente en el estómago, acurrucado con un sentimiento desprendido del de su cuerpo, incómodo entre las frías frazadas que tenían un destino distinto ese día. Recordó su boca ahora más seca, y pensó en los besos que se extinguieron en su garganta arrugados como la naranja; desperdiciados. Su estómago vacío como la heladera, sus pulmones tristes e inflados con ganas de respirar el olor a Decepción, ese aroma que se impregna en la almohada y sus vestidos. Sus manos inquietas, con una viva ilusión de todavía poder tocar aquello que no vendría; que no la prefería. Para Decepción el vacío era mejor que ella, y entonces Marla se dejó llenar por éste hasta fundirse de sueño inyectado por costumbre, esperando a que tal vez así la prefiriera. No dijo ni una palabra, ya que quizás su silencio le gustaba más. Se escondió bajo su pelo y la noche con la esperanza de que su ausencia la trajera más cerca suyo. Quería llenarse la boca de jugo de durazno para robarle algún beso, aunque no fuera para ella. No lloró, por miedo a no tener qué ofrecerle si le daba sed a Decepción. Se preguntó qué era aquello que la hacía atraerse físicamente de a ratos, pero que no la dejaba amarse completamente. Se preguntó si él, su Decepción, sentía lo mismo. Si le gustaba por este gran parecido entre ambos. Esta incapacidad de soportarla.

Se preguntó si era lo suficientemente importante como para hacerle cosquillas. Si le molestaba cuando hablaba muy bajito o si la envidiaba aunque sea un poquito. Se preguntó si el alcohol tenía alguna influencia en estos pensamientos y su orden. Tal vez el vacío en su estómago tenía que ser compensado por una abundancia de pensamientos y emociones. Y se durmió, esperando que al igual que noches anteriores, él viniera a distraerla de ella misma hasta que sus parpados, sus pulmones y sus demonios se cansaran de vivir por un rato y decidieran rendirse.

El día siguiente no fue muy distinto al anterior. Ahora las sombras la perseguían por la casa y se acercaban en cada silencio que encontraban, atormentándola con susurros mentirosos de perdición. Le tenía miedo a su sombra, a la cuál le afectaban cada vez menos las distracciones ruidosas. Nunca aprendieron a convivir. La sobra escarbaba continuamente como un perro por un hueso en el jardín, buscando vacíos para rellenar con oscuridad y confusión. Existe como un cáncer y desde que la encontró no volvió a perderle. Insistente y perseverante, sin otro objetivo de vida, sin otro motivo, por más absurdo que fuera, para su existencia.

Era difícil para Marla convencerse a si misma a la hora de dormir, de que todas las decisiones que tomó en su vida fueron las correctas. Y dejó de intentarlo eventualmente. Dejó que su sombra creciera y alterara realidades y percepciones hasta el agotamiento que solo posee quien busca perjudicar sin razón alguna. El aburrimiento inevitable causado por un vacío existencial.

Mientras tanto su cabeza y sus ojos se inundan simultáneamente. Palabras negativas y falsas llenan todos los espacios vacíos del silencio trágico; de las voces que son suyas y al mismo tiempo tan ajenas; de heladeras que solo tienen condimentos y mermeladas. Y sobrevive consigo misma una noche más.

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